La iglesia es un sitio precioso. Tiene un patio lleno de flores, cuidado por el esfuerzo de años de creación colectiva de una comunidad de fe. Varias filas de bancos son colocadas a ambos lados del recinto, para dejar un espacio lleno de sentidos compartidos en el centro. A un lado la bandera cubana, del otro, la cristiana; juntas recuerda la presencia de Cristo en este pedazo de Cuba donde nos encontramos.
Llegan alrededor de 200 personas de 12 iglesias del occidente del país, de diferentes denominaciones, con diversas prácticas religiosas, todas mujeres y hombres de fe. Traen el deseo de celebrar y compartir el encuentro en la casa donde todos y todas encontramos amistad y abrigo, la Betania.
El grupo de música de la Iglesia Presbiteriana Reformada de los Palos, anuncia un comienzo esperado. En pie alabamos al Señor. Con el canto, miradas, palmas, cuerpos que danzan y se tocan. Es la alegría de estar aquí, con todos y todas, con Dios.
La invitación primera es a entregar las ofrendas que hemos traído desde nuestros lugares a esta Casa. De Perico llega la cesta de Moisés; de Guanajay, la palabra de Dios; de La Marina en Matanzas, una vela; del Centro Martin Luther King (CMLK), la Agenda Latinoamericana del 2011 con el tema ¿Qué Dios?, ¿qué religión?” y el último cuaderno de solidaridad dedicado a la militarización y a la resistencia de los movimientos sociales en nuestro continente. La Iglesia de Cristo de Matanzas entrega manualidades, y la Episcopal de San Pablo ofrece el cáliz, donde se da la Santa Eucaristía.
Se colocan en el centro litúrgico las ofrendas y símbolos que estarán acompañándonos como testimonio de esta celebración. Agradecemos mucho este momento pero Izett Zamá, pastora presbiteriana e integrante del Programa de Reflexión/Formación Socioteológica y Pastoral del CMLK, nos recuerda que no podemos entregar ofrendas a Betania sin mirar a Cuba, desconociendo lo que sucede en nuestro país y nos invita a salir del templo y buscar la vida. Organizados en diez pequeños grupos, vamos a hacer un recorrido por San Nicolás para explorar qué vemos, qué es lo que pasa fuera de las paredes de este templo, y qué debemos transformar de todo eso.
El pueblo está en carnavales. El parque lleno de aparatos de diversiones para niños, las calles con mesas repletas de pequeñas cosas para ser compradas. El recorrido sorprende a quienes por primera vez llegan aquí y ven a tanta gente en las calles, celebrando su fiesta del año. De la iglesia a esa fiesta de pueblo, y vemos, vemos…
“Un pueblo colorido, rostros cansados, deseo de consumo, gente que camina sin rumbo claro, personas alegres, cosas muy caras, el sol que salió de pronto y desplazó las nubes, casas lindas junto a otras casas feas, frágiles ante cualquier viento fuerte, cansancio, calles sucias, familias, personas trabajadoras y con deseo de preguntar, aunque no se atreven, padres que no pueden comprar algo a sus hijos…”
Vemos… vemos mucho para hacer, comenzando por nosotros y nosotras.
Y para sacar de nosotros errores, cansancio, eso que queremos transformar y no sabemos cómo, o no hemos podido aún, nos convocan a convertir todo eso en soplos de aire que llenarán globos de muchos colores. Ese momento de llenar cada globo, fue un tiempo de intimidad y encuentro con nuestras cosas feas, y cuando alguien no pudo inflar el suyo, en gesto de confesión le sopló al oído del vecino o vecina, lo que quería cambiar de sí, para que esa persona lo convirtiera en aire con color. Hasta hubo niños que pidieron su globo para echar dentro peleas entre hermanos, y alguna que otra desobediencia.
Entonces explotamos nuestros globos para crecer desde todo eso que también somos. Ruido, algarabía, risas, sustos. Globos explotados entre dos y tres hermanos, ¿será que siempre es más fácil transformarnos con la ayuda de los otros y las otras? Reflexiones, silencios, globos que quedaron un tiempo largo en las manos de quienes pensaron bien lo que dejaban ir.
Al final, quedó un salón lleno de fragmentos de globo, de tristezas y desganos, regadas por el suelo, rondando las patas de los bancos, porque todo eso no desaparece, queda para hacernos de otro modo en la casa común, que invita a celebrar la creación y la vida queremos sembrar.
Una mariposa en el centro del salón recibe tierra de todas las iglesias que han llegado, de cada pueblo y provincia. Como en el centro y el oriente, aquí también queremos que una planta sea guardada y crecida con abono de cada experiencia de fe, con nutrientes de cada práctica cristiana de vida. Entre lo que damos a esta planta: la lucha por una iglesia abierta e inclusiva, que trabaje por el servicio a todos y todas, que tienda puentes entre regiones y vivencias, una iglesia que perdone, que predique el evangelio de Jesús, no solo escrito en palabras, sino en hechos, en obras, que aliente la amistad, la fraternidad, la fe y la esperanza.
Mientras la maceta se llenaba de tierras de diferentes colores, olores, historias, alguien reconocía al CMLK como un puente para ese ecumenismo deseado y un niño juegaba con su globo amarillo alrededor de esta mariposa que promete vivir.
Cantamos otra vez. Cantamos siempre. Para unirnos, avisarnos, reencontrarnos. La música se cuela en cada espacio entre la gente y ayuda a conectarse, a enredarse en este reino posible y nuestro que contribuimos, construyendo nuestra iglesia y al Dios que oramos, luego de leer Mateo 6; 9 – 13, la oración del Padre Nuestro.
“Oramos a un Dios que está entre nosotros, nos guía y acompaña, pasa hambre, salva, ama, sana, escucha, sufre, me libera, restaura, da sabiduría, alimenta, perdona, nos debe y nos comprende. Un Dios inclusivo, madre y padre, coherente, que elimina estructuras, de varios rostros y nombres, que cuestiona y es cuestionado, rompe con fronteras, es liberador y permanece fiel.
“Construimos una iglesia que es diversa, inclusiva, identificada con nuestro tiempo, participativa, ame a Dios en todos sus rostros, trae el reino a los necesitados, es cristocéntrica, ama la verdad, respeta la dignidad humana, proyecta amor y luz, lleva la palabra de Jesús, como familia, independiente, que mira al ser humano y a la creación, se fortalece en su compromiso”.
Luego del trabajo en subgrupos, uno de ellos trae su propia versión del Padre nuestro:
Padre nuestro, únete a nosotros y disfruta
Danos la esperanza para vivir juntos,
Perdona los egoísmos y las miserias humanas,
Perdona nuestros pecados
Y cuando vengan las pruebas
Que podamos ver tu compañía
Que nunca desmaye nuestra fe porque tu eres la verdad y la vida
Que exististe y existirás siempre
Amén
Para cerrar, otra vez la invitación a construir. En ladrillos de papel queda escrito lo que podemos dar a esa iglesia que queremos, lo que se entrega a ella cada día: amor, libertad, hermandad, compromiso, pasión por lo humano, buen vivir, política viva, confianza, perdón, unidad. Muchos ladrillos juntándose para hacer paredes que posibilitan levantar el sueño que vivimos hoy en Betania, un sueño alimentado desde la fe cristiana, por la liberación y la justicia plenas.
Las despedidas son alegres esta vez, acompañadas de la música que inspira a otra oportunidad de verse y estar juntos y juntas. Hay gente que queda en el patio de la iglesia. No se quieren ir tan pronto. Las guaguas vuelven a llenarse de vida y alegría. Decimos adiós con la gratitud de haber vivido estas horas. Regresamos con mucha gratitud en el corazón.
por: Llanisca Lugo