Reverendo Raúl Suárez, director del Centro Memorial Dr. Martin Luther King y diputado a la Asamblea Nacional del Popular
El pasado día 7, sonó el teléfono en la oficina con el recado de David Jonson, desde Chicago, dando cuenta de la muerte de Lucius. Luego de sentir la sacudida violenta, desesperada, provocada por esa noticia, me salió esta expresión: “¡En qué momento, en qué momento!”. En qué momento de nuestro pueblo, en qué momento en las relaciones Cuba-EE.UU., en qué momento de la vida de nuestro planeta, de la paz del mundo Lucius nos deja.
A partir de ahí comencé a evocar en mi mente y en mi corazón todas las cosas que Lucius nos dejó. Ese legado que nos deja es el proyecto de vida de cada uno de nosotros y nosotras. Así la mayor expresión de la creatividad y originalidad fue su manera de practicar su amor al prójimo y también fue su opción y compromiso por Cuba y su Revolución.
Lucius precisamente inicia el proyecto de las Caravanas de la Amistad a nuestro país, prácticamente desde el mismo inicio del período especial, cuando nuestra economía y casi toda nuestra vida social estaban en su mínima expresión. Entonces se aparece Lucius con su caravana de amistad con Cuba.
En aquella época donde venían ofrecimientos de todas partes de donación a Cuba, y se reducían la solidaridad a la donación en sí, y algunos mal intencionados entendían que era el momento de penetrar y debilitar la vida de nuestro pueblo revolucionario con las donaciones, las donaciones de Lucius no iban por ese camino. Cuando otros un poco más inteligentes, entendían la solidaridad como cooperación al desarrollo y en algunos existía la mentalidad de que era una manera también de penetrar nuestra realidad y debilitarla, Lucius no concibió la solidaridad en esos términos.
Para Lucius la solidaridad no era asistencialismo, mucho menos paternalismo. Lucius entendió la solidaridad con Cuba con identificación con la Revolución y con su proyecto socialista; y a partir de ahí todo lo que hacía y la manera de expresar su amor al prójimo y su acción por Cuba partía de su identificación con la Revolución y con su proyecto social.
En esta noche solo quería decir esto. Recordé cuando en una visita a nuestra iglesia, parado aquí desde este mismo púlpito predicó frente a nuestras hermanas y hermanos y leyó el pasaje bíblico de Josué en aquella experiencia frente a Jericó a unos pasos de la tierra prometida, leyó las palabras que Yahvé le dice a Josué: “Mi siervo Moisés ha muerto, levántate y pasa este Jordán tú y todo tu pueblo”. Y en esa manera propia del predicador negro norteamericano en que la alegoría es una de sus principales características, Lucius dijo: “Todos los pueblos tiene que pasar el Jordán”. Y el Jordán es todo lo que limita, todo lo que impide, toda la muralla que se levanta para que los pueblos puedan ir a su plena liberación, a entrar en la Tierra de la Promesa, la tierra que fluye leche y miel. Entonces sentenció: “Hay que derrumbar el bloqueo para que el pueblo cubano pase en su plenitud a la Tierra de la Promesa”.
Hoy, pensando en la ausencia de Lucius, la ausencia física, podemos decir: “Mi siervo Lucius ha muerto”. Hermanas y hermanos, levantémonos, pasemos este Jordán y sigamos con nuestro pueblo, con su Revolución, con su proyecto socialista hacia la plena liberación de nuestra patria. Qué Dios los bendiga.
Su corazón nos sigue hablando. Javier Domínguez, Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP)
Tuve el privilegio de conocer al reverendo Lucius Walker en 1999, tuve el honor de estar vinculado a él durante 10 años. Sufrí una profunda conmoción cuando escuché sobre su desaparición física. Muchos recuerdos de mis conversaciones con él vinieron en ese momento, sobre cómo enfrentar y desarrollar la solidaridad con Cuba en los EE.UU., su sagacidad, su forma tan didáctica de expresarse, su humildad, clarividencia y conocimiento profundo de la realidad de su país, fue para todos los que le conocimos y tuvimos el privilegio de trabajar con él una gran experiencia.
Podría relatar muchos momentos, pero quisiera decirles que Lucius es una prueba fehaciente de la puesta en práctica del Evangelio en aras de la felicidad del ser humano.
Recuerdo que en una mañana, creo que fue por 2003 ó 2004, me llaman de la dirección del ICAP y Sergio Corrieri, que fuera por muchos años presidente de nuestro instituto me dice: “Javier, hay una madre que ha extraviado su hija en los EE.UU., no sabe de ella y dicen que está recluida en un hospital psiquiátrico de Nueva York. Solo tenemos la dirección de una calle por donde una vez pasó aquella persona. Pensamos que la única persona que podría ayudarla es el hermano Lucius, ponte en contacto con él”. Inmediatamente le pasé aquellos escasos datos a Lucius. No pasaron más de 15 días, ya Lucius había contactado a una señora en cuya casa una vez había pasado la muchacha y tenía la dirección del hospital y la localización de la muchacha.
Fui testigo durante una de sus visitas a Cuba, aquí mismo en el Centro Memorial Martin Luther King, en esta misma iglesia la manera tan desprendida con que Lucius compartía con los vecinos y residentes del barrio y los miembros de esta iglesia, cómo comía y bebía con ellos, como uno más de la congregación.
Escuchando aquí la voz de Lucius, recordé una frase del destacado escritor y poeta indio Rabindranath Tagore que reza así: “Cuando la muerte acalle mi voz, mi corazón les seguirá hablando”. El corazón de Lucius nos sigue hablando, el corazón de Lucius nos sigue latiendo. Y ese latido perenne, continuo y batallador por la Revolución, por la fe y por el ser humano debemos tener siempre hiriente y en nuestro recuerdo. Esa es la mejor forma de recordar al hermano Lucius Walker.
Un profeta contemporáneo
Alberto González, traductor e intérprete y miembro de la Iglesia Bautista Ebenezer de Marianao, quien acompañó a Lucius Walker y a los integrantes de las Caravanas de la Amistad desde 1992
Conocí a Lucius hace 18 años en el Centro Memorial Martin Luther King, el mismo día y a la misma hora que conocía al reverendo Raúl Suárez. Ambos impactaron en mi vida profesional, espiritual y de fe.
Como su traductor, no solo en sus visitas a Cuba sino en algunas que realizamos juntos a los EE.UU. y a Venezuela pude conocer, poco a poco, la personalidad de Lucius. Siempre me hizo sentir muy seguro, me daba mucha confianza. Cuando veía que yo estaba muy tenso, muy nervioso en los actos públicos, medio en broma, medio en serio, me miraba y decía: “No te preocupes, el Espíritu Santo nos va a ayudar”. Siempre me traía unos caramelos especiales para que no me afectara la garganta en las largas charlas que mantenía con la gente y en las conferencias y encuentros durante los viajes de Pastores por la Paz a nuestra Isla.
Hace cinco años cuando estaba cursando mis estudios de Biblia y Teología, elaboré un trabajo de curso para la asignatura Antiguo Testamento y ahí explicaba lo que era para mí un profeta contemporáneo. Ese profeta es Lucius. Les quiero leer este pequeño fragmento: “Lucius es un paradigma en mi concepto personal de profeta, un ser humano que dice lo que piensa sin importar las consecuencias que esto le puede acarrear, que asume con valentía y dignidad humanas la responsabilidad que sus hechos le entrañan, que confía en los hombre y mujeres de buena voluntad, en el amor cristiano, en el poder supremo y divino de Dios, que no se amilana ante las dificultades sino que, por el contrario, se crece ante ellas para sensibilizar a muchos sobre la justeza de sus ideas, que no escatima esfuerzos ni recursos para hacer realidad sus sueños para contribuir al mejoramiento humano y la justicia social.
Sus relaciones de amistad con otras naciones, fundamentalmente con el pueblo cubano, me hacen pensar en las palabras del también profeta Martin Luther King cuando expresara que la injusticia en cualquier lugar que se cometa, es una amenaza a la justicia en todas partes. Pienso que quizá en el futuro, cuando su vida y su obra dejen su impronta en la historia de la solidaridad humana, sabremos reconocerlo en toda su magnitud”.
Tengo el inmenso privilegio de haber sido bautizado por él, junto con el reverendo Suárez. Lucius quería bautizarme el Brooklyn, Nueva York, cuando estuve allí pero le expliqué que quería hacerlo en Cuba. Y tuve el privilegio de hacer mi sueño realidad.
Quiero compartir con ustedes una anécdota, que aunque pueda ser risible, fue una de las grandes penas que he pasado en mi vida. Yo respeto mucho cuando se está predicando un sermón, un culto. Y para un traductor no entender una palabra, en un momento determinado, es algo fatal. Resulta que estábamos aquí mismo en este templo y Lucius le hablaba a la congregación. Ustedes saben que en inglés los términos dog (perro) y duck (pato) tienen una caligrafía diferente, pero una pronunciación muy similar. Y Lucius estaba haciendo un símil con un pasaje bíblico y mencionaba reiteradamente la palabra pato, pero yo cada vez que la decía, traducía perro. Veía que algunos norteamericanos, que más o menos entendían español, se miraban extrañados y comencé a sentirme muy perturbado hasta que Ellen Berstein, subdirectora ejecutiva de Pastores por la Paz, le hizo una seña a Lucius y mencionó la confusión. Lucius captó de inmediato y con su sentido del humor dijo: ¡Cuá, cuá! para indicarme el error. En ese momento quería que la tierra me tragara, nunca en mi vida había pasado una pena tan grande. Me llené de valor y detuve la traducción por un instante y en claro y entendible español dije: “Caballeros, todos los perros que he dicho desde que empecé hasta ahora son patos”. Imagínense las risotadas. En ese momento, Lucius me dio un abrazo y comenzó a aplaudir y todo el mundo lo siguió.
- Todos los testimonios fueron ofrecidos en el Culto ecuménico de recordación a la vida y la memoria del reverendo Lucius Walker, celebrado en la Iglesia Bautista Ebenezer, de Marianao, el día 9 de septiembre de 2010.*