Los logros que dichas izquierdas obtuvieron desde finales de los años 90 expresaron respuestas populares tanto al deterioro de la situación material y de las expectativas de grandes masas de latinoamericanos, como al correspondiente cambio de su estado de ánimo en el momento de ampliarse sus posibilidades de reacción política. Sin embargo, con los matices propios de sus respectivas circunstancias nacionales, tales éxitos fueron victorias conseguidas específicamente en el campo político, sin que, hasta ahora, esas victorias contaran con las condiciones requeridas para remecer otros planos sociales.
Aún así, estas izquierdas han probado que, hasta el actual nivel del desarrollo e inquietud sociopolítica de sus países y de la región, ellas no solo son capaces de administrar al régimen capitalista mejor que las propias derechas, sino que también pueden hacerlo de formas que han mejorado significativamente las condiciones de vida de millones de latinoamericanos. Aunque, asimismo han mostrado que todavía no pueden remplazar, por esta vía, al régimen existente por otra formación histórica más avanzada.
LA CONTRAOFENSIVA
Si bien en el terreno político el gran capital y sus políticos, partidos y medios de comunicación sufrieron un importante revés en esos países latinoamericanos, los núcleos principales de la derecha conservaron sus instrumentos básicos de actuación, penetración y poder. Pese al inicial desconcierto que hayan padecido en el plano subjetivo, en lo esencial salvaron los instrumentos básicos del sistema político previamente establecido, así como el control de los medios periodísticos más poderosos. Es decir, en estos años las izquierdas vencieron políticamente a las formas tradicionales de las derechas, pero no derrotaron a la derecha como tal.
Al cabo, tras una gradual revisión de estas experiencias, los talentos y medios de comunicación de las derechas, hegemonizados ahora por el capital financiero, decantaron y renovaron sus opciones estratégicas y reactualizaron sus opciones políticas. Desde entonces, su contraofensiva ha venido articulándose tanto en los países donde alguna corriente de la izquierda les ganó elecciones, o estuvo cerca de ganárselas, como también donde eso no ocurrió.
El clima propicio para que esa contraofensiva pueda incidir en las capas sociales subalternas se benefició con el ambiente de confusión ideológico cultural que vino tras el reflujo de los proyectos revolucionarios de los años 60 y 70, el colapso del Campo Socialista y la URSS, la ofensiva neoconservadora y el “pensamiento único” de los 80 y 90, junto con la falta de alternativas políticas que darle a los malestares e inconformidades sociales desatados tras los subsiguientes “reajustes” neoliberales, con sus abusivos y desoladores efectos.
En ese ambiente, la ofensiva político cultural de la derecha neoliberal encontró más críticas que contrapropuestas de la izquierda y, por consiguiente, una oportunidad de recoger y abanderar en su provecho parte de los disgustos y frustraciones sociales característicos de aquel período.
A la postre, hemos presenciado una metamorfosis de la derecha que, a su vez, adicionalmente busca inducirle a las izquierdas una metamorfosis paralela, moldeada a la medida del interés estratégico de esa “nueva” derecha.
Para tales propósitos, la participación de agencias oficiales, fundaciones privadas e intereses empresariales de Estados Unidos y de algunos países europeos no se ha ocultado.
AMÉRICA LATINA EN DISPUTA
En gran parte de América Latina las agrupaciones progresistas mantienen la iniciativa política, pero ya está en curso una importante contraofensiva de la “nueva” derecha. Nos encontramos ante un anchuroso mosaico social que está en disputa y como corresponde a tiempos de transición donde hay diversas opciones abiertas. Por un lado, esa “nueva” derecha tiende a prevalecer sobre las formaciones conservadoras tradicionales, pero sin marginarlas. Por el otro, el panorama de las izquierdas es más heterogéneo, como es natural a su naturaleza cuestionadora y creativa, que explora diversidad de caminos.
En nuestra América las incertidumbres y precariedades, agravadas por las políticas neoliberales y su fracaso, concurren con el anterior abandono de los referentes y proyectos desarrollistas y revolucionarios de los años 60 y 70, y con la insuficiencia de otras propuestas más eficaces para los tiempos que corren. La crisis social está más avanzada que el desarrollo de nuevas alternativas político ideológicas.
Tras tantos años de insatisfacciones la gente está harta, sin que eso signifique que ya es consciente de sus posibles alternativas históricas. Así las cosas, ese difuso y multiforme malestar social ha contribuido a fortalecer el apoyo electoral a opciones de izquierda, pero no necesariamente a aceptar alternativas más radicales. El dolor y la irritación por las consecuencias de la desigualdad extrema, el empleo precario y la miseria conviven con el descrédito de los sistemas políticos conocidos y, a la vez, con una extendida sensación de temor que viene de la falta de seguridades y la frustración de expectativas.
Es en ese contexto que ahora toca medir fuerzas con una derecha renovada y mejor articulada que viene a disputar el campo político. Y que viene a hacerlo con los recursos que ya sabemos: el predominio mediático, una orquestación continental y unas consignas populistas que tienen la fuerza de una brutal simplificación de los problemas y expectativas populares, que no necesita mayores esfuerzos explicativos. La naturaleza elemental y retrógrada de esas consignas facilita su asimilación.
En períodos así el piso político es movedizo: abundan los realineamientos tácticos, programáticos e ideológicos de las dirigencias de los partidos políticos y organizaciones, como también de los sectores sociales que ellos pretenden representar. Esto es un espacio propicio para cualquier género de aventureros, como Fujimori. Pero si bien es cierto que la crisis económica, sociopolítica e ideológico cultural propicia confusiones y recomposiciones, no por eso conlleva el supuesto “retorno a la derecha” que hoy predicen determinados “analistas”. Al contrario, en ningún país latinoamericano hay un movimiento de masas en apoyo de proyectos contrarrevolucionarios.
Aunque aquí o acullá la izquierda política no ha renovado sus propuestas, la vida le da arraigo a una izquierda social que se extiende aunque todavía no esté conceptual ni organizativamente desarrollada. Si en vez de preguntar por las siglas partidistas se cuestionan los problemas diarios tema por tema, se comprueba que es falso que nuestros pueblos deriven hacia la derecha, pese a “la rémora histórica de confusión, desideologización y desorganización” que los deja inermes por obra del oportunismo de algunos liderazgos inescrupulosos. Por eso, las campañas de la “nueva” derecha se ven tan necesitadas de remedar discursos progresistas.
Lo que pasó en Chile en las elecciones del 2009 no prueba otra cosa. La Concertación por la Democracia, que gobernó a ese país por 20 años, no fue un ejemplo de la reactivación que las izquierdas latinoamericanas experimentaron desde finales de los años 90 en rechazo a las tesis y secuelas del neoliberalismo. La Concertación fue producto de la etapa previa, de transición pactada de la dictadura a la democracia neoliberal (que tuvo lugar paralelamente a la conciliación de la socialdemocracia europea con el neoliberalismo). La subsistencia del modelo pinochetista de Constitución, institucionalidad pública, sistema electoral y economía de mercado así lo recuerda, a la vez que es huella de una transición democrática que quedó inconclusa.
El hecho de que esta subsistencia se instrumentara con participación de una parte de la izquierda debe evaluarse vis a vis con las importantes conquistas en materia de libertades públicas y derechos humanos que eso inicialmente facilitó, en su primera etapa. Mas no será sino ahora paradójicamente, bajo un gobierno de la “nueva” derecha cuando el pueblo chileno tendrá oportunidad de luchar para que la transición democrática se complete y por incorporarse al proceso de renovación del papel y la naturaleza de las izquierdas latinoamericanas.
por: NILS CASTRO