Sucede que los jóvenes, que concurrieron sonrisa en ristre, iban así, riendo, riendo mucho, puesto que la muerte no se impone, ni el mal olor de las letras que la reclaman. Por demás, seríamos deshonestos si dijésemos que sentimos tan profundo el que Che no esté, como aquel quien tuvo que dar la noticia y aquellos que colmaron la Plaza de la Revolución en un silencio que nadie lograba ni quería comprender.
Para nosotros, los que crecimos en los ocho de octubre, sabiendo de la caída en combate del Comandante Guevara; los de hoy, los que lo portan en camisetas y escapularios y guitarras, no hay razón en ser continuadores de la muerte. La vida prima. La vida sí se impone.
Fue ese el resultado que buscásemos las banderas más alegres, los colores de todos, y nos dirigiésemos hacia unas construcciones de hormigón armado que nunca se concluyeron (en el Instituto Superior Politécnico José Antonio Echeverría) y popularmente la muchachada los bautizó como “las ruinas”.
Paradoja inevitable, puesto sobre las paredes de las ruinas, por donde nadie transita o repara en estas, allí la libertad dejó de ser palabra huera, se iluminaron con imágenes que proyectaban de un argentino devenido en ciudadano del mundo.
Las ruinas olvidaron que son ruinas. Que lo fueron. Ya hoy cada quien pasa y ha de mirar y detenerse y saber que hubo un parto, que los murales, quizá pequeños pero estridentes, no fueron comedidamente pensados por “los que se creen depositarios únicos del legado revolucionario; los que saben cuál es la moral socialista y han institucionalizado la mediocridad y el provincianismo; los burócratas (con o sin buró)” . (1)
Se deconstruyó para construir. Hacia ningún lugar vamos con la destrucción, pero tampoco hacia ningún lugar vamos en los rieles del continuismo. Era una contravía reproducir los tradicionales actos conmemorativos. Sobra plasmar que hubo ruptura: la ruptura necesaria. Esa ruptura obligatoria que impone la lucha generacional. El cañón de un fúsil no es guía, no lo es hoy. Honduras lo pone en el ruedo y en las ruedas entorno a la fogata lo hicimos constar; y sin embargo, esto no es una antítesis del pensamiento guevariano.
Echamos al tacho de la basura la consigna huera y se trajo el pensamiento crítico. De Mafalda al Sub Comandante Marcos. De Paulo Freire a Cintio Vitier. Cada desarrapado del mundo es uno de los fuegos que hacemos para alumbrar la noche. Todos caben en la boina del Che.
por: Frank García Hernández