Qué difícil es cantar en un lugar como este
y hacer que el alma se preste otra vez a disfrutar.
Hemos venido a dejar el arte a otros ciudadanos.
A ustedes, seres humanos en difíciles procesos
porque aunque se encuentran presos
no dejan de ser cubanos. (*1)
En contraste con la frialdad de los exteriores de la Prisión provincial de Granma, puertas adentro el ambiente es agitado y como de campo de feria, que refuerza un sol amarillo y abrasador. Faltan diez minutos para que inicie el concierto, fijado a las tres de la tarde. Artistas, técnicos, oficiales, soldados, reclusos, periodistas se arremolinan camino a una sala del edificio principal del penal, donde se ha montado una exposición de Ernesto Rancaño, el pintor que acompaña la gira.
Casi no se puede dar un paso en la salita rebosada de gente. Para llegar hasta ella hay que pasar primero por un recibidor donde algunos reclusos, tímidamente, han esperado para obsequiar piezas que ellos mismos tallaron para los artistas. Entre las manos cuarteadas de un muchacho de basto uniforme azul hay un barquito de madera. “¿Puedes imaginar qué se siente cuando ellos te entregan su regalo? No te lo dicen con palabras, pero tú las percibes en el gesto. Algo de ellos saldrá de la prisión”. Alexis Díaz Pimienta, repentista y escritor, es el primero del pequeño grupo de trovadores de esta “Expedición” con quien tropiezo. Es el tercer centro penitenciario donde ofrecen su concierto, organizado por Silvio Rodríguez y en el que participan también Amaury Pérez, Vicente Feliú y el cuarteto Sexto Sentido, acompañados del escritor Reinaldo González, el cineasta Léster Hamlet y la fotógrafa María Teresa González (Petí). “Como el primer día, tengo sentimientos contradictorios –confirma Alexis. Uno sabe que son presos, que están aquí porque hicieron daño a otros, pero a la vez no puedes dejar de compadecerlos ni puedes impedir que te duela su tragedia”.
Pasa Silvio, camisa roja y gorra azul, y uno de los técnicos del espectáculo se anima a contarme al menos una anécdota: “En una de las cárceles que visitamos, alguien le dijo: ‘Silvio, ojalá que se acaben los presos’. Él ni lo pensó para responder: ‘Sí, pero que primero se acabe el delito’.”
Son ya las tres. Salimos al exterior, casi en fuga. Va a empezar el concierto en el patio del penal, una explanada enorme donde hay 3 000 sillas ocupadas, frente a una tarima azul de la que cuelga una guirnalda de rosas amarillas. A un costado, la Banda de conciertos del centro penitenciario, 30 presos ahora sentados, con sus instrumentos sobre las rodillas. “Fíjate, están los reclusos y sus familiares”, va comentándome Reinaldo González mientras busco mi asiento. ¿Están obligados a venir al concierto? “No, claro que no”, responde. Desde el público se aprecia mejor el escenario. La tela del fondo es una mujer con cara de luna y un solecito en el pecho, pintura de Rancaño que aparece en la portada del disco “Expedición”.
Por fin, vibra el micrófono y se escucha: “Buenas tardes, soy Silvio Rodríguez.”
Una pausa y el murmullo cariñoso que parece replicarle “¿pero quién no te conoce, Silvio?”. Él explica a qué han venido. “Estamos aquí porque creemos en ustedes. Tenemos fe en el hombre y en la mujer, tenemos fe en los jóvenes, y nos sentimos igual que ustedes. Esta gira la iniciamos en 1990, pero tuvimos que interrumpirla después de visitar algunas prisiones del Occidente –la impidió el Período Especial-, y ahora llegó la oportunidad de continuarla. Somos un grupo de artistas, de los muchos que se brindaron, pues esta fue una idea bien acogida, no solo por la Asamblea Nacional, sino por artistas de varias manifestaciones.”
Al escenario llega Reinaldo, Premio Nacional de Literatura. Sus palabras son tan breves y emocionadas como las del cantautor: “El hombre es perfectible: no hay detrás de esta palabra nada místico, sino una convicción realista. Nos hemos reunido un grupo de amigos para venir trayendo música y alegría de vivir que es imprescindible para superar cualquier angustia.” Y continúa: “Soy escritor y no quise venir con las manos vacías. Con la ayuda del Instituto Cubano del Libro, he seleccionado 302 obras entre los grandes títulos literarios de la humanidad. Autores muy diversos, imprescindibles para la formación cultural. No hemos pensado solamente en el que comienza a leer, sino también en el que suele leer y su cultura le exige superación”.
Reinaldo presenta a una cantante bayamesa, Lidia Alcobea, técnica de laboratorio del hospital del penal, y ella a Vicente Feliú, que viene con un poema de Antonio Guerrero, uno de los Cinco cubanos prisioneros en Estados Unidos, que el trovador musicalizó. Vicente sigue con su “De donde habita el corazón” y ese himno generacional que es “Créeme”.
Ha comenzado “el guateque”, como anunciara Reinaldo poco antes, y Silvio sube nuevamente al escenario para cantar a dúo con Vicente “El colibrí” y luego, solo, “Cita con ángeles”, “Pequeña serenata diurna” y “Expedición”, de la cual apunto estos versos enigmáticos: “Hoy somos ángeles caídos/ junto al que fuimos a curar”. Busca el tono de la guitarra por unos segundos que se alargan: “Es que el sol desafina las guitarras”, se disculpa y empieza a sonar “La gota de rocío”. Se escucha, como voz segunda, un coro espontáneo de las mujeres del público,mayoritariamente combatientes que trabajan en prisiones de Granma.
Miro detrás de mí. A un par de filas de distancia están intercalados un grupo de presos y sus familiares. Una mujer de ojos cansados no deja de apretar la mano del que parece ser su hijo, quien canturrea bajito: “La gota de rocío/ del cielo se cayó/ y en ella el amor mío/ la carita se lavó”. Canta y sonríe con los ojos clavados en el trovador y yo me desarmo. Ni siquiera puedo apuntar lo que pienso en este instante. Cualquiera se da cuenta que la dignidad no es propiedad que tenga el ser humano, como tiene páncreas o sistema nervioso, sino que es una idea de sí mismo, quizás un momento como este, una esperanza, un proyecto alumbrado por él, que se mantiene mientras lo mantenemos.
Es temprano todavía pero ya hay luna en el cielo
se enteró de que en el suelo hay música y poesía.
Es raro, siendo de día, ver la luna en primer plano;
se enteró del gesto humano al que Silvio convocó
y no sé si no durmió o se levantó temprano.
La misma música
Es verdad, son poco más de las cuatro de una tarde iluminada de modo tan implacable que el público tiene que ponerse la mano como visera para ver a los artistas, y sin embargo, la luna está a un costado del cielo y en el mural de algo más de tres metros que a mi izquierda pinta Rancaño, junto a cinco artistas plásticos de la provincia y a dos reclusos. Uno de los presos dibuja con parsimonia el detalle astral casi a mitad de la tela, el punto de partida para un cuadro sin motivo preconcebido, que va armándose a medida que se escuchan las canciones. En cinco bandejas de aluminio, traídas del comedor de la prisión, mezclan las pinturas.
Cuando sube a la tarima el cuarteto Sexto Sentido, el mural está terminado y en él se reconoce un barco fantasmagórico, partido en dos por un árbol sin hojas que alza una estrella entre sus ramas secas. Detrás de esa primera luna tímidamente azul aletea una paloma blanca.
Para entonces ya cantaron Alexis Díaz Pimienta y Amaury Pérez. Y para entonces hemos llorado y nos hemos reído muchísimo. El humor de Amaury, que celebra en esta gira sus 25 años de casado con Petí, ha relajado la tensión emotiva del concierto: “Recuerdo muy bien la primera vez que vine a Bayamo hace unos 30 años. Salí del hotel donde me hospedaba y me fui al Parque Céspedes. Me encontré dos personas mayores, tomando un alcohol ‘raro’: ‘la sonrisa del tigre” dijeron que se llamaba la bebida. ‘Tómate un trago para que tú veas por qué se llama así’. El sorbo bajó perfecto, pero cuando subió hizo: ‘ahhhhhhhhhh’”. Amaury cantó “Te perdono” de Noel Nicola –“que si viviera estaría aquí, con nosotros”-, “Acuérdate de abril” y cuando iba a entonar “Si yo pudiera…”, advirtió que “esta canción la escribí en una gira por Europa con Pablo Milanés y Sara González, donde, por cierto, nadie entendía las letras. No me hizo mucha gracia cuando en Hungría anunciaron que iba a cantar ‘Amauroska Perezoska’.”
El concierto termina con los reclusos y los artistas, juntos, en el escenario. Toca el Sexteto Granma, constituido en prisión. La primera voz y guitarra no lleva el uniforme de presidiario, porque es un hombre libre. No hace mucho terminó de cumplir su condena –casi 20 años-. Cuando lo invitaron para que cantara junto a los compañeros del grupo que él había fundado, aceptó sin titubear. A Yayito, así lo conocen en la prisión y en Bayamo, le pregunto qué ha pasado con su vida: será evaluado como músico profesional y va a empezar a recibir clases de guitarra, de solfeo y las asignaturas teóricas, con profesores de Bayamo. “La música me salvó”, dice y se inclina para saludar a uno de los integrantes de la Banda de Conciertos del penal, la primera de cuatro que ya se han constituido en el país, integradas por presos que sufren largas condenas. ¿Por qué ellos? La razón es sencilla, me explican: para que la vida no sea para esos seres humanos un agujero negro hasta el final. Son poco más de las cinco de la tarde. Los instrumentos han desaparecido del escenario y los presos, en fila, regresan a sus celdas. “Se acabó el sueño y ha vuelto la realidad”, pienso en voz alta.
Sí, pero ya no será igual que antes –interviene Amaury. Ni para ellos ni para nosotros. ¿Viste que cantamos no más de tres canciones cada uno? Pues nos sentimos como si hubiéramos cantado durante tres horas seguidas. Regresamos siempre cansadísimos, nos derrumbamos literalmente, porque las emociones son tremendas, incomparables.” Le pido un ejemplo: “Me encontré con un muchacho que me dijo: ‘Amaury, yo siempre soñé con darte un abrazo y mira dónde te lo vine a dar’. Le pregunté cuánto tiempo le faltaba para salir: ‘un año’. ‘Pues prométeme que cuando salgas me vas a ir a ver para darnos otro abrazo’.”
(*1) Las décimas que acompañan este texto fueron improvisadas por Alexis Díaz Pimienta durante el concierto