Ligada a este sueño desde sus días fundacionales y por razones no sólo efectivas —la Cátedra lleva el nombre de la primera mujer ordenada por la Iglesia Bautista en Cuba—, Raquel Suárez no esconde cierta emoción al hablar de Clarita, como cariñosamente todas y todos la conocían en el Centro, la iglesia local y el círculo de amigos y familiares.
Le propongo una conversación informal. Y la ocasión sirve como pretexto, pues por estos días de mayo, se desarrolla la oncena edición de la Cátedra, esta vez bajo el tema eje de Biblia y género, conducido por un equipo del Programa socioteológico y la biblista uruguaya Cristina Conti.
Me interesa conocer cuáles fueron los aportes de Clara Rodés al tema de género en su ámbito de vida, el espacio de la iglesia y la comunidad. Y la pregunta salta al ruedo. Entre el reguero de papeles, el teléfono imprudente, el ruido de los autos que pasan por la populosa Avenida 51 y el calor de este agónico verano, comienza la plática:
Mi mamá no sólo fue una adelantada para su tiempo en su pensamiento y práctica pastoral sino que dejó para las mujeres que asumimos hoy determinado liderazgo un tremendo desafío: ¿Será que llegar a la ordenación como pastoras nos llevará a reproducir los mismos modelos de dominación, jerarquía, autoridad y poder que hoy se dan en las iglesias?
Me parece que su principal aporte fue su práctica pastoral, claro, una práctica sustentada por una concepción teórica, metodológica y, en el caso del ámbito eclesial, por una cosmovisión bíblica y socioteológica. La iglesia y la iglesia local fueron su espacio de vida y de fe. Ella recorrió un camino, hizo un peregrinaje que comienza en su contexto familiar donde adquirió una sensibilidad ante la cultura, la sociedad y la política de su tiempo.
Es contradictorio, hermosamente contradictorio, como esta mujer tan abierta al cambio tuvo, sin embargo, una formación, digamos, conservadora, fundamen-talista, ¿verdad?
Ahí tienes tú. Se forma en los Colegios de Cristo que eran muy patrióticos pero teológicamente fundamentalistas. Luego, viene para La Habana a estudiar en el Seminario y pasa lo mismo. La Convención Bautista de Cuba Occidental: antiecuménica, fundamentalista, la Biblia se estudiaba casi literalmente, y respecto al tema de la mujer con una visión muy cerrada y estrecha.
Las mujeres que podían estudiar teología en el Seminario salían graduadas, igual que los varones pero si no se casaban, adquirían el status de misioneras, es decir, podían atender una iglesia pero no podían bautizar, ordenar, casar ni dar la comunión. Y a pesar de esa formación, siempre estuvo muy abierta al cambio. De hecho, al casarse con mi papá, los dos se vinculan al movimiento ecuménico y a la Coordinación Obrera Estudiantil Bautista de Cuba (COEBAC) —un movimiento de laicos y pastores bautistas que empieza a reflexionar críticamente sobre la herencia bautista, y rescatar los orígenes e influencias anabaptistas— y esto afianza aún más en ella esa actitud para el cambio.
En esa visión de acercamiento al movimiento ecuménico influyó el Maestro René Castellanos que visitaba la iglesia de Colón, y también los diversos espacios ecuménicos que irrumpieron por esos años como el Consejo de Iglesias de Cuba (CIC) y el Movimiento Estudiantil Cristiano (MEC). Mis padres entran en contacto con la teología de Sergio Arce y, en general, con la producción teológica de la Iglesia Presbiteriana, con Miriam Ortega, por ejemplo, que ya estaba trabajando, de alguna manera, en una educación cristiana alternativa para aquel tiempo. Y todo eso les abrió el camino hacia una teología más contextual, donde se trataba de encontrar y definir cuál era el papel de la iglesia en una sociedad socialista.
¿Pero cuándo Clarita entra en relación con la temática de género?
El primer contacto creo que fue en un evento organizado por el antiguo Departamento de Mujeres del CIC al que asistieron numerosas mujeres latinoamericanas que ya estaban reflexionando desde la hermenéutica en torno al tema de género. Claro aún no se hablaba de la teoría de género; pero ella incorpora todo ese conocimiento a su práctica pastoral y a su vida. En esa época se hablaba de las imágenes de Dios, se trataba de rescatar el rostro femenino de Dios, pero eso entrañaba una especie de trampa porque reproducía los estereotipos de género: la imagen tierna de Dios, Dios como madre. Fue un paso de avance, aunque no completo, pero un paso de avance al fin y cabo.
Ten en cuenta que en el contexto de la Iglesia, Dios siempre fue visto como padre, varón y heterosexual. Clarita trabajó, de alguna manera, con esas imágenes de Dios. Recuperó, por ejemplo, la cuestión de la perspectiva femenina en la teología; y en la Biblia comenzó a rescatar para el trabajo educativo con la comunidad, aquellos pasajes y textos que legitiman la practica excluyente y de dominación sobre la mujer, y otros que son más liberadores. Recuperó a Jesús como una figura que rompió determinados esteriotipos dentro de los esquemas patriarcales de su época. También en su cotidianidad como pastora, en sus sermones y en la escuela dominical hizo una reflexión actualizada para ese momento.
Te digo, más, cuando nuestra iglesia y mis padres son separados de la Convención y se forma la Fraternidad, la iglesia Ebenezer decide ordenarla. Ella lo asume como una reivindicación de la mujer cubana, y de la mujer dentro del ámbito eclesial en nuestro país. A pesar de haber sido ordenada, nunca estuvo satisfecha. Siempre pensó que podía hacerse mucho más para lograr la verdadera equidad en la cuestión de género.
Clarita también se sintió muy atraída y entusiasmada por la educación popular…
Ella se dio cuenta que la educación popular era una herramienta indispensable para la organización de la comunidad. Nuestra iglesia seguía los patrones organizativos tradicionales de la Convención Bautista, es decir, funcionábamos por Departamentos cuyos responsables lo programaban todo; los espacios formativos eran expositivos, con una teología fundamentalista. Y qué hizo Clarita, y también mi papá, pues como ya estaban participando en los espacios ecuménicos, decidieron compartir esa renovación por la cual estaban pasando con toda la iglesia. No como otros pastores que entraron al movimiento ecuménico pero sus iglesias se quedaron atrás. Es verdad también que recibieron el apoyo de mucha gente, sobre todo del sector más joven de nuestra iglesia que se abrió a toda esa experiencia.
Pero no se quedó ahí. Empezó a producir materiales para la escuela dominical con un contenido teológico nuevo, liberador, con herramientas de la hermenéutica que se estaba produciendo hasta ese momento.
Tradujo de forma autodidacta numerosos materiales de Carlos Mesters, padre de la Lectura Popular de la Biblia en América Latina. Hizo una contribución muy importante a la manera de leer la Biblia, teórica y metodológicamente; propició la renovación de la educación cristiana, de la estructura de la comunidad al cambiar de la concepción de Departamentos para asumir un modelo gestado a partir del Concilio Vaticano II y, luego en Medellín, que es el modelo de las Pastorales. En esa época, las iglesias empezaron a reflexionar sobre el concepto de Pastoral.
Todo eso ella lo aplicó en nuestra iglesia local. Se crearon alrededor de unas diez Pastorales, algunas etarias; otras de ministerios específicos que antes eran asumidos por el pastor y ahora por un equipo de liturgia. De modo que al cambiar esa estructura tradicionalista, también cambian los roles y la participación porque se crean equipos de trabajo para cada Pastoral y la/el coordinador integraba la Junta de Educación Cristiana. Se crea un cuerpo de programa de alrededor de veinte o treinta personas que, además, pasan por diversos talleres de formación: liturgia, educación cristiana… Es decir, todos los saberes que ellos lograron acumular los compartieron entre todas y todos.
Por otra parte, mi mamá no solamente fue reconocida por ser líder de esta iglesia, sino también por ejercer un pastorado que promovió la participación y la formación de líderes, sobre todo de jóvenes: hombres y mujeres.
Y claro, al promover la participación crece vertiginosamente nuestra congregación. La presencia de mujeres en nuestra iglesia se hace mayoritaria. Un 80 por ciento de la membresía son mujeres que comienzan a asumir liderazgos. Antes de estos cambios los líderes eran diáconos masculinos. Es decir, había mujeres pero eran secretarias, maestras de la escuela dominical, es decir, asumían roles tradicionales que respondían a los estereotipos de género. Ya no es así. De hecho esta es una iglesia donde prácticamente la mayoría de sus miembros son mujeres.
Te digo más, el hecho de formar un equipo pastoral junto a mi papá —sí creo que ellos funcionaban como equipo, porque ella no era simplemente la esposa del pastor sino que tenía muy claras sus vocaciones, dones, capacidades—, propició que se dedicara mayormente al trabajo en la esfera educativa, en la organización para la participación. Y ahí se produce un cambio de concepción esencial: si antes el sujeto fundamental era el pastor, ahora el sujeto de la acción pastoral es la comunidad.
¿Su aporte más vigente?
Creo que, sin dudas, fue su práctica pastoral. También está el asunto de la iglesia como comunidad de fe, como espacio comunitario, el Reino de Dios como una realidad utópica, metáfora que se usa para hablar de otra realidad posible. Esos fueron sus aportes fundamentales porque ayudó a que comprendiéramos que nuestro fin, nuestra mira no es la iglesia sino el mundo, la transformación de ese mundo. Esa concepción nos ha creado a todas y todos una base teológica que nos integra a la vida y es el fundamento para nuestra militancia social y eclesial.
Cuando se funda en Pogolotti la Casa de la Mujer se acerca a la gente del barrio que hoy está vinculada al CMMLK y a la Red de Educadores Populares. De manera intuitiva se insertó en las estructuras de la comunidad porque vio la necesidad de entender a la iglesia como un espacio de servicio a la comunidad más allá de lo local.