(Por Carlos Aznárez)
Resumen Latinoamericano, 5 marzo 2020
Siete años ya sin el Comandante Hugo Chávez y su impulso arrollador para explicarle a los pueblos de qué se trata la Revolución que hay que construir. Sí, la Revolución con mayúsculas, que no es lo mismo que apelar a los atajos reformistas o socialdemócratas a los que algunos intentan acostumbrarnos. Porque si hay algo que Chávez fue teniendo claro al calor de su práctica es que para que cualquier sociedad crezca en serio, se desarrolle y genere una vida digna para sus gentes, no alcanza con paños fríos o actitudes posibilistas, sino que hay que darlo vuelta todo y generar una transformación profunda. Cueste lo que cueste.
Si nos ponemos a pensar cuánto ha involucionado el continente desde que él partiera hacia la eternidad, nos sorprenderíamos que todo ello haya ocurrido en tan poco tiempo. El neoliberalismo que el Comandante Supremo enfrentara con las armas en la mano al intentar derrocar por la vía de dos levantamientos cívico-militares en 1992, logró tomar fuerza en unos países mas que en otros de Nuestramérica. Esto ha provocado retrocesos en materia económica, política, sindical y a nivel de relaciones exteriores tras la irrupción de mandatos que van desde el fascismo declarado, como Bolsonaro, la golpista Añez e Iván Duque o alucinados como Bukele, hasta arrodillados ante el imperio como Piñera, Abdó Benítez o Gianmattei, por citar sólo a algunos de los que han irrumpido por distintas vías, incluida los llamados «golpes suaves”. En un andarivel diferente, y generando ciertas esperanzas (aunque notoriamente controladas por factores hostiles inducidos por el imperio) abrevan López Obrador y Alberto Fernández, este último claramente limitado por una deuda externa impagable que condiciona el futuro de lxs argentinxs. Sin embargo, ambas experiencias contienen la carga positiva, que a pesar de seguir protegiendo al capitalismo, lograron quitar del tablero dos experiencias de gobierno altamente destructor y devastador para ambos pueblos.
Frente a ese panorama, es bueno para la memoria y la salud colectiva evocar a Chávez, que como su maestro Fidel, fueron ventarrones de pasión y energía, militantes de la ética y el coraje audaz de los que quieren cambiarlo todo y ponen el cuerpo en cada iniciativa que enfrentan.
Contundente a la hora de tomar decisiones, sobre todo aquéllas que tenían que ver con los intereses de su querida Venezuela. Apasionado y entusiasta en la defensa de los más humildes, a los que dedicó todos y cada uno de los días de su mandato. Procurador de la unidad para golpear todos juntos al Imperio, algo que demostró no sólo en la política interna sino en la doctrina que sentó a nivel de Latinoamérica y el mundo. Cerebral y con los pies en la tierra cuando se trataba de abrir las puertas al debate -incluso con sus enemigos más feroces- y a la hora de formular ideas que permitieran acercar posiciones que estaban en las antípodas. Así era Hugo Chávez.
Forjador de las armas más potentes para enfrentar los embates de los Bush o los Obama (ni qué decir lo que le estaría replicando a Trump) esas que no se cargan con balas sino con el desarrollo de una conciencia sólida y vital, recogida de la historia de lucha de nuestros pueblos. Sólo él y nadie más que él tuvo la lucidez para darse cuenta que había llegado la hora de enrumbar al continente hacia la Segunda Independencia que tanto se nos ha negado, y que aún sigue siendo asignatura pendiente. Rescatador de nuestros próceres y hacedores de gestas, a quienes extrajo del mármol o el bronce y convirtió en actores de inusitada vigencia. Bolívar, San Martín, Sucre, Manuelita Sáenz, O’Higgins, Guacaipuro, Túpac Amaru, Simón Rodríguez, Sandino, Evita Perón y por supuesto, al Che Guevara. Con ellos en la mochila, convocó a rescatar la Patria Grande de la manos hechas garras del Norte brutal. Denunció el azufre derramado por Bush en la tarima de la ONU y le pegó un soberano patadón en el trasero, en aquellos días gloriosos en que el ALCA fue demolido por un grupo de presidentes que lo arroparon.
Pensando en los niños y niñas, en los ancianos y ancianas, en los condenados de la tierra (este Comandante feminista y antipatriarcal introdujo el lenguaje de género en la política, como nadie antes lo había hecho), le dio fuerza a las Misiones y las convirtió en imprescindibles a la hora de desarrollar su gestión. Eludió las burocracias ministeriales y como si fuera un conejo que el mago saca de la galera, entregó a su pueblo la posibilidad de alfabetizarse a pleno, de obtener atención médica gratuita con la Misión Milagro, de la mano de Cuba solidaria. Posibilitó acceder a los más pobres, por primera vez en décadas (o en siglos) a las Universidades. Las Misiones se convirtieron en río correntoso y en bandera de enganche de las grandes mayorías: viviendas para todos y todas, el Mercal alimentario para romper con las cadenas de la intermediación, la Misión Música, el Banco de la Mujer, la práctica deportiva en los barrios, la Misión Ciencia, o la Che Guevara (de formación socialista), la Misión Negra Hipólita, o la de las Madres del Barrio. No alcanzarían los días del año para enumerarlas, y a todos ellas el Comandante les imprimió su impulso personal, su sapiencia y sus horas sin dormir para que se hicieran realidad. A Chávez Frías, el nieto de Maisanta, guerrillero montaraz, recordamos en estas apretadas e insuficientes líneas.
Abanderado de las y los trabajadores venezolanos que durante los
gobiernos neoliberales habían sufrido el repetido ninguneo de sus
demandas salariales, por parte de los gobiernos de la Cuarta República
que abrevaban en componendas con las cámaras empresariales. Chávez
apuntó desde el comienzo de su mandato a generar una central sindical
bolivariana que dejara de lado los manejos burocráticos de la antigua
estructura gremial, acuerdista, burocrática e íntimamente relacionada
con los patrones de Fedecámaras.
Hijo proclamado de Fidel, junto a él
plasmaron un huracán que recorrió el continente derramando ideas,
fuerza, sabiduría y esa particular forma de recrear la política sin
especulaciones de ningún tipo. Al son de semejante duo nació el ALBA,
dotando a Latinoamérica y el Caribe de una herramienta eficaz para
impregnarse de solidaridad, espalda con espalda. Pero no sólo eso, sino
que supo mostrarle al mundo que a los gringos se les podía hablar de
igual a igual, sin titubeos ni sumisiones, como había venido ocurriendo
hasta que las naciones afro-indo-americanas recuperaron su autoestima y
se echaran a andar. Esa fue su primera hazaña, pero luego fue por más, y
ayudó (con una paciencia invalorable) a construir la CELAC y la UNASUR,
juntando a todos -de derecha a izquierda- pero sin el tutelaje
norteamericano que les marcara el libreto. Chávez lo hizo, y su huella
fue recorrida por otros como él, nacidos de las luchas en Bolivia,
Nicaragua, Ecuador y tantos otros sitios.
Impecable a la hora de hablarle al pueblo con la verdad. Maldiciendo al tutelaje yanqui, o sacudiéndose de encima a los diplomáticos sionistas, agresores de Palestina ocupada. Con una lenguaje didáctico, le fue explicando a su propia gente que había que mantenerse alerta contra los golpistas de adentro y de afuera. Lo planteó, recordando su propia experiencia en aquél fatídico 2002 de la matanza de Puente Llaguno, su secuestro en La Orchila, el rescate por parte de quienes bajaron de los cerros a demostrarle su amor y lealtad, el golpe petrolero y su propia decisión de radicalizarse al máximo para no darle la otra mejilla a sus enemigos. En verdaderas asambleas populares de casi dos millones de almas, supo dar las indicaciones precisas para que las milicias empezaran a ocupar un espacio necesario, pero también valoró el papel meritorio que en el proceso revolucionario han venido jugando las Fuerzas Armadas, que bajo su mando se restearon junto a los bolivarianos de a pie. Hugo Chávez, ha sido el motor fundamental de tales hazañas.
Ahora que su legado ha sido recogido por millones en el mundo, y que su compañero de tantas luchas, Nicolás Maduro, preside el país con coraje y una lealtad indiscutible, es hora de que redoblemos el homenaje a quien indudablemente, cayó combatiendo, en una patriada de “victoria o muerte”. Qué otra cosa fueron esos días de pelea a brazo partido con ese cáncer que le quemaba el cuerpo pero no le hacía retroceder en su fuerza ideológica y discursiva. Quién no recuerda, sin que se le erice la piel, aquella tarde caraqueña del 4 de octubre de 2012, cuando bajo un verdadero diluvio, el Comandante se trepó al palco y ante una multitud increíble gritó ¡Viva la Revolución!, y convocó a hacer el esfuerzo final para obtener el triunfo en las elecciones cercanas. El palo de agua que caía sobre su enorme figura no logró arredrarlo, tampoco pudo con él la brutalidad del dolor que le provocaba la maldita enfermedad que nos lo arrebató meses después. Sacando fuerzas de su amor por aquella marea roja que lo escuchaba extasiada, agitando banderas y cantando consignas, Chávez habló para la posteridad y proclamó el triunfo contra la oligarquía y el Imperio. Ese era su estilo y su práctica. Poner el cuerpo hasta las últimas consecuencias.
Hoy que recordamos el séptimo aniversario de su siembra, la figura del Comandante eterno Hugo Chávez y el ejemplo que supo darnos, refuerzan la necesidad de redoblar la solidaridad con Venezuela Bolivariana, jaqueada por la guerra económica y en clima de golpe latente por parte de la oposición escuálida y la injerencia estadounidense. Pero también, y no podemos callarnos, por enemigos que como aquel caballo de Troya, conspiran y hacen mucho mal desde los ámbitos de la corrupción interna.
Volvamos siempre a Chávez y sus ideas, no aflojemos en la lucha, situémonos en la rebeldía de los pueblos, como el de Chile, Colombia y Haití, no abandonemos las calles ante los cantos de sirena del reformismo, reinvidiquemos la necesidad de dar batalla al imperio y al capitalismo patriarcal allí donde intente infiltrar sus ideas de muerte, generemos autoorganización para la autodeterminación, y autogestión como fórmula de autodefensa. De esa manera, seguiremos cumpliendo con el legado del Comandante, que nos pide acciones y no solo palabras.