En enero de 1968 se celebró en La Habana el trascendental y, como señala el investigador cubano Rafael Acosta de Arriba, «olvidado» Congreso Cultural. Como parte de las actividades que lo acompañaron se realizó en este lugar, el Pabellón Cuba, la exposición de artes visuales Tercer Mundo. Lo menciono por dos cosas: para contribuir a «historiar» el recinto que nos acoge; y porque quiero explicitar el agradecimiento a quienes iniciaron y mantienen hoy este particular espacio de articulación de las batallas emancipatorias de nuestro tiempo. Salvando distancias, los Paradigmas que nacieron en aquellos años de té, agua con azúcar y galletas duras, siguen batallando con persistencia contra el olvido.
Le puse nombre a esta intervención para jugar con el título –disculpen el atrevimiento– de la novela de Cortázar 62. Modelo para armar. Sobre ella quisiera destacar tres asuntos que vienen en mi auxilio. Primero, su nombre se origina en «las intenciones esbozadas un día en los párrafos finales del capítulo 62 de Rayuela» y, para algunos, su comprensión pasa por las conexiones con otros trabajos del autor. Llamemos a esto, en virtud de los fines «motivadores» que me propongo, continuidad. Segundo, el propio Cortázar dice a los lectores que «advertirán (…) diversas transgresiones a la convención literaria». Digamos que se trata aquí de rupturas. Finalmente, Modelo para armar da la opción de «montar personalmente los elementos del relato», generar «el libro que se ha elegido leer». Digamos que esto último resulta de las tensiones entre continuidades y rupturas, tiene que ver con asumir el escenario y rebelarse contra él, con la decisión de correr los límites de las sociedades que realmente existen.
Entonces, caminemos un poco en este 60. Modelo para cuestionar.
60 años han transcurrido desde aquel enero de 1959. Una revolución triunfó desafiando los dogmas estructurados desde los polos más diversos del espectro político e ideológico. Durante seis décadas, como parte de esas tensiones entre continuidad y ruptura, ha destruido muchos y legitimado otros. No me referiré a ellos. Me interesa desarrollar otra idea.
El dogma está estrechamente ligado al poder. Rebelarse contra uno implica desafiar al otro. Quizás coincidamos entonces en que el capitalismo ha sido el mayor productor de dogmas desde hace ya varias décadas. El martes se hablaba aquí del «sistema de dominación múltiple» y la «hegemonía de amplio espectro», y hace unos minutos escuchábamos decir a Fernando Martínez Heredia «que la tendencia del socialismo como un complejo de revoluciones culturales es minoría dentro del socialismo y dentro del pensamiento marxista». El poder –dominación y hegemonía mediantes– se las arregla para enmascarar el dogma y en la mayoría de los casos, naturalizarlo a través de categorías como contexto, escenario, momento…
¿Es la participación en el esquema electoral «democrático» el único camino para disputar porciones de poder? ¿Seguir las reglas, unas reglas que no fueron diseñadas para beneficiarnos, garantiza «estar» en el sistema en condiciones de disputar el poder? ¿La separación de poderes funciona hoy, en algunos casos, como un freno a qué y a quiénes? ¿Por qué los llamados a la paz funcionan para las dinámicas internas y no en el orden geopolítico o cuándo se asesina o encarcela a nuestros líderes y lideresas? ¿Por qué la «razón de Estado», la relación entre gobiernos, tiene un papel regulador sobre la solidaridad entre los pueblos? ¿Constituyen la ONU y otros organismos internacionales de su tipo equilibristas del sistema?
Sobre estos temas se ha discutido en este y anteriores Paradigmas. Pero volviendo al asunto de los dogmas y el poder, me interesaba resaltar la diferencia entre «reconocer el escenario y hacer balance de fuerzas y posibilidades» y «asumir el dogma». Lo primero, que considero nos une aquí, implica una sistemática actividad formativa, práctica y comunicativa. Nadie piense que son temas ajenos a Cuba, constituyen parte importante de los retos que enfrentamos.
Regresemos al título: 60. Modelo para cuestionar. Con toda intención se incluyen dos variables que han desempeñado en ocasiones funciones opuestas. Sobre esta dinámica conflictiva entre modelo y cuestionamiento quisiera lanzar algunas ideas. Primera, situada en el plano interno, a lo largo de estos sesenta años muchos militantes revolucionarios cubanos y cubanas hemos incorporado saberes distintos, entre ellos, el establecimiento de alianzas desde el respeto a la diversidad. Paradigmas, el grupo GALFISA, el CENTRO MARTIN LUTHER KING, han jugado un significativo papel en estos (des)aprendizajes. Las raíces de este desarrollo cultural se encuentran en el cuestionamiento a lo modélico –en el sentido de rebelarse frente a los dogmas– y en identificar las tensiones entre el poder y el proyecto cubanos.
Segunda, ubicada en la perspectiva internacional sobre la Revolución cubana, es otra cara de estos saberes incorporados. Quienes apoyan y se identifican con nuestro proyecto, lo hacen cada vez más desde el reconocimiento de sus aportes, pero también de sus limitaciones, errores e imperfecciones. Ello es una ganancia neta. Previene contra los «encantados» que se «bajan del carro» ante el primer problema, y al mismo tiempo, conjura el peligro de que las contradicciones al interior del «paradigma» inmovilice la lucha en otros escenarios. Estamos hablando de Cuba, pero puede entenderse que, en el actual espacio latinoamericano, este no constituye un asunto encuadrado en la geografía insular.
Tercera, que desde los modelos y cuestionamientos vuelve al tema del dogma. En estas seis décadas la Revolución cubana ha transitado, la mayor de las veces, a contracorriente. Mencionaba el dogma porque pareciera, que la Guerra Fría y el socialismo deformado de la Unión Soviética y Europa del Este ahora son importantes solo en las referencias a la permanencia de la Revolución cubana. «Hay que pasar la página» se nos dice, pero cuando se habla de Cuba no. Más allá de las deformaciones que persisten –no constituye un tema menor que debemos atender–, hay un ejercicio de rigor. Si el clímax –por razones diversas que no podemos abordar acá– de la «luna de miel» entre Cuba y la extinta URSS se ubica entre 1971 y 1989, ello significa –siendo epidérmicos– que la revolución y el pueblo cubano llevamos al menos 42 años a contracorriente de cualquier poder establecido. Buena parte de esos años han sido los más difíciles. Agrego otra viñeta, el propio espacio temporal que transcurre entre 1971 y 1989 está cargado de rebeldías y desencuentros con el «modelo» soviético: el apoyo a las luchas africanas, la cercanía con los movimientos insurgentes de América Latina y Centroamérica en particular, el denominado –y trunco– «proceso de rectificación», las críticas ante los arreglos nucleares entre las grandes potencias…
Aquí debo detenerme, porque hasta ahora he incumplido soberanamente el acuerdo con las coordinadoras del Paradigmas. La idea sería conectarnos con las temáticas y experiencias con que dialogarán en unos minutos. Estas se organizan en cinco dimensiones: Poder y participación popular, Educación/Cultura/Salud/Deporte/Ciencia, Trabajo cooperado y solidario, Internacionalismo y Participación infanto-juvenil. Para hacerlo en un tiempo breve, acudo a nuestro compañero y agitador revolucionario Fernando Martínez Heredia. Fernando insiste en la necesidad de hacerle preguntas a los hechos. Así que intentaré plantearle interrogantes a esas experiencias.
En un proyecto que, fiel a su vocación popular, institucionalizó los «órganos del poder popular» hace más de cuarenta años, ¿cómo se relacionan la norma, el diseño, con la práctica y la vida cotidiana en un Consejo Popular?
¿Cuáles son las tensiones que existen entre un proyecto que proscribió la discriminación y la acumulación cultural que marca el sentido común?
¿Qué impactos y cómo se percibe, sesenta años después, vivir en un país cuyas instituciones estatales se ocupan de garantizar la gratuidad de los servicios educacionales, la cobertura de salud, subsidiar buena parte de la práctica deportiva y el acceso de la gente a los eventos deportivos y artísticos, la investigación científica, y otras disímiles políticas sociales? ¿Cómo dialoga esta voluntad con las limitaciones económicas y la inserción en el escenario económico internacional?
¿Pueden coordinarse, a partir de objetivos comunes, la diversidad de formas de propiedad y gestión que integran hoy la multiespacialidad económica cubana? ¿Qué ejes de articulación identifican los privados, las cooperativas y las empresas estatales al interior de la RED DE TRABAJO COOPERADO Y SOLIDARIO?
En medio de una Reforma Constitucional que ha reconocido inoperancias y vacíos jurídicos, ¿cómo se ha luchado por los derechos de los trabajadores frente al empresario, cómo se ha batallado frente a la discriminación por género, orientación sexual, color de la piel u otras? ¿Qué enfoque existe sobre la actividad de los cuidados en un país demográficamente envejecido?
¿Cómo ha impactado en muchas comunidades, regiones y países la colaboración médica, educativa, deportiva y artística cubana? ¿Qué aportes reciben los colaboradores y colaboradoras? ¿Regresan a Cuba siendo los mismos y las mismas? ¿Cuán necesaria es para la Revolución cubana la internacionalización de la lucha anticapitalista? En un Estado que se inserta en un mundo económicamente hostil, ¿cuáles son las dinámicas entre la «razón de Estado» y la solidaridad con los pueblos que luchan a contracorriente y en desventaja?
Quisiera terminar con una pregunta general. Se la debo a un compañero de trabajo y sintetiza el enorme reto que enfrentamos desde hace ya sesenta años: ¿Cómo seguimos revolucionando la Revolución y no, administrándola? Considero que estas experiencias ofrecen importantes caminos.