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Ni Obama ni Industriales

Julio Antonio Fernández Estrada

Existen al menos dos maneras de asegurar una vida de sufrimiento: ser industrialista y aspirar al socialismo democrático. Durante décadas los mitos y leyendas del periodismo deportivo cubano han inculcado en el pueblo “la verdad” de que el equipo de béisbol Industriales está lleno de jugadores inteligentes y que saben jugar muy bien a la pelota, y que el Estadio Latinoamericano es una olla de presión donde debe fundarse la hombría del pelotero de cualquier lado que aspire a triunfar en este deporte. Sin embargo, la realidad nos informa que los jugadores de Industriales no saben tocar bolas, no saben correr las bases, no pueden tirar strikes y que han sido incapaces de ganar al equipo de Ciego de Ávila, en los últimos cinco años. Por eso no quiero saber de Industriales.

Obama, por otra parte, no es el presidente de la República de Cuba. En Cuba no hay un presidente de la República desde 1976. Nuestro sistema de gobierno no reconoce este cargo, porque preferimos desde hace cuarenta años ser más republicanos y democráticos y tener órganos colegiados donde uno solo no pudiera imponer su voluntad. Obama dentro de un año tampoco será el presidente de Estados Unidos, y por ello no será más el enemigo de los pueblos ni el terror del Medio Oriente.

Los defensores de la democracia, en los últimos tiempos, pensamos que el enemigo era Donald Trump, pero ha resultado ser Obama; eso es lo que dice la prensa cubana, a la que no se debe llamar oficial, porque no hay más prensa reconocida por el Estado, que yo sepa. El presidente Obama ahora nos sale hasta en la sopa, aquel plato que en las tradiciones culinarias que heredamos fue un entrante, pasó a plato fuerte en los 90 y desapareció en los 2000, junto al corazón de pollo y otros menudos. Pero este caldo no ha sido cocido en la cocina del pueblo. Los alaridos que nos avisan de los engaños de Obama, que nos abren los ojos para que no seamos ingenuos ante los cantos de sirena del imperialismo, me ofenden a mí, que pienso como un obrero portuario o como un profesor universitario, que es lo mismo, o debe serlo en la verdadera democracia. Me ofende porque nosotros, el pueblo, no fuimos quienes nos acercamos a Estados Unidos, ni como soberanos conversamos durante más de un año en secreto con aquel gobierno, ni invitamos al presidente Obama a Cuba, ni lo llevamos a hablar en vivo por la televisión nacional. Pero sí debemos ser inocentes después y tragarnos lo que dice el presidente elegante, que camina como un dandy y parece que en cualquier momento comenzará a danzar. Sin embargo, no nos tragamos nada. Nos alegramos porque entendemos que la historia ha cambiado, que algo ha pasado en nuestras vidas que no pensamos ver, que una relación de odio puede aminorarse. En tanto, que pudiera ser factible demostrar nuestra gallardía en directo, para que hablen ellos y nosotros también, para que ellos propongan y nosotros también.

El pueblo se alegra, nos hemos alegrado sanamente, como cuando llega el día de los carnavales o revienta en el cielo una única bengala para celebrar el día que triunfó la Revolución. No obstante, también podríamos correr el riesgo de pasar de ser el pueblo más culto y preparado políticamente del mundo en un editorial de la prensa, o en un noticiario, e inmediatamente convertimos en inocentes, proclives a ser engatusados por discursos bien leídos y frases peligrosas. Creo que a este tratamiento le llama la diplomacia cubana “doble rasero”. Ante esto, deberíamos preguntarnos: ¿qué sabemos, nosotros, el pueblo llano? Que Obama no es comunista, que no ha sufrido nuestras penurias, que no conoce la vida de Antonio Maceo, que ha aprendido algunas oraciones de Martí. Que no es parte de nuestras angustias ni alegrías, que no sabe por dónde pasa el P-14 ni dónde se coge la moto que te lleva a Santa Ifigenia.

También sabemos que Obama no es un conservador de derechas, que es culto y bien estudiado, que sabe de Derecho Constitucional y por lo tanto de política, que su concepto de democracia es tan reducido como el de todos los gobernantes del mundo, que es un mulato en tierra de linchamientos a negros, que ha querido reducir la venta de armas en su país, que ha dicho al Congreso que las mujeres ganan menos que los hombres en su gloriosa democracia, que ha fundado ideas para defender a niñas en peligro, que no es un fascista ni un colonialista. Que se puede discutir con él. La prensa periodistas y otros han exigido a Obama que debió pedir disculpas a nuestro pueblo por tanto dolor infligido por Estados Unidos a Cuba, durante tanto tiempo. Hubiera sido hermoso escuchar a Obama hablar de estas cosas. Pero solo creeré en la prensa cuando reclame lo mismo a los gobernantes europeos que pisan nuestra patria y a los que no se les llama nunca a disculparse por los crímenes del colonialismo, la esclavitud, la xenofobia, el exterminio de los pueblos originarios de América. Nunca he leído que, a la visita de un presidente de gobierno español a Cuba, la prensa libre le pida que se disculpe por los 8 estudiantes de medicina que asesinó España en 1871, al menos por ellos, que eran inocentes. Creo que a esto la diplomacia cubana le llama “doble rasero”.

Hablar tanto de Obama sirve, es su primer servicio, para no hablar de Cuba. Yo no he votado por Obama, ni quiero. Nuestro pueblo quiere hablar y sentir la emoción de la política cubana socialista; es decir, democrática, intensa, sin barreras, sin tabúes -la única que podría construir la primera baldosa de la calzada de la verdadera soberanía popular. La visita de Obama ha desnudado la cultura política cubana, o más bien la ha señalado, y muchos se han fijado entonces. ¿Por qué nuestro pueblo ha agradecido que el presidente norteño hable como un acere? Porque así hablamos, incluso cuando sabemos quién es Walt Whitman o Edgar Alan Poe. Y sobre todo porque nuestros políticos no hablan como el pueblo sino como ellos mismos. ¿Por qué nuestro pueblo agradeció que se rompiera el protocolo y que el presidente invitado saludara al director de la banda de música en el Palacio de la Revolución? Porque así somos, nos cayó bien “el caminado” de Obama, y que viajara con su esposa, sus hijas y su suegra, y que mencionara a Michelle cada dos palabras, y que jugara dominó o lo intentara, y que dijese qué había comido en “la paladar”, y que se quisiera parecer a la gente de aquí, un pueblo mestizo en toda su envergadura.

Del mismo modo, el pueblo de Cuba quiere saber qué comen nuestros políticos. Si alguna vez van a una “paladar”, queremos saber cuántos CUC les quedan y qué gustos tienen. Igualmente, queremos saber si van a comprar las frazadas de piso rebajadas hasta fin de mes, si tienen suegras, si viajan con ellas o no se tratan, si extrañan a sus seres queridos que se han ido del país porque no pudieron ser convencidos, como nosotros, de las bondades del socialismo. Queremos saber a qué escuelas van sus hijos, si asisten a las reuniones de padres y si ayudan a sus niños y niñas a hacer los trabajos de curso y las tareas de Educación Laboral. Y si creen que nada de esto nos importa o no nos debe importar porque es la vida privada de los políticos, les digo que no estamos de acuerdo. Que nuestras vidas las hemos empeñado a este proyecto de sociedad diferente y queremos estar seguros de que nuestros dirigentes la viven como nosotros. Que también gozan el socialismo y las fiestas en casa de amigos, que son humanos, que ríen y lloran y temen morir y dejar obras inconclusas e hijos desamparados, como nosotros.

En la democracia, la vida privada, si significa escapar del control popular, no es más que un crimen que los atenienses resolvían con ostracismo y que nosotros, más tiernos, resolvemos con desdén. Cuando el pueblo vota, no lo hace solo por lo que dice la biografía, ya es bastante que votemos por el pasado. Queremos votar también por la persona más culta, más buena, más inteligente, mejor oradora, que mejor ha educado a sus hijos, que tiene más familiares decentes, y que sabe hablar como la gente de Cuba -con corazón fino y lengua de metralla. Obama no ha engañado a nadie en Cuba. Sabemos que el futuro será crudo, como siempre, y que habrá que luchar contra los que quieren cambiar a Cuba por un paraíso capitalista de grandes mercados y pobres y pobres. Obama no nos dará la felicidad, ni los que quieren repartir el país a grandes empresarios, ni la burocracia que no entiende al pueblo y se entiende en privado con gente que no conocemos.

La democracia es hermosa, como llegada y como viaje, por los caídos, y los que triunfan. Hace más de dos mil años que los enemigos del pueblo conspiran contra el poder de los pobres libres. Que Cuba sea del pueblo es una necesidad para ser independientes y no yanquis tropicales. Por eso necesitamos todo el poder y no solo un poco, todos los derechos y no solo algunos, todos los instrumentos jurídicos para defenderlos y no una selección, toda la libertad para hacer una constitución realmente nueva, que sirva para que el mundo nos respete y nos entienda. Si hay que sufrir por la democracia lo haremos con dignidad, porque podemos contentarnos con poco pan pero jamás con poca libertad. Por ello, quiero saber de Cuba, de qué vamos a hacer para salvar la nación, la decencia, la independencia y el sueño de vivir aquí. No quiero saber de Obama, ni de Industriales.

Tomado de Cuba Posible

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