Por Yuliet Teresa VP
Habría que ver el rostro de la gente; quien lo ha perdido todo sabe lo que se siente recibir de manos amigas alguna ayuda. Eso dicen los ojos brillosos de los vecinos que, por desgracia, en el incendio de los súper tanqueros en Matanzas, vieron cómo se esfumaban sus bienes. Esta historia tiene un prólogo tormentoso pero que, en medio de la agitación, puso a relieve la solidaridad encarnada en el cuerpo todo de este pueblo. En aquel 5 de agosto de 2022, lanzamos la convocatoria de ayuda solidaria y fuimos hasta los albergues donde cientos de personas aguardaban; esperaban desde la seguridad de sus vidas y la poca certeza de sus bienes. Ahora volvimos, en el sosiego.
Desde entonces, no ha bastado la articulación nacional, organizaciones e instituciones internacionales, con la confianza construida durante años, colocaron bajo nuestra responsabilidad recursos como alimentación, aseo e insumos para matanceros y matanceras. En días pasados sucedió, de igual manera, con el territorio de Pinar del Río y Artemisa.
No estamos solos en esta tarea, la Iglesia Presbiteriana Reformada en Versalles, representantes del gobierno y el Comité del PCC organizaron la distribución a decenas de familias sabiendo cuáles son las necesidades urgentes. A esto, se unen miembros de la Red Ecuménica Fe por Cuba y la Red de Educadores y Educadores Populares quienes tienen un trabajo sistemático en la movilización en casos de desastres y atención a personas vulnerables.
En las imágenes se narran los esfuerzos, el agradecimiento, “las gracias” dibujadas en niños y niñas, mujeres, ancianos, hombres, una ciudad al borde del río; un mar que se asoma con más paciencia. Regresamos muy tarde en la noche, con cierto silencio por el cansancio del día, pero me atrevo a decir —aquí hablo en primera persona colectiva— que la sensación de satisfacción por hacer el bien, por servir al pueblo está ahí. Queda esto, seguir sirviendo.