Compartimos una serie de crónicas cortas sobre la visita a Pinar del Río y las experiencias vividas por trabajadores/as del Centro Martin Luther King Jr.
Es un privilegio de vida andar senderos y vivir la capacidad de compartir, la esperanza, la vida en comunidad en medio de las carencias. Por eso la China aún sin tejas, con dos bebés-nietas recién nacidas en su casita, sueña con una fiesta en la que comparta todo porque a ella le encantan las fiestas, como a su nieto que hubo que hacerle cumpleaños en el centro de evacuación con globos y todo.
Vivir en la Coloma no se trata de una ecuación del azar, más bien de la «luchita». La China tiene tres hijas cuasi adolescentes, seis nietos y una casa sacudida por Ian en septiembre y por la vida con saña. Hasta su hogar llegamos, con la carga de los pasos que no quieren ser torpes. Abrazamos a «Tinguaro», su nietecito más grande que revuelca el espacio con alegría y, con los pedidos a su madre para cargar a su hermanita de 14 días.
Lo que llevamos en las manos sabemos no será suficiente, solo paliativo hasta que vuelva la angustia de buscar alimento para su familia (que seguro será hoy mismo). El delegado nos cuenta las veces que viene a remendar el techo apuntalado de piezas de madera inconclusas y el nylon que no para el sereno, la Luna, o el frío. Le prometimos a la China que volveríamos, al menos, con un techo. Y aunque no le dijimos, volveremos pa la fiestecita que añora.

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