En el siglo XIX surgió en Europa un movimiento en la teología universitaria que buscaba articular una fe que pudieran abrazar aquellos que eran parte del pensamiento ilustrado. Viene a la mente inmediatamente el profesor Friedrich Schleiermacher de la Universidad de Berlín, quien editó en 1799 su Discurso a los ilustrados despreciadores de la religión y que en las décadas siguientes produjo la primera teología dogmática liberal, Die Glaubenslehre. El punto de partida para su dogmática era la experiencia religiosa a la cual la revelación podía hablar y dar sentido, y no, como antes se pensaba, la revelación como punto de partida externo y objetivo. Es, por supuesto, el giro subjetivista de la modernidad que fue explorada de manera sistemática por Emanuel Kant en el siglo XVIII. Sobre esta base se fue construyendo una investigación crítica de los textos bíblicos que puso en duda los milagros o los interpretó como manifestaciones de una religiosidad y no de realidades objetivas. Cuando esta teología y este estudio crítico de la Biblia, que había nacido en Europa continental, se extendió a Inglaterra, Irlanda y los EE. UU. se produjo una reacción conservadora, y es como parte de esta reacción que hay que entender el fundamentalismo.

En algunos círculos evangélicos de los EE. UU. hubo un sentido de alarma ante el avance del modernismo, como se le llamó al liberalismo en círculos teológicos estadounidenses. Parecía que el piso de la fe se hundía, con el consentimiento y la complicidad de profesores de Biblia y ejecutivos de las iglesias protestantes principales. Un movimiento empezó a estructurarse en torno a conferencias de verano en el Campamento Bíblico Niágara, entre los años 1880 y 1900. Se veía la crisis como mucho más amplia que solo cuestión de teología. El país estaba siendo inundado por inmigrantes italianos, irlandeses y alemanes, muchos de los cuales eran católicos y/o socialistas. El proyecto de una nación evangélica amenazaba con hundirse. Era preciso, pensaban, buscar la orientación de la Palabra de Dios, la Biblia. Y creían que en las profecías de la Biblia encontrarían el plan de Dios para estos tiempos. Se presentaron varios esquemas para entender los dichos oscuros de Ezequiel, Daniel, Zacarías, Apocalipsis de Juan, etc. El supuesto de estos campamentos de profecía era que la Biblia es una revelación de cosas que de otra forma no se podrían conocer. Venía de Dios, directamente. La verdad es algo objetivo que hay que hallar en los textos de los profetas (y otros textos bíblicos, también). En estos inicios se aprecia que se estaba rechazando la nueva filosofía moderna que encontraba buena parte del conocimiento en la subjetividad humana.

Durante las investigaciones de estos años de parte de estas personas, en su mayoría pastores que provenían de diversas iglesias protestantes, fue surgiendo un consenso en torno a una grandiosa visión de la historia dividida en diferentes “dispensaciones” de Dios, quien procedía de distintas formas con los humanos en diferentes períodos históricos. Las más relevantes son la dispensación de la ley, a partir de Moisés, la dispensación de la gracia, a partir de Jesús, y el retorno inminente de Jesús para inaugurar el nuevo mundo donde no habría más mal. Entre la edad de la gracia y este nuevo mundo habría un juicio más terrible que cualquier cosa conocida en el pasado, la llamada Gran Tribulación. La mayoría creía que los creyentes serían “raptados” al cielo por Jesús antes de la tribulación; que ésta vendría más bien sobre los pecadores empedernidos. En algún momento el pueblo de Israel sería restaurado a su tierra y sus enemigos destruidos. Uno de los pastores del movimiento, Cyrus I. Scofield, pastor de una iglesia Congregacional en Dallas (Texas), editó una versión de la Biblia con notas en 1908 que hizo historia en el protestantismo. Las notas de la Biblia Scofield a los distintos pasajes de la Biblia, sintetizan la visión profética que se había alcanzado en los años de Niágara. Fue traducida al castellano y otros idiomas.
Fue entre 1910 y 1915 que se editaron doce tomos delgados con pasta dura de una obra colectiva que se llamó The Fundamentals, “Las cosas fundamentales”. El proyecto editorial fue financiado por un petrolero texano, Lyman Stewart, y se distribuyeron gratuitamente a todos los pastores de la nación estadounidense unos doscientos cincuenta mil ejemplares de cada tomo. Era un manifiesto anti-modernista con noventa artículos de sesenta y cinco escritores, producto de años de estudio bíblico motivado por la alarma ante la amenaza que veían cernirse sobre la nación y sus iglesias. Fue esta obra la que le dio un nombre al movimiento, el “fundamentalismo” . Afirmaban cinco puntos no negociables para una fe ortodoxa: la primera, la inerrancia de la Biblia, era la base de todo. Era una formulación nueva, anti-modernista, de la confesión protestante de la Biblia como norma de fe y práctica. Los otros fundamentos eran el nacimiento virginal del Salvador, con lo cual se pensaba preservar la divinidad de Cristo, la Sacrificio Vicario en la cruz en lugar de nosotros los pecadores (una teoría de la Sustitución), la Resurrección física de Jesucristo y el Retorno inminente de Jesús para enjuiciar a los pecadores y llevarse los suyos a la gloria sin fin. Estos puntos eran concebidos como verdades objetivas reveladas en la Biblia y no susceptibles de discusión.

Con este breve recuento podemos dar una posible definición del fundamentalismo: es una ortodoxia protestante militantemente anti-modernista.

El punto culminante del movimiento fundamentalista fue el juicio a un profesor de secundaria en Kentucky, John T. Scopes. La acusación que se le hizo fue que enseñaba como verdad la teoría moderna de la evolución y desechaba como superada la enseñanza bíblica de la creación en siete días. El abogado acusador fue el famosísmo William Jennings Bryan, un político popular que había perdido dos veces de forma cerrada la elección a la Presidencia de la nación. El profesor Scopes fue declarado culpable y condenado a pagar una multa de cien dólares. Esto fue en 1925. Para los fundamentalistas fue motivo de gran celebración e inmediatamente se dedicaron a capitalizarlo buscando ganar el control de las iglesias. Sin embargo resultó una victoria inútil que no les dio resultados. Perdieron en todas las iglesias, aunque, hay que decirlo, ganaron el apoyo de muchísimos fieles en todas ellas. Fue hasta la década de 1980 que lograron tomar las riendas de la Convención Bautista del Sur, la única victoria real, y una victoria muy importante por el tamaño de esta iglesia, la iglesia protestante más numerosa de los EE. UU.
Por lo dicho se habrá ya notado que el fundamentalismo quería restaurar un pasado ideal donde la autoridad no era cuestionaba. Dentro de las iglesias y la familia, es la autoridad del varón, del padre. En política es un gobierno central capaz de imponer normas de conducta moral que excluyan graves pecados como el aborto, la homosexualidad, el feminismo y, en general, la secularización de las escuelas públicas y las ceremonias nacionales. En las relaciones internacionales, el movimiento fundamentalista apoya la imposición del orden por medios militares y el sostén incondicional al Estado de Israel. Esto revela que no es un movimiento apolítico. Es en su esencia derechista, pues se opone a la igualdad y apoya soluciones autoritarias que defiendan “la verdad” que concibe como absoluta, revelada por Dios. Dios quiere que las mujeres se sometan a sus maridos y que los malos sean destruidos físicamente.

Compilado por Kirenia Criado Pérez

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