Por Rev. Luis Carlos Marrero Chasbar
Foto: Claudio Peláez Sordo

A propósito de celebrarse en Cuba el 17 de diciembre culto y adoraciones a Babalú Ayé y San Lázaro

Es difícil que alguien en Cuba no haya escuchado hablar de El Rincón. Ese lugar casi apartado en Santiago de las Vegas, en el municipio Boyeros, en La Habana y lejos de los centros citadinos donde todavía hay un hospitalito para pacientes con enfermedad de Hansen (lepra) y muy próximo está la Capilla de uno de los santos más venerados en Cuba: Babalú Ayé para la Regla Ocha-Ifá, San Lázaro para la Iglesia Católica o El Viejo, como cariñosamente le dicen sus devotos.

Ya desde septiembre se pueden ver a varias personas con la imagen de este santo en las calles. Algunas vistiendo ropa de saco y de color morado (ropa tradicional), recibiendo ofrendas de todo tipo de centenares de creyentes, preparando los pagos de promesas, ente otras variadas adoraciones. Y es que, este orisha o santo, es el que conocemos como el Milagrero, “el que todo lo puede”, “el que vela por la salud”, “el que prácticamente resuelve lo imposible”.

Es muy difícil hablar de uno sin el otro, Babalú Ayé y San Lázaro, y aunque hay esfuerzos teóricos por darle el lugar que le corresponde a cada uno, en el imaginario y en la fe del pueblo, ambos son uno y esta imbricación siempre ha existido entre la Iglesia Católica y las Religiones cubanas de origen africano.

Pero, ¿quién es Babalú Ayé? Según la tradición yoruba hay varias historias para acercarnos a conocer a este orisha. Una narra que Babalú Ayé desobedeció a Orula, como resultado lo castigó con lesiones y llagas en todo su cuerpo. Comentan que le seguían perros que le lamían sus llagas hasta que la infección le causó su muerte.

El relato continúa narrando que Ochún sintió lástima por su muerte y fue directamente a hablar con Olofi para que le devolviera la vida a Babalú y así fue. Entonces este orisha regresa transformado en un ser caritativo pues había ya experimentado el sufrimiento de la enfermedad. Esta es una de las causas por las que tantas personas acuden a buscar sanidad en él.

En la iglesia católica hay dos relatos sobre San Lázaro. El primero, el Lázaro mendigo que Jesús menciona en la parábola del Rico Epulón y que era un anciano lleno de llagas (Lucas 16:19-31); el otro es la figura del Lázaro amigo de Jesús, el cual es resucitado de la muerte en Betania por este (Juan 11:38-44).

Aunque después no se habla más en la Biblia de estos Lázaros, el que fue resucitado por Jesús, según narra la tradición católica, se convirtió en discípulo de Pedro y ayudó en la evangelización en Siria, convirtiéndose en obispo de Kition hasta su muerte. La Iglesia decide, entonces, elevarlo a Santo por ser uno de los primeros evangelizadores del cristianismo y entregar su vida por la causa cristiana.

Con todo, después de la Virgen de la Caridad del Cobre, Babalú Ayé (Señor de la tierra) o San Lázaro, es el orisha más venerado y culturado por miles y miles de cubanos. En toda la isla los altares a su nombre se pueden encontrar en cualquier casa. Convive junto a otros orishas y su poder de sanación es tal, que aún personas no creyentes o creyentes de otras experiencias de fe, acuden a él buscando las más disímiles soluciones a sus problemas.

Hoy es imposible pensarse a Cuba sin sus expresiones religiosas. Es imposible imaginar a este país sin su espiritualidad reflejada en miles de formas, colores y voces. No puede haber cultura, identidad y cubanía sin Babalú Ayé o San Lázaro, expresado en las múltiples maneras de celebrar su culto, sea yoruba, congo, arará, vudú, nagó o católico.

Él es el santo Milagrero nuestro, el Viejo que nos acompaña en todo momento, aquel que hace imposible lo posible y como se dice en el candomblé brasileño cuando llega este orisha: ¡Hagan silencio, el Señor de la Tierra está llegando! Amén y aché.

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