Yo creo en el Jesús que nació en un momento inoportuno
y en un lugar inesperado.
Que tuvo la cuna que no debía,
y los regalos incorrectos para un niño.
Yo creo en el Jesús que dudó
en convertir el agua en vino
y desconoció a su madre, hermanas y hermanos
cuando temiendo por él fueron a buscarle
a la casa donde conspiraba,
aquella tarde convulsa de Nazaret.
Yo creo en el Jesús
que perdió la paciencia y los gritos
con los mercaderes del templo;
en el Jesús que marchó a Jerusalén
dejando a su amigo Lázaro
en un peligro que le llevó a la muerte.
En el Jesús que también
-solo por esa vez , solo por eso –
interrumpió su camino
y marcado destino
y dio vuelta hasta enfrentarse
con las palabras de reproche de Marta
y las lágrimas de María.
Yo creo en el Jesús que también lloró.
En el Jesús que a pesar del miedo,
el absurdo,
la frustración , el peligro y la tristeza
pronuncia en alta voz y frente a quienes ama
la palabra que devuelve a la Vida.
Yo creo en el Jesús, que trató mal a la mujer sirofenicia
y supo, sin embargo, aprender de ella.
En el que arremetió la curación de un ciego sin pedirle permiso,
trastocando su vida sin avisarle.
En el Jesús que no se quedó a esperar que le dijeran “¡Gracias!”
Yo creo en el Jesús que pidió, si es posible,
pasara de si el trago tan amargo del culmen de sus luchas,
en esa hora de terrible tiniebla …
de aparente derrota de su movimiento.
Yo creo en el Jesús que confió las monedas erróneamente a Judas,
y creyó ciegamente en el Amor
de quien luego le negaría tres veces.
El Jesús en que creo, es vulnerable…
El Jesús en que creo se equivoca,
y nosotros también.
Por eso es que le creo
y creo que es posible
caminar tras sus pasos,
junto a él,
como discípulas y discípulos nunca torpes,
nunca tardíos,
creyendo en lo posible
de ese desafío de Amor Inmenso
que es la construcción de nuestro Reino
Por Rev. Daylíns Rufin Pardo