Por Ariel Dacal Díaz

Hay preguntas que son recurrentes en estos tiempos ¿por qué los pobres, la clase trabajadora, la gente que peor la pasa vota por la derecha? ¿Por qué las teologías liberadoras hacen su opción preferencial por los pobres, y estos optan por las teologías de la prosperidad? ¿Por qué la solidaridad, la justicia, la cooperación, la comunidad son términos con poco asidero?

La búsqueda de respuestas, lo cual nunca es simple, puede partir por afirmar que el sistema capitalista, en su molde neoliberal hace varias décadas, ha hecho bien su labor para llegar al interior de los seres humanos, ha instaurado una forma de ser y de pensar basada en los intereses de la acumulación ilimitada (Ibarra, 2021). Afirmemos que el neoliberalismo se hizo cultura, lo que significa que impregnó la subjetividad.

El neoliberalismo no es solo una teoría económica, es toda una concepción de la sociedad, del ser humano, de la libertad, de los derechos. Pretende ser una cosmovisión que responda a las principales preguntas sobre el sentido de la vida humana, la sociedad y sus principales subsistemas.

En su condición de proyecto político/cultural, el neoliberalismo cuenta entre sus conceptos de base con tres ideas constituyentes: la sociedad no existe, solo los individuos (Margaret Tatchert); el fin de la historia y de las alternativas (Francis Fucuyama); la personalidad humana desarrolla un mercado interior (Milton Friedman).

Visto en su conjunto, resultaría que cada individuo es una empresa que debe competir y realizar su interés propio, guiado por el criterio de maximización, el cual sirve para tomar cualquier decisión en la vida cotidiana, desde el empleo, el tipo de familia, las amistades, la relación de pareja, el tipo de consumo cultural, las opciones políticas, las leyes, la religión, etc.

La subjetividad está en relación con la cultura, expresa el modo en que los individuos aprenden, incorporan y producen los referentes culturales de su época, dentro de los que prevalecen los de los grupos que detentan el poder. La subjetividad producida por el neoliberalismo ha utilizado el consumo como política cultural. Asegura un funcionamiento en el que se requiere tanto mercancías disponibles para su consumo como individuos disponibles para consumir.

Se gesta así lo que Luis Henriquez Ruitor denomina individuos empresarios de sí o individuo empresa, quienes compiten en primer lugar consigo mismo para lograr ser un individuo exitoso, de alto rendimiento y rentabilidad. Sujeto del rendimiento neoliberal que se explota voluntariamente al tiempo que afirma en esta condición su libertad.

Para Frank Hinkelammert, el proyecto neoliberal contó con una operación teórica de deshumanización y conversión de los seres humanos en meros factores del mercado. En este proceso se ha llevado al paroxismo una religión que ha creado una teología secular y hasta profana; religión de la cotidianidad con dioses falsos: la propiedad, el dinero y el Mercado; su culto de adoración es el consumo y sus templos de alabanzas los centros comerciales.

Los subsistemas en los cuales se expande la oferta cultural del neoliberalismo describen la amplitud e integralidad de su alcance. Por ejemplo, en el ámbito de La Ley se consagra, por encima de cualquier otro referente, la vigencia de la propiedad privada, el contrato para concurrir en “igualdad” al mundo de la oferta y la demanda, y, por consiguiente, al mercado. Todas las leyes están a su disposición.

La pedagogía, los modelos educativos, añaden otro ámbito al conjunto. La idea es educar individuos competitivos, habilitados para concurrir al mercado, con una visión técnica de la realidad y desprovistos de pensamiento social crítico. La escuela neoliberal alimenta, entrena y potencia el individuo empresa de sí mismo.

Este andamiaje cuenta con una moderna industria del ocio y el entretenimiento que actualiza aquella idea romana de pan y circo. Espectáculos alucinantes, artistas y deportistas como ídolos del éxito (acumulación y consumo). Narrativas sobre el esfuerzo personal por encima de la producción social permean el imaginario del individuo sin sociedad. Materiales audiovisuales, series y películas que narran vidas, relaciones e historias cada vez más desconectadas de la realidad, hacen parte de la oferta.

Las redes sociales virtuales son quizás el espacio donde más se evidencia el culto al consumo y el desdén por lo social. En ellas se muestran simulacros de éxito como consumidor, pero muy poco de su condición laboral, social, comunitaria, colectiva. Al parecer los logros consumistas compensarían la pérdida de los derechos laborales o cívicos, la precariedad de la vida, el disminuido apetito por la democracia, la libertad o la justicia.

Esta lógica describe, al decir de Hinkelammert, una profunda crisis antropológica: la negación de la primacía del ser humano. La religión del mercado se impone a la humanización de la praxis.

Este diseño de orden social genera malestar, lo que ha implicado un sujeto cansado por el esfuerzo de integración, reconocimiento y gestión de la vida como proyecto de logros y éxito, lo que ha implicado el surgimiento de expresiones subjetivas de malestar y sufrimiento psíquico que son el otro lado del sujeto del rendimiento (Ibarra, 2021).

La presión social y cultural para este sujeto ha generado individuos depresivos, agotados, ansiosos, que a su vez cuenta con una industria farmacéutica compensatoria, incluso con las drogas, las que pretenden hacer la vida más soportable.

El individuo empresa agotado cuenta, además, con una importante industria de autoayuda, gurús del alma, guias para la felicidad, que una vez más pone la solución en sí mismo, al ofertar felicidad sin sociedad. Se reproduce así el espejismo de celebrar la felicidad desatendiendo problemas estructurales como la violencia, la precariedad laboral, el desempleo, la desigualdad social y la marginación.

La oferta de individuo empresa sin sociedad y sin alternativa, ha traído como resultado un panorama desolador: destrucción de buena parte de los bienes naturales, la inestabilidad económica, desempleo y pauperización, creciente precariedad social e inseguridad laboral, dislocación de las comunidades, corrupción en los gobiernos, mayor concentración de la riqueza e incremento de las desigualdades. Modelo del capital que, en esencia, continúa su atentado contra las dos condiciones de vida básicas: la naturaleza y el trabajo humano.

En su fase actual, y dado lo insostenible se sus postulados y lo grosero de sus resultados, emergen conductas fundamentalistas, lo que implica, esencialmente, la aniquilación de sus opuestos, más en concreto, el fundamentalismo ataca los contenidos de la emancipación humana: la cuestión femenina, la clase trabajadora, los grupos raciales, la diversidad sexual, la naturaleza. Arremete, de igual manera, desde todos los subsistemas desde los que se reproduce y en los que se enfrenta a la indignación, la rebeldía, las luchas y las alternativas.

La buena noticia dentro de este escenario es que, a lo largo de la historia, todo orden de opresión social ha nacido impugnado, cuestionado, y en batalla permanente contra sus alternativas. El neoliberalismo no escapa a este hecho.

La superación de estas condiciones parte, de un lado, del pensamiento crítico que acompaña los procesos de concientización, organización y producción de otras ofertas culturales (políticas, económicas, éticas). Tal pensamiento se constituye desde la emancipación humana: las relaciones humanas mismas y con la naturaleza. De otro lado, parte de comprender que la esencia humana no es algo abstracto, inherente a cada individuo, sino el conjunto de las relaciones sociales.

La alternativa al orden neoliberal en particular, y a los órdenes opresivos en general, se manifiesta en permanente disputa dentro de los subsistemas que sustentan un orden social u otro.

A un diseño económico que lleva al límite la existencia se le opone una producción social responsable con la vida. A la Ley del mercado se le opone una ley donde la centralidad es el ser humano. A la pedagogía de la obediencia y la eficiencia se le opone la pedagogía liberadora y cooperativa. A la felicidad hedonista se le opone un sentido de libertad que contiene la libertad del otro y la otra. Al fundamentalismo se le opone la radicalidad. Al ecocidio se le opone el sentido de la naturaleza como sujeto de derecho. Al entretenimiento enajenado se le opone el arte como creación de belleza colectiva. Al culto al mercado se le opone amar al prójimo como a ti mismo. A la idolatría del consumo se le opone la celebración de la vida. A la atomización del individuo se le opone la socialización de sus condiciones de existencia.

La creación y expansión de alternativas no se agota en declaraciones generales. Exige de métodos y principios para la acción. Anótese, como cuestión básica, que la emancipación político-económica de las clases subalternas es imposible sin su emancipación cultural, sin la conquista de la subjetividad prevaleciente.

Anótese, también, que una parte importante de nuestro futuro es ancestral. La historia social humana cuenta con muchísimos ejemplos de resistencia y producción de alternativas. Los movimientos cristianos de base dan cuenta de ello. También la tradición comunitaria de los pueblos originarios americanos y su vínculo con la naturaleza; las expresiones de colectividad de los pueblos africanos, puestas a prueba en quilombos y palenques; el acumulado de comunas y consejos venidos de Europa y Asia; la conjunción en modelos diferentes del autogobierno, la autogestión y la autoestima.

Desde el proyecto ético de Jesús de Nazaret, la comprensión del Ubuntu surafricano, la visión de minga, el sentido ecuménico, el comunismo de Marx, la idea de igualdad, libertad y fraternidad, etc., abundan referentes para la humanización, los que deben ser abrazados una y otra vez en su complementación. No olvidemos que el materialismo histórico y la teología contextual se necesitan para vencer a sus oponentes.

Ahora bien, la producción de alternativas es una idea trunca sin la conducta política, ética, estética y de fe que la encamine. La conducta es aquí y ahora, como alternativa a cualquier orden social de opresión. Si comprendemos que la cultura fragua en la subjetividad, al tiempo que esta se realiza en la conducta cotidiana, anotemos algunas ideas que, en su conjunto, marcarían ciertos contenidos para la alternativa.

Es un imperativo, como afirmara Darcy Ribeiro, no ponernos al lado de los que nos derrotaron. Esto significa no reiterar sus métodos, no naturalizar sus categorías, negar de manera permanente que el fin justifica los medios. Implica renunciar al “pragmatismo”, eufemismo que usan quienes se disponen a hacer concesiones de principio.

Afirmemos, con José Martí, que no son inútiles la verdad y ternura. La verdad como semilla de mostaza que expande la libertad. La verdad que reconoce que “el rey está desnudo”. Crecer es directamente proporcional a la cantidad de verdad que podamos soportar, tanto individual como colectivamente. Junto a ella, la ternura como un tipo de relación con el mundo que implica desistir de agarrar, poseer, conquistar, someter.

No separemos la política de la mística. La política como vocación de servicio que desmonte su sentido de profesión o como el “arte” de aniquilar. Una política que nos integre en el bien común, modo de manifestar la mística, el misterio que conecta la sociabilidad del espíritu humano y su vínculo con la existencia toda.

Nuestra actitud alternativa pasa por hermanar ciencia y amor. La sed de saber, los modos diversos de llegar al conocimiento se estrechan con el amor como verbo, el que implica conocer, respetar lo conocido, cuidar lo conocido y asumir la responsabilidad que implica conocer.

El poder y la compasión no pueden ser extraños entre sí. La capacidad de hacer valer los intereses que sustentan un orden social humanizado, la correlación de fuerzas favorables para encaminar proyectos de justicia y dignidad, se condicionan en la compasión con el que sufre, el que no comprende, con el que se rinde, incluso con quienes resulten en la derrota.

La economía y la sensibilidad han de ser inseparables. La ciencia de administrar la casa, lo común, lo de todas y todos, es “la más moral de todas las ciencias”, ahí donde es sensible al dolor, a la exclusión, a la muerte.

Afirmemos en actitud el vínculo entre democracia y poesía. Esa relación que naturaliza la humildad de reconocer al otro y la otra para hacer obra común desde los derechos consustanciales a la vida en comunidad.  La poesía como el modo en que se narra la espiritualidad, en esa capacidad infinita de hallar la belleza, aún en el horror.

La revolución y la pasión se condicionan. Revolución en sentido de permanente ensanchamiento de las libertades conquistadas, lo cual valdría poco sin la pasión que mueve a la emancipación.

Todo esto tendría poco camino sin una dimension elemental: creer; sobre todo creer, parafraseando al poeta, en la razón del equilibro, en el delirio, en la esperanza, creer en lo más puro, en lo más duro, en cada herida, en quien me escucha, creer en lo que lucha. ¿Qué cosa fuera si no creyera?

Referencias

Hinkelammert,  Franz J. El sujeto y la ley. El retorno del sujeto reprimido. Editorial Caminos, 2006

Ibarra Ibáñez, A. N. (2021). Neoliberalismo y subjetividad. El nuevo malestar. http://dx.doi.org/10.24215/2422572Xe074

Riutor, Luis Henríquez. Neoliberalismo, subjetividad y malestar. https://publicaciones.sociales.uba.ar/index.php/ebdld/article/view/6943

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