Si algo sabemos todas y todos es ser familia, porque nuestra vida comienza en ella, junto a abuelas y abuelos, tíos y tías, primos, hermanos, hermanas, padres y madres. Hay familias grandes y pequeñas, unas más o menos funcionales, pero casi siempre hay un núcleo de personas entrañables que caminan nuestros pasos, en las buenas y las malas. De las maneras de ver la vida, de los debates y sueños que en la familia se cocinan, también salen nuestras propias aspiraciones, nuestras visiones del hoy y del mañana.
Sentirnos como una familia en el Centro, implica recrear la espiritualidad de la que hemos bebido durante más de 25 años. Una lista de valores han inspirado el trabajo del CMLK y de todas las personas que se han acercado y se han quedado cerca. Queremos y creemos que es posible dar testimonio en la cotidianidad de todo cuanto hablamos, de ahí que nos llamemos colectivamente a retomar el trabajo de espiritualidad que nos ha caracterizado.
¿Y eso cómo se traduce? En los cariños que nos damos, en los aportes que traemos y los que recibimos, en los gestos concretos que dan muestra de nuestra espiritualidad, que se enriquece si la regamos o se marchita si la dejamos a un lado.
Llegar a esta casa común y encontrar un clima que nos invite a trabajar juntas y juntos, a ser más creativas y creativos, a convocar e implicar a más personas en cada cosa que hacemos, depende de todo el mundo y no solo de una parte. Cuando comienza un taller basado en la concepción y metodología de la Educación Popular, siempre se listan previamente normas, que hagan que el grupo avance, que cada cual pueda aportar por igual y que prime el respeto entre unos y otras. De eso se trata, de recrear esas normas que purifican el aire que respiramos, que dan deseos de llegar y permanecer en él.
Y nada de eso sería posible si no nos implicamos en las celebraciones más significativas de cada mes, desde un cumpleaños de un compañero o compañera hasta una fecha histórica. También exige que estemos al tanto de las noticias dolorosas, de las enfermedades y pérdidas que se dan entre nuestros familiares y los de gente cercana a nosotros.
Cómo seguimos de cerca la vida de los jubilados y jubiladas que ya no están en el día a día en nuestra sede, y a quienes les debemos mucho de lo que somos hoy. Cómo alimentamos esa relación histórica con la Iglesia Bautista Ebenezer de la que el Centro es hijo. Cómo ayudamos a evitar las diferencias en cuanto a niveles de información entre quienes trabajan en una oficina, en el taller de transporte, en la cocina o en un territorio de cualquier de las dos redes que animamos. Esos son algunos de los desafíos que tiene esta familia singular que es el Centro Memorial Martin Luthe King Jr. Contribuyamos con todas nuestras ganas.