Sentada sobre una piedra, con un micrófono en la mano, compartiendo un plato de frijoles, alzando la voz o cantando una canción con las erres arrastradas como suele hacerlo la gente del Chile profundo, del campo, Francisca Rodríguez, Pancha quien atiende la esfera de relaciones internacionales de la Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas, estruja las estrellas en esta noche quiteña.
Quiere estar más cerca de ellas sin perder contacto con la tierra. Quiere hacer realidad el sueño de compartir un planeta más hermoso y mejor cuidado para que los hombres y también las mujeres, todas: las campesinas, las citadinas, las obreras, las migrantes, las intelectuales, las negras, las indias, las blancas, las mestizas; las del Norte y las de Sur, las de la costa y el mar, la cordillera andina y el Amazonas, las del caliente Caribe y las de las cumbres nevadas de Europa se unan para seguir alimentando al mundo.
¿Qué entienden las mujeres campesinas por soberanía alimentaria?
Para la Coordinadora Latinoamérica de Organizaciones del Campo (CLOC) y para la Vía Campesina la soberanía alimentaria dejó de ser un concepto y es un principio y, como se dice, los principios se defienden, no se negocian.
Mira, soberanía alimentaria es un conjunto de derechos que tienen que ver con la soberanía sobre la tierra, el agua, los bienes naturales, con la manera de conservar, desarrollar y proyectar nuestra cultura, y establecer un vínculo armonioso entre las personas y la naturaleza.
Dice una canción que el trabajo en el campo es el más noble de los oficios. De los hombres y mujeres de la tierra sale una de las más importante misiones: alimentar a la humanidad. Lamentablemente hoy día la agricultura se ha convertido en un negocio de empresas trasnacionales.
Por esa razón, para las campesinas y los campesinos, soberanía alimentaria tiene una dimensión diferente. Al defender este principio, le salimos al paso a la conclusión a la que habían llegado los gobiernos neoliberales pues ellos utilizaban el término con el objetivo de alimentar los intereses del empresariado transnacional, es decir para generar condiciones preferenciales por las cuales adquirir alimentos.
Nos negamos rotundamente a ese punto de vista pues no se trata de adquirir alimentos sino del derecho de los pueblos a conservarlos, a alimentarse, a garantizar su vida y la reproducción de su vida. Si no está garantizado el derecho a la alimentación no se puede hablar de derecho a la vida…
¿En qué medida este principio ha cambiado las dinámicas políticas y movilizativas del movimiento campesino en América Latina?
En primer lugar, la propuesta emerge de las propias realidades de campesinas y campesinos de nuestra región; por tanto se trata de una propuesta revolucionaria porque genera una nueva discusión no sólo para el interior de las organizaciones sino también para el resto de la sociedad y de los propios gobiernos.
Ese es un avance importante que no se esperaba. Somos un sector que ha sido mirado siempre con recelos, hemos sido discriminados, postergados. Entonces cuando nos levantamos en defensa de la soberanía alimentaria comenzamos a develar que en el mundo campesino confluyen muchas diversidades, entre ellas diversidades de saberes, de modos de producir, de cuidar y conservar las semillas, los conocimientos de nuestras culturas alimentarías ancestrales.
De manera que por primera vez se re-coloca, se re-posiciona nuestro concepto de agricultura, y el lugar que nosotras y nosotros ocupamos en este mundo globalizado. Y eso, sin dudas, marca una diferencia. Estamos defendiendo nuestra forma de hacer agricultura; enfrentando los sistemas productivos agrícolas que hoy día están amarrados por las políticas de los gobiernos, por los intereses del capital.
Por eso soberanía alimentaria deja de ser un concepto para convertirse en un principio, que se fue completando con las visiones de muchas y muchos campesinos, sobre todo de América Latina. Incluso lo incorpora el ALBA a sus acuerdos comerciales. En Paraguay, por ejemplo, encontramos una política de soberanía y seguridad alimentaria para la nación.
Por otra parte, definimos que hablamos de seguridad alimentaria cuando los derechos de la población a la alimentación están garantizados. O sea, un país que es capaz de alimentar a su población con sus recursos propios, ya sea del sector campesino, indígena o las comunidades agrícolas, es un país que está garantizando su presente y su futuro porque tiene soberanía alimentaria.
Históricamente las mujeres han sustentado la vida y han alimentado la familia… ¿desde la perspectiva de género cómo encara el movimiento de mujeres campesinas estos temas y cómo se incorpora a su manera de hacer y a las alternativas que defiende frente a los agronegocios?
Una de las fortalezas que ha tenido precisamente la CLOC y la Vía Campesina ha sido asumir que las mujeres somos una parte, no importante, determinante en la defensa del universo rural, de nuestro mundo campesino, pero también desempeñamos un papel decisivo en la producción de alimentos y hacemos una contribución económica al interior de nuestros hogares.
Antes el trabajo de las mujeres estaba oculto. Se veía como una actividad de apoyo, como una colaboración. Hoy ya no somos colaboradoras, somos autoras, gestoras y protagonistas de los procesos que en la actualidad se desarrollan en el agro. Desde ese punto de vista los planteamientos que hace Vía Campesina son decisivos… Arrancaron desde la Campaña por los Quinientos Años de Resistencia en la cual nos propusimos hacer un autodescubrimiento de nosotras mismas.
Ese proceso nos permitió mirar a nuestro alrededor y darnos cuenta que muchas de las producciones que sostienen la vida cotidiana se deben a nuestra contribución. ¿Qué ha hecho el sistema capitalista?: vaciar nuestros campos, sacar a las campesinas y a los campesinos. Pero nosotras hemos resistido, y nos hemos organizado en pequeñas unidades. Los hombres, por el contrario, han tenido que salir a asalariarse.
Mantener la vida rural, la vida del campo es un esfuerzo muy fuerte, muy grande, muy importante desde las mujeres. Por eso decimos que hemos hecho, hemos sostenido la soberanía alimentaria y la seguiremos sosteniendo.
Hoy día estamos empeñadas en una lucha para que muchos hombres, que por diferentes causas se fueron de la tierra, retornen a ella. Fíjate, hay otra cosa: cómo hacemos soberanía alimentaria si se está perdiendo su base que son nuestras semillas. Por eso propusimos la campaña mundial “La semilla patrimonio de la humanidad”. Recuerdo que en Río+5, Monsanto —empresa multinacional proveedora de productos para la agricultura— dijo que si las semillas eran patrimonio de la humanidad ellos tendrían también derecho a explotarlas, a poseerlas.
Entones pensamos, caramba, nos pusimos una trampa, nos pusimos la soga al cuello. Pero la respuesta fue inmediata: no, las semillas no pueden ser patrimonio de la humanidad; son patrimonio de nuestros pueblos indígenas y campesinos, de las mujeres que fuimos quienes las descubrimos, las seguimos cultivando y creando nuevas variedades.
Muchas personas desconocen que los indígenas y los campesinos han sido los primeros genetistas del mundo, quienes han combinado por generaciones las diversas variedades de semillas de las muchas que hoy existen. Hemos sido nosotras y nosotros los que generosamente las han puesto al servicio de la humanidad.
¿Qué resultados ha tenido esta campaña?
Ha tenido un resultado maravilloso aunque es necesario visibilizarla mucho más. La CLOC y Vía Campesina la han hecho suya al propiciar seminarios, encuentros, exposiciones, intercambios de saberes, calderas colectivas, precisamente para que nuestros conocimientos no se los lleve el viento. Recuperar las semillas significa también mantener la riqueza de nuestra sazón, de nuestras tradiciones culinarias. La transformación de los alimentos ha sido un arte desarrollado por las mujeres de generación a generación.
Un aspecto que hemos venido trabajando fuertemente es el tema de la información y la comunicación tanto hacia nuestras propias comunidades como hacia los grandes medios. En este sentido la campaña ha ido avanzando. Se hace por todas partes desde el compartir, desde nuestros mercados locales, en rebeldía contra los agronegocios, las políticas depredadoras del medio ambiente… Y por otra parte, arranca del mundo de los afectos, de la espiritualidad que tenemos y potenciamos…
Hemos recuperado muchas variedades de semillas que se daban por perdidas. Pero hoy día necesitamos generar, digamos, una mayor fuerza para poder devolver la fortaleza a los campesinos; y con ese proceso de multiplicación estamos comprometidos para que no se pierdan nuestros saberes ancestrales. Fíjate que la base de esa multiplicación ha sido proporcionada por el trabajo silencioso, acucioso de muchas mujeres campesinas.
La reproducción de las semillas nos ha ido develando numerosos dones que hemos ido descubriendo, muchos de ellos proporcionados por la naturaleza. Con más justificación levantamos a nuestras curadoras, a nuestras conservadoras no como un gesto simbólico sino como personas dedicadas a mantener ese cuadro genético que han creado nuestros pueblos.
¿Con qué sueña Pancha?
Sueño con un movimiento fuerte, articulado en el continente que defienda el derecho a la soberanía alimentaria como una cuestión de principios. No podemos descansar. Cuando todo el mundo enterraba nuestras banderas, las campesinas y los campesinos fuimos capaces de levantarla.
La utopía no ha muerto, el sueño no ha muerto. En América Latina el campesinado ha abierto pasos al socialismo desde nuestras realidades, pero también desde las raíces propias que emergen como nuevas reconfiguraciones. Eso somos, pequeñas y pequeños dando pasos muy importantes aunque todavía sean cortos.
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*Esta entrevista fue realizada en Quito, Ecuador, en octubre de 2010, durante el Congreso Latinaomericano de la CLOC.