Estas son mis primeras impresiones luego de manosear la nueva entrega de la Editorial Caminos, con el número uno de su colección de Comunicación popular, titulado “El desafío del diálogo” . En brevísimas páginas nos proponen un anclaje en la práctica, una salida del aula, de los medios, de la palabra abstracta, de las teorías y metodologías para encontrarnos con la experiencia reflexionada y detallada de educadores y educadoras, de comunicadoras y comunicadores populares que apuestan por ser parte de procesos comunicativos construidos entre varias manos, con las historias de vida de la gente, con sus incertidumbres y pesares, con sus errores y sobre todo, con sus deseos de alcanzar otro futuro
Dice Silvio Rodríguez en una de sus canciones “nadie sabe qué cosa es el comunismo” y en otra, invita a hablar de cosas imposibles porque de lo posible se sabe demasiado. Lo cierto es que para alcanzar las utopías hay que soñarlas, hay que nombrarlas, ponerlas en común, hay que lanzar las preguntas que nos inquieten y encontrar entre unos y otras, mejor si es entre muchas personas, las respuestas, las pistas, los caminos posibles e incluso, los que parezcan imposibles.
En la búsqueda de una vida más plena y de libertades, en medio del desafío de conformarnos de otro modo, más cercano a lo humano y a un proyecto con todos y para el bien de todos, el diálogo tiende puentes entre el socialismo y la participación.
¿Acaso se puede pensar un proyecto social de mayorías sin la participación?
Las palabras a veces parecen etiquetas o se usan como tal. Se quedan de adorno, mal ubicadas, mal pronunciadas. Lo que para alguien es una verdad con todas sus letras, para otra persona puede ser caldo de la indiferencia o del desconcierto. Hay palabras hermosas o dolorosas, precisas o ambiguas, llenas de matices, de dobles y múltiples sentidos y hasta de silencios. Palabras entrañables, que fueron sentido común y que poco a poco, se han desdibujado de nuestro hablar cotidiano, se han vuelto menos cuerpo y espíritu de la realidad.
¿Las vaciamos de sus sentidos originales, les cambiamos su significación o la realidad no transparenta la inmensidad del concepto, del gesto, del propósito que nombramos?
He sentido la nostalgia de mis mayores por el apelativo de “compañero o compañera”, que les hacía sentir más cerca de quien les llamara así.
No he olvidado a un profesor que confesó en un evento su rechazo a la palabra campaña, porque somos víctimas de las campañas sistemáticas de nuestros enemigos. “Nos robaron el término”, dijo.
He sido testigo de aclaraciones oportunas que precisan qué quiere decir que algo sea participativo realmente, porque si bien hay distintos niveles de participación y circunstancias más propicias para que se expresen, el ejercicio de participar a veces se entiende como sinónimo de asistir, consultar, informar.
El propio documento de la Conferencia del Partido, que recientemente se puso a la venta en los estanquillos, apela a la participación “activa”, “consciente, protagónica y transformadora”. Esa y no otra es la compatible con el socialismo que queremos y de ese horizonte emancipador tenemos mucho que dialogar en la Cuba actual.
Gracias a ese encuentro de ideas, de saberes, de experiencias y sensaciones, se enriquecen los proyectos, se resignifican las palabras de siempre o las que casi no pronunciamos o las que nos dejamos “robar”. Se transforma el mundo, se comparte y se defiende la vida.
Pero ya sabemos que ni la participación, el diálogo ni el socialismo son posibles por decretos. Se tejen de maneras complejas y simples, socializando poderes (el poder pensar creativamente, el poder decir, el de hacer, el de decidir…)
Al servicio de esa construcción colectiva ha de estar la comunicación (que aunque también suele tener apellidos calificadores, yo prefiero entenderla como ese puente de ida y vuelta, que nos convierte en caminantes, pero nunca en solitario, porque no privilegia al monólogo y al autoritarismo, sino al intercambio y a la horizontalidad).
Esa capacidad de diálogo está en nosotras, en nosotros y hay que estimularla para que no se pierdan los aportes de quienes creen que no tienen nada útil que decir, o por el contrario, sobreestiman sus sugerencias y no han entrenado lo suficiente sus oídos para escuchar las propuestas de otras personas. Y ese ejercicio del diálogo, del debate de ideas, solo es posible en grupo, en comunidad, dentro del pueblo o entre pueblos, abriendo de manera sostenida espacios para la reflexión de temas centrales para la vida colectiva, porque ahí le va la sobrevida a la Revolución y a la Patria mayor que sigue abogando por la definitiva integración de sus hijas e hijos.
Julio García Luis, mi profesor y decano en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, a quien de manera inesperada despedimos en este enero, les decía a nuestros colegas de la prensa durante el Festival de la Crónica, celebrado en Cienfuegos, en noviembre pasado.
“(…) Una de las vulnerabilidades históricas del socialismo, como sabemos, ha sido la concentración del poder y la falta de fuerzas de compensación que ayuden a equilibrarlo, a que se oigan distintas voces y argumentos, a que exista participación real de los que puedan aportar a un tema.
“(…) Nadie hablará por nosotros. Nadie hará lo que nos toca hacer a nosotros. Tendremos lo que nos ganemos, lograremos lo que nos merezcamos, dispondremos del espacio que sepamos ocupar. En el mundo del poder no se regala nada y nada viene por añadidura. Ideas, prácticas y hechos son los únicos que pueden movernos hacia delante (…)”
Ese es el gran desafío, no solo para los periodistas que han de estar más atentos a la realidad para problematizarla e invitar a sus lectores, a sus teleaudiencias o radioescuchas a hacer una de esas voces aportadoras a las que los directivos tengan el deber de atender. No basta con hacer participativa la comunicación, de lo que se trata es de promover la participación social y política, de avanzar hacia una sociedad con vasos comunicantes entre su gente, vivan donde vivan, hagan lo que hagan, que todo el mundo cuente en serio, que no se reduzcan a una estadística más.
El desafío del diálogo es también nuestro. Mientras más nos juntemos a alimentar la esperanza y la confianza en quienes tenemos al lado y pueden hacer con nosotros, el puente será más firme para seguir andando-no por inercia o empuje de otros, sino por la certeza de querer ser parte de un proyecto que enamore y movilice los sentidos y las razones.