“Ser simplemente ser
es en este tiempo
y este paralelo
una amplísima victoria.”
Víctor Casaus, estrofa del poema “Somos”
Me invita a hablar de un amigo, un amigo. Sin caer en las retóricas de los elogios familiares e íntimos que, si son verdaderos, solo se llevan en el lado izquierdo del pecho. Sí deseo hacer una confesión preliminar: es mi amigo, por el que siento profunda admiración y respeto venerable, así como por sus compañeros de años como los que aquí hoy lo acompañan en esta dedicatoria.
Por esa razón, me asiste un entusiasmo al decir para ustedes los porqués de este sentimiento que con justeza superan el acto íntimo. Aurelio, al igual que sus compañeros, era para una generación de jóvenes en los años 80, un hallazgo valioso y curador. Llegados en los colosales buques soviéticos, con las energías disparadas de proyectos y sueños, amparados por uno mayor y unívoco, nos dimos de bruces con una historia del pensamiento nacional que desconocíamos, confrontando una carga teórica que nos pesaba como fardo, cada vez más extraña e intraducible, a pesar de manipular algunas productivas formas para pensar con lógica y dialéctica.
Transitando por el estudio de los pensadores, las escuelas, las tendencias de pensamiento latinoamericano, dimos con el marxismo en Cuba un poco más allá de lo que eran temas de estudio en los cursos formales. Llegamos a los años 60, la década en la que nosotros nacíamos; y descubrimos que no solo fuimos nosotros los neonatos, sino un movimiento de ideas, acciones, pensamiento, proyectos que significaba todo un proceso político y social de la Primera Revolución socialista de América.
En ese movimiento diverso, ricamente complejo y contradictorio, destacaba la defensa espartana del criterio, la polémica, el diálogo, la controversia, el estudio permanente de la historia, el pensamiento y la realidad en una tríada inseparable.
Escuchamos hablar de Pensamiento crítico, del departamento de Filosofía, de las Escuelas de Instrucción Revolucionaria, de las plenarias de profesores de Filosofía y de programas de enseñanza, que se atrevían a desafiar el arquitrabe marmóreo de los manuales, y los conceptos pétreos de una unívoca y universalizante teoría marxista.
Y sobre todas las cosas, nosotros, aquellos en esos 80 jóvenes, lo celebramos por el baño fresco que nos daba para formularnos y hacernos las imprescindibles preguntas con que comenzar entonces un proceso de descubrimientos y encuentros: ¿por qué y cómo pensar nuestros derroteros históricos, los del socialismo en Cuba?, ¿cuán enriquecedor es un paradigma teórico abierto en el que cabe toda la invención urgente e irreverente de la realidad cubana?, ¿cuánto permite el pensamiento crítico del marxismo, de los movimientos revolucionarios de liberación del mundo, centrar el protagonismo y la creatividad vital de las mayorías humildes, para que la emancipación no sea inefable y sí un proyecto colectivo, humanamente deseable y posible?
Este mi amigo Aurelio y sus compañeros han dado y siguen dando esas pólvoras para incendiar el océano. Para Aurelio la labor intelectual no es galón que se prende a la charretera del desfile de los elogios, es un oficio sin recesos, no es posible, hay que estar siempre atreviéndose a decir, polemizar, interrogar, formular hipótesis, fundamentar, argumentar, declarar, enunciar y enfatizar certezas, principios.
Recuerdo cuando en esas faenas de indagar sobre esos 60 estábamos, que algunos sin mala fe; pero con miedos reservados, nos desalentaron en las búsquedas, y con cierta agazapada prudencia nos sugerían que esos tiempos eran volcanes acallados que no se debían despertar. Y nosotros no entendíamos, no veíamos, solo presentíamos que esos años encerraban una sospecha que necesitábamos aquí y ahora.
Sin duda, lo vivencial implica sugestivas reflexiones en muchos sentidos, y de los cuales, ya se han dado muchas cosechas a lo largo de estos años.
Tengo un diminuto privilegio en este asunto: dos entrevistas valiosas, distantes en el tiempo y no muy intencionalmente buscadas. Ellas me obsequiaron la amistad y la confianza humana y profesional que me tiene sentada hoy aquí. La conversación con Fernando y la entrevista en Videoteca contracorriente con Aurelio Alonso, nuestro autor de esta tarde.
Aurelio me pidió que le entrevistara y esto hizo que yo tratara en poco tiempo de revisar la mayor cantidad de sus escritos. Preparé un guion que pretendía ser muy abarcador y al que yo, por supuesto, no podría ceñirme exactamente, si quería que se lograra lo que este excelente proyecto persigue, de intercambio natural, conversacional, donde fluyan con espontaneidad las ideas. Creo que resultó una excelente conversación de Aurelio con el público de ahora y el que le verá y escuchará después pasados algunos años. Me imagino sobre todo un público joven porque estoy convencida de lo imprescindible de su pensamiento, su labor intelectual y su oficio que hacen presencia en esa entrevista.
Aurelio es un interlocutor subyugante para los jóvenes. Desde mi perspectiva de profesora lo veo como un guía excepcional en el oscuro mundo del pensamiento filosófico occidental, a través de esa profusa obra de prologuista que le ha distinguido. Ahí están sus excelentes prólogos a las obras de Sartre y de Marcuse, entre otras. Estos textos no ubican al lector frente a un muestrario de asuntos en su enmarañado formato conceptual autoral desde un prejuzgado juicio de crítica negativa, sino que permiten dialogar con las ideas y los contextos de estas, para conocer mejor y valorar con justeza las cosechas teóricas y políticas del ejercicio intelectual.
Aurelio, como toda su generación, ha hablado permanentemente de marxismo y es imprescindible reconocer el aporte que ha dado en este sentido, y considero que urge socializar más este sobre todo en el medio académico y universitario. Aurelio reclama una producción marxista que no sea toda heurística adherente al método ni producción de verdades trilladas, sino un programa abierto de estudio de la historia y la tradición marxista que como ya afirmaba el joven Aurelio en el convulso año de 1968 se dé “a la tarea de seleccionar y conectar la producción teórica y política que constituye la verdadera tradición marxista para constituir los esquemas hipotéticos de las proyecciones presentes y, por supuesto, para rescatar el pensamiento científico de la acción corrosiva de los años” [1] .
Aurelio constantemente dialoga con el marxismo, lo ciñe, lo acorrala, lo desnuda. Él no busca adueñarse de una interpretación personal y única de este ni agasajar ni devaluar otras. Pero sí lo empuja como teoría constantemente hacia los cauces vertiginosos de la realidad social del mundo, América Latina y Cuba.
Esto es uno de los sublimes entrampados de la obra de este autor. Y puede parecer dicho, de manera muy literaria; pero tiene la potencia de toda obra fundante: provocar, revolcar tus certezas, alumbrar y concientizar en el sentido que le diera el pedagogo Paulo Freire a esta palabra, hacer saltar el sentido común de las cosas, los discursos, las ideologías. En él leemos que en su experiencia, la verdad no se encuentra nunca en posiciones polares, sino en algún lugar del camino. Tampoco en el medio del camino, sino en algún lugar, y que de lo que se trata es de encontrar el lugar. Es algo que él no se cansa de repetir; y que no se encuentra entre los que condenan, sino entre los que discrepan.
Aurelio ha confesado que él en su etapa juvenil poseía cierta inclinación y vocación, sobre todo, por el pensamiento filosófico. Y creo que ha hecho oficio esa vocación. Aurelio es un filósofo, en el sentido que Gramsci da a la filosofía.
Y de esa forma asume la crítica al dogma marxista, no como la herejía a una letra, sino como la sustancia, contenido y esencia de la realidad de un proceso revolucionario. Para este jovial conversador impenitente, la disputa entre dogmáticos y no dogmáticos, o revisionistas y no revisionistas es una disputa no por enemistades, sino por una o diversas batallas de ideas que aún siguen vigentes.
En un estilo polémico, que rebasa lo meramente formal de una forma de construir el discurso de argumentación, y se convierte en el contenido por excelencia de la expresión de un pensamiento propio, su tema principal de reflexión, conversación, entrevista, es el socialismo.
Para él siempre hay un análisis de balance de todas las condiciones de posibilidad de la realidad, y en este caso de la cubana: ¿qué ha pasado?, ¿cuáles son las diferentes variantes de lo dado, de la acaecido?, ¿cuáles son sus significaciones posibles y diversas? Siempre brinda un espejo, mirada refractada de sí mismo del proceso cubano, del siglo pasado y de este, desde un equilibrio comprometido para poner, mostrar y disparar la capacidad de entendimiento de la realidad, de los que les leemos, de los que lo buscamos para conversar con sus ideas, sus giros analíticos y su brillante pluma.
Aurelio no habla de modelo socialista, sino de transición, de camino, de proyecto. Puede entenderse lo de proyecto en el mismo sentido que Aurelio interpreta en la propuesta de Sastre, como fin, como proyección individual y colectiva, como factor de praxis. Por eso, para Aurelio, el problema no es la eficiencia por sí misma, sino a quién beneficia esa eficiencia, a cuenta de quién va. El proyecto, la acción disparada hacia un fin, es solo así, si se coloca esa pregunta, si no, no es.
Aurelio no decreta principios abstractos de deber ser de las cosas, sino coloca y visibiliza las ambigüedades, complejidad de los procesos, planteando el problema desde la tarea, tal y como la veía el Ti-Noel de Carpentier en El reino de este mundo.
Para los que venimos de esa generación, que llenaba los barcos encallados en las tierras frías del socialismo soviético, es aleccionadora su discusión de la tan traída y llevada tesis de la dependencia económica.
Interesante, porque se coloca, no en la búsqueda de una verdad prístina para todos los tiempos, sino en la evaluación de todas las variables, que en aquel contexto y momento, se definía ante una situación y realidad, que aún sigue estando latente. ¿Cómo hacer viable nuestra independencia y soberanía de signo humanista, emancipadora socialista, en el contexto internacional de dominación hegemónica del capital?, ¿cómo se dirimen, ante esta opción histórica irrevocable, las problemáticas del desarrollo, las tecnologías, la eficiencia, la productividad?
Aurelio era un joven de 19 años cuando triunfó la Revolución, y la circunstancia de un cambio radical revolucionario, dio un vuelco a la vida del joven cubano. Cambio, que hasta hoy, lo sigue revolcando en el laberíntico camino de la verdad, la justicia y el compromiso de la acción sentipensante.
El ser incondicionalmente revolucionario es la condición que precede a la esencia del autor de esta tarde. Es de un aporte raigal su definición de la relación entre pensamiento crítico y revolucionario. Lo que se le plantea al pensamiento social crítico, a las ciencias sociales en las actuales circunstancias históricas es, como ha señalado Aurelio, no solo la crítica, sino el ingenio, la urgencia polémica, la recuperación de la mirada utópica, la revalorización del aparato conceptual y, por supuesto, un realismo revolucionario mucho más flexible, que no se deje enredar con fórmulas acabadas para responder a las circunstancias actuales.
El pensamiento de Aurelio es un irrenunciable acto permanente de coherencia con el acumulado histórico de las luchas populares. Él, lo hace desde su puesto en la barricada del pensamiento, y en el horno del ejercicio de pensar, en los que va cociendo una “dialéctica negativa” de la crítica a la irracionalidad del paroxismo de una cultura civilizatoria moderna enajenante, (de ahí su llamado a sacar de la cabeza de la gente la idea del auto, que hizo reír a esta improvisada entrevistadora) y a su vez, moldeando una “dialéctica de la identidad”, que entorna la construcción de un mundo, donde, como confesaba el joven Marx: “el ser humano es el ser supremo para el ser humano”. Para Aurelio, es imprescindible plantearse sin resquemores, en todos los espacios, la necesidad de una militancia en la fe infinita en el humano devenir del divino ser humano.
No siempre tienes la magnitud de la profundidad y amplitud de sus conocimientos, te sorprende, y es bienvenido el pasmo, con los argumentos y las explicaciones que brinda sobre cualquier problema social, histórico y de la cultura, en general.
Finalmente, Aurelio es un eterno joven, desenfadado, de un humor contagioso y una ironía provocadora y siempre bienvenida. Sabe asestar duras críticas sin herir, en la jocosidad lúdica de la camaradería. Es un galanteador incorregible, alegre, fiel y solidario compañero de atascos aéreos.
Quisiera Aurelio me disculpara, si no todo lo que puede decirse y esperaba él que yo dijera, ha sido dicho; pero aquí están estas palabras que, leídas en la contingencia del acto, quedan inmanentes a la amistad y fidelidad profesionales a su obra y a su persona.
Es un justo, imprescindible homenaje el de hoy. Termino con el cierre que quedó en la memoria de la larga entrevista, que fue la conversación en Videoteca Contracorriente:
“La apasionante y heroica tarea del socialismo, como diría el Che, es el motivo esencial de la vida y la actividad intelectual de Aurelio Alonso, asumida como un curso laberíntico indetenible, donde tienta los grandes retos de los 50 años de utopías posibles, que va tejiendo la Revolución Cubana, acompañada por, y acompañando, la lucha emancipadora de los condenados de la tierra.”
La Habana 20 de abril de 2011.
Nota:
[1] Aurelio Alonso. Prólogo al libro de Jean Paul Sartre Cuestiones del Método.
por: Yohanka León