Soy peruana y migrante, me dice sonriendo. La miro extrañada. Su imagen no me encaja. Será porque lleva el pelo corto y pintado a lo punk. Sin embargo cuando me detengo en sus ojos, muy adentro, algo me dice que existe otra mujer. Le propongo entonces que me cuente su historia, o mejor, que nos la cuente para saber por qué me confesó tan tajantemente que estar lejos le había devuelto su dignidad.
Efectivamente Edda Pando es peruana y desde hace 20 años vive en Italia como migrante. Trabaja en una compañía de seguros y colabora como voluntatria en la Asociación Recreativa Cultural Italiana (ARCHI). Es también activista de Todo Cambia una agrupación formada por migrantes y autóctonos que hacen actividades para promover la convivencia entre las diferentes culturas.
“Tenía 20 años cuando salí de Lima. Entonces estudiaba Periodismo y por esos años ocurrió el paquetazo económico y las mensualidades subieron muchísimo. Casi no se sabía si se podía estudiar o no. En realidad salí porque me ofrecieron un pasaje para Italia y lo tomé como un acto de curiosidad pues no tenía necesidad de emirgrar desde el punto de vista económico. Salí en el tiempo en que los peruanos no necesitábamos visa para emigrar a Europa. Cuando llegué me alojé en casa de una familia italiana amiga de una chica que había estudiado conmigo pero a los tres meses la familia me dijo que tenía que volver a Perú porque se me acababa el visado de turista. Lo pensé bien y decidí que no regresaría, quería ver más de Europa, ya sabes, me movía el sueño de viajar, conocer pero luego me di cuenta que no resultaría tan fácil.
Empecé a buscar trabajo pero nada aparecía que se ajustara a mis expectativas. Luego de mucho andar no me quedó otra que trabajar como doméstica porque no había otra cosa para las migrantes. Ahí comenzó todo. Recuerdo que en Lima mi familia contrataba a una señora para hacer los trabajos de la casa, ya sabes, limpiar, cocinar, lavar la ropa… Pero yo no sabía hacer nada de una casa porque nunca tuve necesidad. Me fue muy duro hacer ese trabajo en Italia por muchas razones… En Perú a las niñas que se piensan un poco de clase media se les llama pitucas.
Yo era una pituca, y llegar a Italia y empezar a hacer el trabajo que hasta ese momento menospreciaba fue muy difícil. Sin embargo, al menos a mí me enseñó a ser humilde. Los primeros años fueron muy duros porque no tenía documentos, hacía el trabajo doméstico y además cuidaba a una niña. Con el tiempo comencé a buscar otro tipo de empleo.
Ser trabajadora doméstica le dio otra dimensión a mi vida, me permitió ver mi pasado y analizar, por ejemplo, cómo era de crudo el racismo en Italia, la estigmatización de que somos objetos los migrantes en general, pero sobre todo las mujeres. Allí nos consideran útiles sólo como empleadas domésticas o vagantes que es otro término que se han inventado para las personas que asisten a los ancianos. Pero también descubrir al racismo de mi país, el racismo hacia los indígenas de mi país, descubrí que el trabajo que yo hacía en Italia, lo hacía la chola, como llaman en Perú a la mujer doméstica, descubrí la diferenciación de clases y el modo en que nos han educado dentro de los esquemas tradicionales, es decir, el modelo a seguir es el de los blancos y europeos exitosos.
En Italia, por ejemplo, todos los migrantes dicen que vienen de Lima, nadie dice que es de provincias, con excepción de los arequipeños o cusqueños que sí tienen una identidad muy fuertemente construida, pero el resto viene todo de Lima. Y todo esto fue muy útil para redescuibrir mi propia identidad originaria pero ya desde una perspectiva en la cual yo no era la misma que partió hace veinte años atrás.”
¿Qué dejó en tí ese tránsito y, sobre todo, tu accionar como mujer dentro de la sociedad italiana?
“Fue muy doloroso. Me hizo revivir una serie de malestares que tenía desde el colegio y que yo no era consciente de ello, no entendía por qué los sentía. Por ejmplo, en Perú me decían que era una mujer inteligente pero no era bonita; en Italia descubrí que era una mujer bonita al inicio pero entrando al juego de los italianos que te ven atractiva porque eres “étnica” y, por lo tanto, te ven interesante. Entonces pasé de no hermosa a hermosa étnicamente y, luego, a un tercer pasaje donde encuentras un equilibrio contigo misma y empiezas a respetarte y considerarte como mujer.
Ese fue un camino de redescubrimiento de la identidad de mi pasado que ha dejado profundas huellas, el pasado de mis abuelos, de la vergüenza de mis padres, incluso, porque ellos nunca han aceptado sus orígenes andinos, de acordarme lo que decían mis padres cuando nacían algunos sobrinos: “que bien, es blanquito, es bonito y es mejor” o cosas como : “hija cásate con un italiano, hay que mejorar la raza”. Todo eso fue muy doloroso. No no digo que el camino se ha cerrado completamente pero sí considero que me ha fortalecido y, sobre todo, me ha dado dignidad. Lo que recupero de todo esto es el hecho de haber redescubierto una dignidad que es la fuerza que me ha hecho luchar por los derechos de los migrantes en Italia”.