Durante la celebración del Día Internacional contra la Homofobia y la Transfobia cada 17 de mayo, La Habana adquiere una visualidad distinta, una suerte de alucinación. El momento consigue romper doblemente la normalidad cotidiana. Primero, por la manifestación pública que representa, saliéndose de los moldes de actos políticos en el país. Segundo, por sus protagonistas: lesbianas, gays, bisexuales, trans, intersexuales, heterosexuales y queers —colocados estos dos últimos términos con toda intencionalidad—.
Las conversaciones en el Pabellón Cuba y otros sitios; la libertad performativa en plena Rampa quebrando cualquier ilusión o configuración rígida de lo que se debe ser a partir del sexo, y la conga multicolor que festeja la diversidad sexual, han sido hitos de estas jornadas. Pero se trata de una realidad efímera.
Por eso, en mi opinión, es válido el giro educativo hacia diferentes ámbitos que han tomado estas acciones, siempre que ello no represente una regulación de sus propios fines.
“De alguna manera había que empezar a hablar de estos temas, y la celebración permitió comenzar por la homofobia”, es una de las frases que se les escucha a activistas acerca de las jornadas. En sus declaraciones, sobre todo en las primeras ediciones, han reconocido el rol del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX) en el apoyo a las mismas. No obstante, los énfasis están hoy en el riesgo de que se naturalice el Día contra la Homofobia y la Transfobia aquí, “lo cual lo ha vuelto poco subversivo”.
Lo anterior se traduce en la pérdida poco a poco de la espontaneidad en las intervenciones de líderes y representantes de esta comunidad que, si antes eran el centro de las manifestaciones, ahora conforman una agenda mucho más institucionalizada, en la que de determinadas demandas y propuestas se habla en espacios específicos, dentro de una programación más ¿rigurosa?
También, en el hecho de que las últimas jornadas se hayan sucedido en medio de un compás de espera en torno a cambios legislativos como en el Código de Familia y el Penal, una Ley por el reconocimiento a las parejas del mismo género, entre otras aspiraciones, y bajo la exclusión en leyes recientemente aprobadas. Asimismo, en cierto estatismo para profundizar en la actualización de las reivindicaciones, a raíz de las formas en que se acomodan las “fronteras sexuales” y las jerarquías genéricas en el contexto cubano, donde inciden otras inequidades: económicas, raciales, territoriales, jurídicas, por ejemplo.
Al menos hay dos cuestiones pueden subrayarse como retos para nuestro país. Por un lado, la manera en que en otros escenarios el reconocimiento de la diversidad ha significado su asimilación por los mecanismos de reproducción del poder. Por otro, cómo su instrumentalización ha servido para mantener el patrón cultural hegemónico, y continuar excluyendo las diferencias no normalizadas.
¿Qué repercusión podría tener el 17 de mayo en medio de las transformaciones que vive Cuba?
En coincidencia con activistas, su impacto podría ser mayor en dependencia de la forma en que se organice, se logre una participación activa, y se consiga visualizar no como una fecha celebrativa suspendida en el calendario, sino asida al proceso de demandas políticas en este sentido que ya cuenta con varios años.
La conferencia que recientemente le sirvió como antesala volvió a colocar en el arco de las posibilidades algunas de los cambios legislativos antes mencionados, lo cual, sin dudas, representaría un progreso con implicaciones en las historias de vida de muchas personas en la isla.
No obstante, desde diferentes esquinas de la sociedad cubana, a lo largo de un decursar todavía corto, se ha ganado conciencia sobre el sostenimiento del patriarcado a partir de la heteronormatividad —dígase las formas en que la sociedad reproduce la creencia en un modelo de comportamiento femenino y otro masculino, y las relaciones de poder basadas en ello—; pero, también, se han hecho lecturas críticas sobre la instrumentalización de la homonormatividad en otros contextos, cuando ha sido cooptada por conservadurismos o cuando se concibe como el techo del ejercicio político de esos actorxs.
De ahí que, si bien el enfoque educativo y académico de la oncena jornada es importante como arista o afluente de articulación, el reto estaría en que no se desdibujara la plataforma de participación popular y política, como fue sentida en sus inicios cuando el acontecimiento sacó a la luz las heridas de la discriminación arrastradas por décadas, y abrió un debate postergado en el país.
Junto a quienes tienen un recorrido en estos debates en Cuba, se vienen sumando poco a poco diferentes personas, entre ellas mujeres jóvenes posheterosexuales —si se insiste en las nominaciones—, que empiezan también a relacionarse con teorías y movimientos feministas contemporáneos, a verse igualmente como parte de la diversidad sexual, de la que hacen conceptualizaciones amplias y radicales, y a involucrarse políticamente con este escenario.
Asimismo, comienzan a ser leídas con más fuerza páginas de muchos lados sobre el pensamiento queer, con lo que va cimentándose una deconstrucción impresionante de lo que somos. Ello ofrece esperanza. Por ese camino donde se articulan disímiles esfuerzos, el Día Internacional contra la Homofobia y la Transfobia, pese al riesgo de naturalizarse, podría sentirse menos como una alucinación de libertad para muchxs.