El desastre fue enorme y todavía se estremecen ante el mero recuerdo. La
preocupación se acrecienta en este municipio especial, situado frente a la
costa sudoccidental de Cuba, con los anuncios de que la actual temporada
ciclónica, que se extiende del 1 de junio al 30 de noviembre, será muy
activa.
“Perdimos la casa y 90 por ciento de lo que teníamos. Nunca en la vida
habíamos pasado algo tan intenso. Aquello fue terrible”, dijo Justo
Carillo a Tierramérica, al recordar los estragos causados por Gustav el 30
de agosto de 2008, que junto con Ike y Paloma causaron pérdidas por 10.000 millones de dólares para este país, según datos oficiales.
Como todos sus vecinos, este hombre y su familia fueron evacuados a un
lugar seguro con antelación al paso del huracán y luego vivieron en una
casa de emergencia.
Por estos días acaban de mudarse a su nuevo hogar en una sólida
edificación de 65 apartamentos que “aguanta cualquier huracán”, según
afirma.
Lo que hoy es un conjunto residencial antes fue un instituto
preuniversitario en el campo, cerrado tras la decisión de trasladar esa
enseñanza a las zonas urbanas. Las amplias aulas fueron transformadas en viviendas y en el primer piso se habilitaron espacios para una escuelita
primaria, jardín infantil, cafetería y otros servicios.
“Todo se hizo a menor costo”, asegura Carillo, quien figura entre los
residentes que aceptaron integrar una Cooperativa de Créditos y Servicios
(CCS) para aprovechar las áreas cultivables aledañas. “Nos estamos
organizando, yo tendré la vaquería para abastecer de leche fresca a la
comunidad. Me darán un crédito para empezar”, explicó.
Datos oficiales indican que más de 18.000 inmuebles de la Isla de la
Juventud sufrieron daños por el huracán de categoría cuatro en la escala
Saffir-Simpson, con vientos de 210 a 250 kilómetros por hora. Hasta el
momento se han recuperado 13.700 viviendas y se prevé aumentar el fondo habitacional en más de 400.
Las medidas de prevención evitaron muertes, pero más de 40 personas
sufrieron lesiones y debieron ser atendidas de urgencia en el hospital
Héroes del Baire, único de ese nivel en esta capital para atender a los
casi 87.000 habitantes del municipio.
La emergencia puso en máxima tensión al hospital, sometido a reparaciones desde 2006 y severamente afectado por el huracán.
Aún así, su personal debió atender heridos y mover de nuevo a los
pacientes que habían sido trasladados con antelación a sitios del hospital
cuya seguridad colapsó con el ciclón.
Ese centro sanitario es parte de un proyecto para ser el primer “hospital
seguro” ante situaciones de desastres del país, con apoyo del Centro
Latinoamericano de Medicina de Desastres (Clamed), la Organización
Panamericana de la Salud (OPS) y la Agencia Española de Cooperación
Internacional para el Desarrollo (Aecid).
El plan, en pleno desarrollo, dejará a la institución preparada para
mantener su capacidad de funcionamiento el mayor tiempo posible, lo cual
requiere garantizarle servicios de agua, energía eléctrica, tratamiento de
residuos y generación de vapores y gases medicinales.
En materia de recursos humanos, hay que capacitar al personal para
enfrentar contingencias extremas. “Cuando un fenómeno de este tipo sucede, todo se pone en función de esa emergencia, las funciones de los médicos se adecuan a las urgencias”, explicó a Tierramérica el director del hospital, Yosvani Tamayo Garrido.
Isla de la Juventud tiene un bien aceitado sistema de meteorología con un
centro en Nueva Gerona, la ciudad cabecera del municipio, tres estaciones
de superficie y un radar ubicado en Punta del Este, en el extremo sudeste
de ese territorio. Pero sus técnicos prefieren no entrar en detalles sobre
pronósticos para la nueva temporada ciclónica.
“Se prevé una temporada más activa que el promedio, pero la práctica ha
dicho que no se puede pronosticar el número de organismos que tendremos con tres meses de antelación”, declaró a Tierramérica el meteorólogo Edgardo Soler, quien recuerda que lo importante es reducir
vulnerabilidades.
A fines de mayo, la estadounidense Oficina Nacional de Administración
Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés) reportó que en el
océano Atlántico podrían formarse entre 14 y 23 tormentas tropicales,
entre ocho y 14 de ellas podrían convertirse en huracanes, siete de ellos
de gran intensidad.
Los especialistas coinciden en que en esta potencial mayor actividad
influyen factores que favorecen el desarrollo de los ciclones tropicales,
como las altas temperaturas en las aguas del Atlántico y el
debilitamiento del fenómeno climático de El Niño, la fase cálida de la
Oscilación del Sur (ENOS) provocada por el calentamiento de la superficie
del océano Pacífico.
* Este artículo fue publicado originalmente el 12 de junio por la red
latinoamericana de diarios de Tierramérica.