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“El mundo puede ser muy diferente.” El Dr. Placeres rememora sus años de cooperante en Haití

Zoilo Placeres es de los ‘fogueados’, como suele decirse en buen cubano. Siendo un bisoño recién graduado de Medicina había desandado las lomas de Guantánamo durante dos años, en condiciones precarias, cuando lo llamaron a cumplir misión en Haití.

Sus ojos casi se salieron de las órbitas. Hacía solo unos meses que se había estrenado como padre, y apenas comenzaba a redescubrir los aires de su ciudad natal. Pero ya había echado su suerte cuando decidió ser médico. Sabía que su profesión tenía ante todo una responsabilidad social.

Las lomas del oriente cubano habían sido el preámbulo de una tarea difícil. Puriales de Caujerí, el nombre del pueblecito adonde lo mandaron a trabajar, le había enseñado a tratar con enfermedades poco comunes en la capital del país, a lidiar con gente más sencilla y humilde, a montar mulos para pasar los ríos y consultar pacientes, a crecerse como médico. Pero no podía imaginar que el poblado de Petite rivière, en el departamento de L’artivonite, en Haití, le traería experiencias definitorias. Allí todo le pareció a la vez nuevo y desgarrante.

“Haití es quizás la experiencia más importante que yo haya tenido como profesional y como ser humano. Allí me di cuenta de lo dispar que puede ser el mundo.

“Conocí por vez primera lo que es vivir con ausencia total de esperanza, de posibilidades. Los haitianos y haitianas enfrentan la muerte con tristeza pero con total desenfado. Han creado una cultura de la muerte porque mueren masa.

“El gobierno haitiano no tiene idea de quiénes y cuántos mueren cada día. No existe el certificado de defunción. Las únicas estadísticas confiables en los tiempos en que trabajé allí eran las de la Misión Médica cubana, no existían otras. No se conocían, por ejemplo, las tasas de hipertensión. Las pocas investigaciones existentes eran de universidades norteamericanas que habían traído especialistas a hacer un estudio de campo para luego publicar los resultados en Estados Unidos.

“El sistema de salud pública en Haití está totalmente desarmado. En principio, no existe la prevención, y es lógico, al no conocer siquiera las enfermedades más comunes y sus causas”.
Haití enfrenta dos problemas fundamentales: no solo hay pocos hospitales y pocos médicos, sino que hay que pagar. Pero los haitianos y haitianas no tienen dinero. En los tiempos en los que estuve allá, la consulta costaba entre 60 y 70 centavos de dólar, una cantidad que representaba la comida de una semana para una familia entera.

Me encontré casos de niños que llegaban con cuatro padecimientos juntos: infección respiratoria, dengue, fiebre tifoidea y paludismo. Estos pacientes podían haber pasado hasta quince días en estas condiciones. Llegaban deshidratados.

Al tercer o cuarto suero como regla, el padre preguntaba por la salvación del hijo. “Usted me tiene que dar seguridad. Si cree que se salva, entonces le doy el dinero para los sueros. Si no, entonces debo disponer del dinero que me queda para el entierro”. Esa es su vida diaria.

¿Qué le impresionó más de la cotidianidad haitiana?
Realmente es duro pensar que personas, que están a unos pocos kilómetros de nosotros, mueren todos los días en masa. Sin embargo, pude descubrir en ellos a seres extremadamente alegres, hospitalarios, con una cultura riquísima. Así han aprendido a sobrevivir, en medio de una situación tan dolorosa que el infierno de Dante no se puede acercar más en un libro que lo que ellos viven cotidianamente.

He seguido por la televisión las imágenes del sismo de enero pasado. La única diferencia con lo que guardo en mi memoria es que ahora los edificios están caídos… En tiempos normales podías pasearte en un taxi y ver un cadáver descomponiéndose sin que nadie lo recogiera, porque no hay servicios comunales. Eso es solo privilegio de la gente rica.

Cuando uno se da cuenta de lo hondo que puede tocar una nación, te das cuenta de que lo tuyo, aunque no sea perfecto, está muy lejos de ser así.

¿Cómo era percibido el médico cubano por la sociedad haitiana?
Allí todo el mundo nos reconocía. El médico cubano cambió la concepción de lo que era para ellos la atención de salud. En primer lugar, porque creían que los blancos siempre eran ricos y andaban en carro; que los blancos no tocaban al haitiano ni comían lo mismo que ellos. ¡Mucho menos concebían la idea de ser atendidos por un médico blanco de forma gratuita!

Al año de estar nosotros allí, ya había cambiando un poco la historia: dispensarizamos el área, identificamos los problemas de salud de cada casa y comunidad para poder emprender acciones. Los médicos haitianos aprendieron a hacer eso con nosotros.

En una ocasión, hicimos una jornada científica en la comuna. Allí presenté un trabajo que había hecho a partir de un ensayo clínico con 70 pacientes hipertensos. Había empleado el guisaso de caballo, como hipotensor, a partir de las lecturas que había hecho sobre pruebas con animales en Cuba. Mi estudio demostró que la planta ofrecía facilidades de preparación y era un remedio muy efectivo para la gente de raza negra.

Luego de presentar el diagnóstico de salud, organizaciones no gubernamentales presentes en el evento, autoridades estatales, médicos, a todo el mundo se le salieron las lágrimas. Ahí fue donde me di cuenta de cuán grande era la medicina cubana. Me había enseñado a trabajar con escasos recursos.

Con un esteto, fuera del horario de trabajo, habíamos conseguido hacer en tres meses lo que en veinte años no habían logrado las autoridades de salud en Haití.

El sistema de salud cubano ha establecido como una rutina todo un mecanismo de prevención y de educación para la salud. Por eso, luego del terremoto, los médicos cubanos demostraron su efectividad en el despliegue por todo el territorio afectado. Mientras los estadounidenses desembarcaban soldados, nosotros estábamos pensando en campañas de vacunación.

Esa cultura de saber cuáles son los problemas, identificar las prioridades y emprender acciones no existe en muchas partes del mundo, pese a que hay estudios más avanzados. Ellos tienen más tecnología que nosotros, y quizás sepan hacer lo mismo tan bien o mejor que nosotros, pero no se trata de recursos, sino de voluntad.

¿Cuáles son sus recuerdos más gratos?
Haití marcó a los que estuvimos allí. En este hospital hay casi 50 médicos que pasaron por ese país en diferentes años. Tenemos los mejores recuerdos, allí aprendimos a bailar el compaq, el baile típico, y el colé-colé, que se baila bien pegado con la pareja. Viene siendo como el “despelote” cubano, sin usar tanto las manos, sino la cintura.

Los cubanos y las cubanas logramos insertarnos en la cultura haitiana. De hecho, después del paso de los años, cuando nos reunimos en una fiesta en Cuba, a eso de las doce de la noche es difícil que no se ponga un disco de compaq, aunque sean solo dos o tres canciones.

¿Cuál fue su caso más difícil?
En los doce meses que trabajé en Haití se me murió un solo paciente. Me quedaban 15 ó 20 días para acabar la misión y me llegó un caso de un niño de seis años con una desnutrición proteoenergética.

Estaba muy hinchado. Pensé primero que era un paciente nefrítico, con la presión alta. Pero luego me di cuenta de que era la primera vez que veía en la realidad uno de los casos de la enfermedad de Kwacharkow, que había repasado otras veces en los libros. El niño llegó muy mal, con paludismo y fiebre tifoidea.

A esa hora empecé a robarle los frascos de suero al jefe del almacén. Pero por mucho que hice, me di cuenta de que no iba a sobrevivir. Esa es la experiencia más desgarrante para un médico, más cuando estás consciente de que no es culpa tuya, sino de los años de hambre.

Yo tenía un niño con 10 meses, y no hacía más que ver en ese niño a mi hijo. Después vi a la madre envolverlo en un pañal, tenía afuera ocho o nueve muchachos más.

por: Dania Ramos Martín

Haití nos necesita ahora mucho más
Haití sigue siendo escenario de una tragedia humana de enormes proporciones, tres meses después del terremoto que causó más de 250 mil muertes.

Cientos de miles de personas sobreviven en precarias carpas a merced del intenso calor y de las lluvias que ahora comienzan a intensificarse. La situación epidemiológica se complica como consecuencia de las pésimas condiciones sanitarias. La alimentación y el acceso al agua, constituyen retos diarios angustiantes. Pero ya Haití comienza a desaparecer de los medios de comunicación y parte de la ayuda de emergencia que había llegado se retira.

El silencio ha sido particularmente denso con relación al apoyo de los médicos cubanos y latinoamericanos graduados o estudiantes de la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM) y a otras formas de cooperación provenientes de países del ALBA y de movimientos sociales.

Debemos procurar mantener despierta la conciencia del drama haitiano y seguir encontrando formas de solidaridad con ese sufrido pueblo hermano.

Es bueno mantener la vigilancia sobre el cumplimiento de los compromisos que muchas naciones han hecho en la ONU para la reconstrucción de Haití y mostrar como los haitianos se levantan con la ayuda solidaria de muchos hombres y mujeres de buena voluntad de diferentes partes del mundo y seguir incentivando cualquier forma de ayuda real.

En estos blog: www.elamedicosinternacionalistas.wordpress.com (en español)/ www.mediccglobal.wordpress.com (en inglés), podrán encontrar mucha información sobre la ayuda médica organizada desde Cuba y que cuenta con el apoyo financiero del ALBA y del Gobierno brasileño.

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