Cualquier antología o compilación debe poseer un hilo que aúne los textos que presenta, o una premisa que justifique ese “espíritu de arbitrariedad” para elegir un autor entre las diversas voces que disertan sobre un tema determinado.
Cuando encontré en una de las páginas del cuaderno Crisis alimentaria. La agresión del capital, la explicación del sociólogo brasileño Josué de Castro, quien escribía en su Geopolítica del hambre: la carencia de alimentos y la hambruna no son consecuencias de condiciones geográficas o climáticas, se derivan de relaciones sociales de producción, al instante me detuve. Ese podía ser el punto de partida del compilador Ariel Dacal para conformar su selección, un argumento al que también da seguimiento en Crisis alimentaria. Las soluciones antagónicas.
Autores como Silvia Ribeiro, Esther Vivas, Eric Toussaint, Raúl Zibechi y Joao Pedro Stédile, entre otros, reconocidos por sus aportes académicos o por su largo trayecto al lado de los movimientos sociales, desmontan de forma crítica, y desde la problemática del hambre, la llamada “globalización de la pobreza”. Sin embargo, nunca soslayan el asomo de otras dimensiones de la crisis capitalista como la energética, la ecológica, la financiera que, junto a la alimentaria, hablan del caos global desatado por este modelo.
En el primer cuaderno, la lectura de La agresión del capital al sector agrícola –parte inicial de este- lastima los ojos con la aridez del escenario que presentan esas páginas. El recorrido por fórmulas de “progreso” para el campo comienza en la Revolución Verde -aquella que dio el Nobel de La Paz a su mentor, Norman Borlaug, por abrir el camino para multiplicar el número de hambrientos de 80 millones a más de 800 -, y termina en las recientes medidas neoliberales.
Y ahí es posible hacer nuestro propio inventario de las disimiles políticas instaladas en beneficio del capital. Desde el paradigma desarrollista de los sesenta, receptor de paquetes tecnológicos sin priorizar las necesidades de la gente y sus territorios, hasta tratados de libre comercio, apertura para las transnacionales, privatizaciones de tierra, juegos especulativos, préstamos de los organismos internacionales (BM, FMI, OMC, etc.), va ampliándose la ruina de la vida rural.
Una de las formas más sintéticas que recoge el libro para mostrar las causas de esta devastación actual es la definición que ofrece Stédile, integrante de la coordinación nacional del Movimiento Sin Tierra de Brasil: “Se trata del matrimonio de las empresas transnacionales con los grandes propietarios de tierras. En él no hay espacio para la agricultura familiar, campesina. No hay espacio para el trabajo agrícola, pues usan alta tecnología, mecanización en todos los niveles y herbicidas”.
También se analizan los perjuicios de los agrocombustibles y queda desmitificado el factor china como uno de los principales responsables de la hambruna del Tercer Mundo, con lo cual se desvirtúan los argumentos de los grandes medios de comunicación en torno a los llamados motines por comida en Haití, Indonesia, Mauritania y otros países.
El enfoque sobre estas regiones es más nítido en la segunda parte de este cuaderno. El sur es la víctima que paga nos devuelve la delgadez de culturas originarias impactadas por el capital, asentamientos insalubres––esos recipientes de la migración rural––, la destrucción de recursos naturales y las contradictorias conversiones de cultivos tradicionales como el arroz y el maíz en alimentos transgénicos.
Pero los aportes no se limitan a esta descripción del contexto. Los articulistas nos advierten que es necesario ir más allá de un paneo a la dinámica del mercado. Nos hablan de un proceso histórico, consolidado, que lee constantemente aquella frase de Henry Kissinguer: “Controla el petróleo y controlarás los países. Controla los alimentos y controlarás a la gente”, y ante su puesta en práctica nos instan a actuar y tomar medidas.
Por esa razón Crisis alimentaria. Las soluciones antagónicas, cuaderno que continúa la línea temática del anterior, presenta alternativas que surgen desde los movimientos sociales y campañas, las cuales entran en disputa con las modernas “iniciativas” de los organismos internacionales.
Uno de los aspectos relevantes del texto es que nos deja tocar cambios integrales del campo, en los que son visibles además del rechazo a los programas de privatización y al laissez-faire de poderosas compañías, la aplicación de políticas públicas, inversiones en educación y normas comerciales que parten de los pueblos.
La inclusión de documentos, como el plan de acción para el 2009-2012 del movimiento global Vía Campesina, resulta un paso hacia la articulación, un ardid del compilador para contribuir a la integración y al avance en las transformaciones que anhelamos.
Con este sentido, tampoco queda fuera el tema cubano. Las reflexiones dan luces a los nuevos caminos que toma la agricultura de nuestro país. Hay un espacio para mirar de manera aguda algunas paradojas de este escenario y evitar así penetrar en callejones sin salida.
Después de este breve recorrido, quisiera enfatizar en los elementos que indican nuestra asistencia a una lectura diferente, y no a un “más de lo mismo” sobre la problemática alimentaria. Primero: los cuadernos devienen una especie de mapa al situarnos en las causas históricas de esta “fiebre del oro”, por la que mueren cada día 100 000 personas.
Segundo, un abanico de especialistas nos colocan ante posibles soluciones para enfrentar la agresión del capital. Mientras leemos, caminamos hacia el debate, y al cerrar el libro, tenemos nuevos aprendizajes para la acción. De ahí, que cualquier relación con la educación popular no sea pura coincidencia.
Ahora estamos más listos para responder la interrogante inicial: ¿Ceder al capital o alimentar la esperanza? Ustedes tienen la palabra y mucho más…