El pasado día 12, apenas unas horas después de que un fuerte terremoto hundiera inesperadamente a Haití, las imágenes de la prensa nos trasladaban hasta las zonas de la tragedia.
Nuestra mirada quedaba atónita, entristecía ante una situación que viene a agudizar las condiciones precarias de esa nación, afectada desde hace mucho por la violencia, la represión, la ocupación militar de los cascos azules, y las consecuencias de una deuda interminable, que los mecanismos de poder contraen y el pueblo, como siempre, se ve obligado a pagar.
Al mismo tiempo, el recuerdo nos traía aquellas palabras de Martin Luther King: ¿Quién es mi prójimo? Es cualquier persona que está junto a ti. Es el que se encuentra necesitado junto al camino de la vida. No es judío ni gentil, no es ruso ni americano, no es blanco ni negro, es un ser cualquiera, hombre o mujer necesitado- en uno de los numerosos caminos del Jericó de la vida….
Y hoy Haití se ha convertido en nuestro Jericó, en nuestro prójimo, al que estamos obligados desde la ética, el compromiso y la esperanza a seguir ayudando, como lo hemos hecho con la formación de más de 400 jóvenes haitianos en la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM) o con el apoyo que hoy brindan cientos de médicos cubanos en hospitales improvisados o en los que quedaron en pie.
Como en ocasiones similares, nuestro gobierno y organizaciones populares transitan el camino de la solidaridad y han instado a otras naciones a sumarse de inmediato, teniendo presente que ahora los relojes marcan vidas. Tres millones de hermanos y hermanas que arrastran el dolor por la pérdida de seres queridos, esperan la ayuda en las calles, donde parece vencer la desolación y la incertidumbre.
Desde el Centro Memorial Martin Luther King (CMMLK) también buscamos vías ágiles de contribución, todavía con mayor fuerza al tratarse de Haití, un país que comparte nuestra sangre, nuestra cultura, nuestra historia.
Tenemos una larga deuda con el pueblo haitiano, ese que nos abrió los ojos con un inédito paisaje de independencia, que derribó a las tropas de Napoleón, que hizo de esa nación del Caribe, al decir de Alejo Carpentier, El reino de este mundo.
Nuestra misión ahora es la entrega. Un acompañamiento que enfrente a aquellos que no han le perdonado a Haití el “pecado” de esa primera revolución social. Una solidaridad que transgreda las acostumbradas ayudas asistenciales, meramente filantrópicas. Nuestra misión es construir después del olvido.
Las imágenes de Haití nos convocan a devolver esta devastación en renacimiento.