El viaje hasta aquí ha sido largo. He atravesado cientos de fotos, periódicos, las anécdotas de la Sierra Maestra, la visión del Che que me acompaña desde que era niño, y comprendo en silencio que el viaje a la memoria es también una travesía a la inexorabilidad del presente. No vine físicamente a Vallegrande a buscar al Che del pasado, sino al del presente, al que se transfigura en los rostros de toda la gente que lucha por un mundo mejor.
Apenas llego doy unas vueltas por la plaza en espera de un amigo y me entero de que hace apenas unos minutos concluyó el IX Congreso Nacional del Movimiento Boliviano de Solidaridad con Cuba. Más de trescientos delegados bolivianos y cubanos se reunieron durante dos días y ahora vienen bajando de regreso al pueblo, envueltos de entusiasmo y de banderas, procedentes del memorial que organizaciones de solidaridad construyeron en el lugar donde un equipo médico cubano encontró los restos de los combatientes en 1997.
Mi amigo llega y me cuenta que fue un acto hermoso, que una doctora citando a Fidel dijo que los médicos cubanos en Bolivia eran la nueva guerrilla del Che, con mucho más entrenamiento. También que el Congreso llegó a varios acuerdos, entre ellos el desarrollo de acciones a favor del levantamiento del bloqueo de los Estados Unidos contra Cuba y la movilización permanente por la liberación de los cinco, los luchadores antiterroristas cubanos que llevan más de once años en cárceles norteamericanas.
En unas horas comenzará también en tierra vallegrandina la quinta edición del Encuentro Social Alternativo. Se me ocurre que el Che estaría (está) satisfecho por partida doble. Primero, un congreso de solidaridad entre gente de Cuba y Bolivia y, luego, un paso más allá: un encuentro que busca reforzar la unidad y los compromisos de liberación de las luchas de nuestro continente.
La memoria confiere algunas licencias. Es cierto. Una niña pasa vendiendo Coca Cola y me mira. El Che tiene que vivir.