El retorno del presidente constitucional Manuel Zelaya a su país, que sacudió las piezas en el tablero de la inteligencia y del espurio régimen de Roberto Micheletti, tuvo, en primer lugar, la importancia de vigorizar al pueblo. Ahora, en la embajada de Brasil, cuartel general de Mel como dijo La Jornada, a cada hora se renueva el aliento.
Mientras, los golpistas profundizan las heridas de la democracia. Al mismo tiempo que presionan al Gobierno de Luis Inácio Lula da Silva, invaden las calles de Tegucigalpa y otras regiones de la nación centroamericana con bombas lacrimógenas. Los toques de queda ilegales, los secuestros, las detenciones, el repetido fogonazo de las armas levantan las ruinas de un pasado reciente.
En los últimos días, el Comité por la Defensa de los Derechos Humanos de Honduras (Codeh) arrojó luz sobre la responsabilidad del gobierno de facto por “las más de 101 muertes extralegales y sumarias perpetradas desde el 28 de junio”.
Las fuerzas armadas y el ejército, que sostienen la dictadura, también intentan silenciar a los medios de comunicación que cuentan el terror de estos hechos. Cuarenta y cinco días de estado de sitio, el cierre de la radioemisora Globo y del canal 36 y el secuestro de varios reporteros son pruebas de que Honduras es hoy una amenaza para la libertad, una prisión donde se violan todos los derechos.
Por su parte, las elites protectoras de los golpistas tantean soluciones para salir de la crisis que no afecten sus intereses. La experiencia del acuerdo de San José sirve de alerta frente al llamado Plan Facussé y otras propuestas de diálogo, que además de mantener el impasse en el país, podrían caminar en zigzag ante los anhelos del pueblo.
En un comunicado, la Candidatura Independiente Popular a la Presidencia de la República con Carlos H. Reyes, como presidente, y los designados Bertha Cáceres, Maribel Hernández y Carlos Amaya, dejó claro que cualquier diálogo previo al proceso electoral tiene que defender la restitución del Orden Constitucional, sin condiciones y de inmediato, y que “el mejor espacio para resolver el fondo de esta crisis es en una Asamblea Nacional Constituyente”.
A cada instante el pueblo hondureño ofrece evidencias de su radicalización, que ya contiene el deseo de erigir un país nuevo. De ahí, su constante aislamiento de quienes mantienen posiciones difusas, o de aquellos que no reconocen el significado de una lucha por la verdadera democracia.
Los hondureños no han vacilado a pesar de encontrarse muchas veces casi desnudos frente al ejército, a pesar de que la represión ha quebrantado todos los límites. Y es precisamente esa defensa a corazón abierto la que ha hecho que el mundo mire hoy hacia la nación centroamericana para contribuir, desde nuestras organizaciones y movimientos sociales, a sostener la esperanza.
Dicen que cuando los alemanes cercaron Leningrado, la Séptima Sinfonía de Dmitri Shostakóvich fue para el pueblo un canto de guerra. Desde un avión la partitura emprendió el vuelo como una paloma hasta las manos de los sitiados.
El movimiento de solidaridad con Honduras, que abre este 2 de octubre grietas al asedio, pudiera entonar como himno de resistencia los versos que una vez escribió el poeta salvadoreño Roque Dalton: Mis lágrimas, hasta mis lágrimas endurecieron/ Yo que creía en todo/En todos/ Yo que solo pedía un poco de ternura, lo que no cuesta nada, a no ser el corazón./Ahora es tarde ya/Ahora la ternura no basta/he probado el sabor de la pólvora.