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No hay hombre duro, es duro ser hombre

Dalia Acosta

“En este tiempo he tenido empleo como custodio nocturno en lugares donde podía dormir. Ahora llevo varios meses sin trabajo. A veces duermo en el pasillo de algún edificio o en la azotea de unos amigos, pero no es fácil el frío que se pasa allá arriba. Casi siempre me quedo en el parque”,
contó a IPS este hombre de 59 años.

Aseguró que nunca le ha faltado dinero en el bolsillo, la ropa la guarda en casa de unos amigos y se baña regularmente, siempre ha tratado de ser un hombre honesto y trabajador, pero, en el peor momento de su vida no hubo una amistad, un familiar o un hijo en condiciones de brindarle un espacio para vivir.

Con su primera esposa, madre de dos de sus hijos y a la que sigue
“queriendo como el primer día”, ni siquiera pudo mantener una amistad.
Mirando atrás reconoce que bebía demasiado, siempre llegaba tarde y
borracho a casa, le daba todo lo material, pero no lo que ella necesitaba:
“Le faltaba yo”, dijo.

Muy concentrados en hacer sus vidas, ninguno de sus tres hijos, a pesar
de gestos aislados, ha podido atenuar el abandono y la soledad. “Aquí no
hay hombre duro”, reconoce ahora, con lágrimas en los ojos, en uno de los momentos cumbres del documental “El padre nuestro. Lo masculino y lo femenino de nuestras almas”.

Martínez fue encontrado por la realizadora cubana Lizette Vila para ser el hilo conductor de una historia que pretende “registrar en tiempo real” la construcción social de las masculinidades desde una percepción de
absoluta vulnerabilidad emocional, sentimental y humana.

Víctima de uno de los problemas sociales más acuciantes de Cuba, el
déficit de vivienda, es también la síntesis de ese hombre de barrio que,
desde muy niño, fue educado en los estrechos márgenes de la masculinidad heterosexual hegemónica y, sólo colocado en el límite, empieza a hablar desde los sentimientos.

“Si los hombres se dieran cuenta de que tienen derecho a llorar, a confesar sus sentimientos públicamente, a usar los colores más sublimes, a convivir con lo humano y lo divino, no estuviéramos, quizás, hablando de violencia, de vulnerabilidades humanas, de desafíos con caminos cada vez más lentos”, dijo Vila a IPS.

Directora general del proyecto cultural Palomas y realizadora de una
larga lista de documentales, varios de ellos sobre hombres, Vila está
convencida de que “el macho cubano, como el mexicano o el latino en
general, sufre mucho porque no le han dado la posibilidad de erigirse
desde una percepción de paz”.

Vulnerabilidad masculina
Estos hombres “viven en una competencia latente, en la necesidad de
engañar amorosamente, de ser iconos sexuales, y terminan escondiéndose cuando tienen dificultades con su sexualidad o con su próstata. Son esclavos de un poder imaginario y se han vuelto muy vulnerables porque ni son tan rígidos, ni son tan fuertes, son seres humanos”, afirmó.

En Cuba, con una población de 11,2 millones de personas, divididas casi
a partes iguales entre hombres y mujeres, la tasa bruta de divorcios saltó
de 0,41 por cada mil habitantes, en 1955, hasta 3,2 en 2006, según un
estudio de la investigadora María Elena Benítez, del Centro Demográfico de la Universidad de La Habana.

Diferentes estudios coinciden en que, a pesar de vivir en sociedades
patriarcales donde ostentan el poder y lo ejercen sobre la mujer y la
familia, el modelo de masculinidad socialmente impuesto coloca a los
hombres ante una situación de vulnerabilidad que pasa por el cuidado de su salud y los coloca, constantemente, en contextos violentos.

Por lo general, las mujeres están mejor preparadas para enfrentar la
jubilación y la viudez, a lo largo de la vida establecen lazos de amistad
profundos, duraderos y cualitativamente diferentes a los de los hombres y,
en casos de pérdida de vivienda o soledad, suelen ser mejor acogidas por
familiares o amigos.

Ellas, también enmarcadas en los estereotipos de género y en la función
social que han cumplido a lo largo de sus vidas, son vistas como una
posible ayuda en el cuidado del hogar y la familia. Ellos, aunque traigan
dinero, son recibidos como una carga extra, alguien de quién ocuparse y,
en casos extremos, un verdadero estorbo.

“El hombre cae en la soledad, en la depresión, no sabe qué hacer con su
vida. Al final, la masculinidad lo lleva a la dependencia total de la mujer, a la inutilidad, a un proceso doloroso”, dijo a IPS Julio César González Pagés, profesor de la Universidad de La Habana y coordinador de la Red Iberoamericana de Masculinidades.

Aunque no existen estadísticas públicas sobre las personas que viven en
situación de indigencia en Cuba, una investigación de la especialista en
antropología social Juana María Jiménez encontró que la mayoría son de la tercera edad, predominantemente del sexo masculino, sin hijos ni
familiares allegados y con riesgos de alcoholismo.

En condiciones sociales diferentes, los hombres también son mayoría
entre las personas que viven en la calle. Un estudio de caso realizado en
la ciudad española de Barcelona encontró que 89,5 por ciento de las
personas sin techo eran hombres, pero, a diferencia de Cuba, 62 por ciento eran inmigrantes extranjeros.

A fines de 2007, 184 millones de personas vivían en la pobreza en
América Latina y el Caribe, 68 millones de ellas en condiciones de
indigencia, según el Panorama Social de América Latina 2008, publicado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).

Del total, unos 120 millones carecen de vivienda o viven en casas de cartón.

En tanto, el último Informe Nacional de Seguimiento de los Objetivos de
Desarrollo del Milenio presentado por Cuba reconoce que, aun con amplias garantías de seguridad y asistencia social, se han identificado en la isla rasgos de vulnerabilidad familiar como el envejecimiento, los bajos
ingresos y las privaciones de vivienda o de su equipamiento.

  • Hombres con almas de mujer*

“Soy pobre, estoy en la calle, pero no soy un indigente. Tengo que andar bien limpio”, afirmó Martínez en una secuencia que alterna con otras imágenes masculinas: un hombre casi desnudo durmiendo en una acera, otro con una botella de ron en la mano, un tercero “buceando” en la basura y varios más matando el tiempo en una mesa de dominó.

“¿Un hombre que se está ahogando no necesita una mano que lo ayude?”, se preguntó Lizette Vila, al mostrar a IPS las fotos de un cubano
rescatado del mar demasiado tarde. “Todo el mundo lo vio ahogarse y nadie se movió para ayudarlo. ¿Qué hubiera pasado si hubiera estado ahogándose una mujer?”, reflexionó.

Segura de ser una “mujer-hombre”, desde el momento en que reconoció lo masculino que hay en ella, Vila consideró que “si todo el mundo
comprendiera que esos dos elementos son psicológicos, sociológicos y
pueden perfectamente complementarse, hubiera mucha más sostenibilidad en la equidad entre los géneros”.

“Si los hombres y las mujeres pudieran reconocer lo masculino y lo
femenino que tienen cada uno y cada una de ellas, la edificación de la
personalidad, la interacción social, incluso la reconstrucción de sus propias vidas en cualquier circunstancia fuera mucho más armónica”,
aseguró.

Y, añadió, “cuando digo armónica, estoy hablando de equidad, de justicia y de derechos”

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