El bloqueo decretado por Estados Unidos a Cuba existe desde antes del nacimiento de la Internet en 1969 y ha supuesto –y supone todavía- un obstáculo frontal a que esas condiciones sean propicias para la Isla. Cero tecnología electrónica puede llegar del mercado a 90 millas de nuestras costas, y hasta 1996 no había manera de conectarse con la red internacional, por decisión del gobierno de los Estados Unidos.
Desde entonces es posible, pero solo por esos satélites que convierten a los navegantes cubanos y a quienes visitan nuestros sitios web en mártires de la Internet. Desde 1996, repito, es posible, pero sin las prestaciones que puede disfrutar cualquier usuario que no sea cubano. Alegremente los principales proveedores de servicios en la web los han prohibido a rajatabla, haciendo suyas y aplicando muchas veces de manera extreterritorial las leyes norteamericanas. Aquí no se puede ver Google Earth, ni descargar Google Talk o Crome, ni usar el chat de Hotmail, ni acceder a los softwares gratuitos de Microsoft, ni adquirir dominios internacionales que parezcan favorecer el turismo hacia Cuba, por mencionar algunos servicios. Cuando detectan una IP cubana, estas empresas, estén en Alaska o en España, en París o Canadá, nos advierten que “usted no puede recibir este servicio porque vive en un país considerado terrorista por los Estados Unidos”, palabras más palabras menos.
Cada metro de cable y cada pieza de computadora, Cuba la ha tenido que comprar a precios hasta diez veces más caros en mercados al otro lado del mundo, mientras cada megabytes (MB) de conexión contratado a Estados Unidos necesita de un permiso del Departamento del Tesoro. Hasta este mismo minuto, el país entero dispone de un ancho de banda similar al de un café internet en Bethesda, un suburbio de Washington: 302 MB de bajada y 180 de salida. O todavía más gráfico: el servidor en Alemania –Strato- que aloja el publicitado blog de Yoani Sánchez posee un ancho de banda 60 veces superior al que dispone toda Cuba: 20 gigabytes (GB).
Pero esta realidad se asienta sobre una paradoja que generalmente se obvia en los análisis sobre la Internet cubana. El país bloqueado por más tiempo en el mundo, acosado y satanizado, está en condiciones, como ningún otro en la región, de dar un salto tecnológico extraordinario en el uso de la Red de Redes, cuando tres de aquellas cuatro circunstancias que hablábamos al principio les sean realmente dadas.
Todas las escuelas primarias cubanas tienen laboratorios de computación, incluyendo aquellas a las que asiste un solo niño en los lugares más remotos de la montaña. La computadora es un instrumento familiar en todos los niveles de enseñanza, en todas las dependencias públicas y en todos los barrios. En una población de 11 millones de habitantes, 2 000 000 han pasado cursos en los Joven Club de Computación y cientos de miles de jóvenes estudian o han estudiado las carreras de Informática en politécnicos y universidades.
Si Cuba fuera un “enemigo de la Internet”, la muletilla de turno, ¿por qué ha invertido tanto en la preparación de la población en estas tecnologías, empezando por los niños de edades muy tempranas? ¿Por qué un país que padece un brutal bloqueo informático –además del otro que intenta rendirnos por hambre y enfermedades-, obstinadamente capacita a millones de personas y extiende en las provincias filiales de una universidad como la de Ciencias Informáticas, que no tiene nada que envidiarle a sus pares en el mundo? Si no le interesara que sus ciudadanos se enlacen a la red internacional, ¿por qué firmó un contrato con Venezuela para tender en próximos años un cable submarino de más de 500 kilómetros desde La Guaira hasta Santiago de Cuba?
La respuesta es simple: porque la decisión de Cuba de extender el uso social de la red no es retórica, y la inversión en estas tecnologías no empezó como en todas partes –favoreciendo primero a grupos económicamente privilegiados y elites tecnológicas-, sino facilitando los espacios sociales y preparando a todo el mundo para el gran salto tecnológico que necesariamente tendría que darse, con bloqueo o sin bloqueo.
De modo que la reciente publicación en la Gaceta de Cuba de la decisión gubernamental de extender el servicio de Internet en las oficinas de Correos solo explica que el país, por sus propios medios, busca nuevas fórmulas para mejorar las comunicaciones, pero en lo absoluto es una prueba de que Cuba ahora se abre a la Red de Redes. Está abierta desde el principio, porque le ha costado millones preparar a su gente, producir tecnologías propias e invertir a precios más caros en su infraestructura tecnológica, bregando además con implacables castigos, acusaciones, ciber-vedettes y trampas de los Estados Unidos.
Todavía está por ver qué se concretará de las recientes regulaciones de la administración Obama. Si entre las medidas anunciadas por el Presidente y los reglamentos para empezar a hacerlas realidad mediaron casi seis meses, las posibilidades de contratos entre empresas de los países para mejorar el servicio de telecomunicaciones puede tardar todavía bastante más.
Mi opinión personal es que si en breve el cable submarino norteamericano se extiende esos 15 kilómetros que median entre el Atlántico y La Habana, y las empresas de telecomunicaciones de ambas naciones negocian en condiciones de normalidad y respeto, el salto de Cuba en la Red será inmediato para beneficio de los cubanos y de la comunidad de Internet, bloqueada también por el bloqueo y excluida de los aportes científicos, las soluciones tecnológicas y los nichos de indudable valor cultural que posee la Isla. Y si esto ocurre, no será por voluntad de Estados Unidos, sino a pesar de este país. Es cínico olvidar que Cuba, sola y contra viento y marea, adelantó muchísimo en esta dirección. Y honor a quien honor merece.