No es secreto que le quedaba grande la presidencia, aún en su sentido protocolar. Sólo Gerald Ford lo supera. Resultaba tétrico verlo en la televisión, después de muchas horas de ensayo, verlo tan inseguro ante las cámaras. Se dice por acá que Karl Rove, su íntimo amigo y asesor, hasta le comunicaba lo que tenía que decir en los debates presidenciales a través de un ardid tecnológico. Era una mutua compañía de niños mediocres y engreídos.
Ahora bien, uno siempre se pregunta cómo operan los mecanismos e influencias que rodean la presidencia de los Estados Unidos. El asunto es complejo. En una ocasión don Rodrigo Carazo, en aquella oportunidad presidente de Costa Rica (1978-1980), me comentaba lo difícil que era orientarse en Washington porque eran poderes en pugna, y muchas veces descoordinados. Aún entrevistarse con funcionarios de los distintos poderes del gobierno resultaba un rompecabezas.
Llegar hasta la oficina Oval de la Casa Blanca no es proceso sencillo. Me imagino que cuando se llega allí uno se rasca la cabeza y dice, “Dios mío, dónde me he metido.” Casi estoy seguro que Barack Obama se lo preguntó. Nosotros los hombres de color tenemos que hacernos la pregunta muy allá en lo íntimo porque el imperio no cede fácilmente, y nos carga el peso de la duda. Yo lo experimenté cuando me dieron cargos de relevancia en una institución educativa norteamericana eminentemente blanca, y todo el mundo se sorprendió. ¡Un hispano en esa posición, jamás!
Seamos muy transparentes, al imperio no le costó más remedio que elegir a Barack Obama. ¡Y una vez él ganó la primaria demócrata tuvo que hacer negociaciones importantes en su partido para lograr la elección presidencial! Debo subrayar algo, Obama me simpatiza como persona. Es inteligente. Y la presidencia no le incomoda. Pero, seamos honestos, la presidencia de los Estados Unidos no obedece a un individuo, nunca ha sido así. Es una instancia manejada por poderes yuxtapuestos y rodeados de múltiples intereses que tienen poderes económicos extraordinarios.
Barack Obama ha proyectado una imagen aceptable en los ámbitos internacionales, aún Fidel Castro lo reconoce. Pero su retórica está reñida con su poder real. Obama ganó la presidencia de Estados Unidos, pero no el poder imperial. No controla ni el Pentágono, ni la política exterior. Ese es el verdadero poder en Washington. El Congreso y Senado obedecen, en la mayoría de los casos, a esos intereses más que a los dictámenes de la Casa Blanca.
Así las cosas, me parece crucial poner en perspectiva lo que sucede en Latinoamérica y el Caribe en relación con la administración Obama. Obsérvese que Arturo Valenzuela, un científico político de origen chileno, muy cercano de Bill y Hillary Clinton, es el nuevo subsecretario del Departamento de Estados para Asuntos Interamericano y obedece a ellos más que a Barack Obama. Cuando esto escribo Thomas Shannon, republicano conservador allegado a Bush, sigue conduciendo la política del Departamento de Estado de Estados Unidos para la región Latinoamericana y Caribeña. Uno podría afirmar, sin llegar a equivocarse, que la mayoría de los puestos claves en la administración Obama están en manos de políticos allegados y protegidos por los Clinton. Además, podría afirmar con mucha pena que personeros claves de la administración Bush todavía tienen gran ascendencia y control sobre mucha información y estrategia política y militar que se impone por encima de lo que la administración Obama desea. Hillary Clinton está en un fuego cruzado feroz entre los republicanos infiltrados en su secretaría de Estado (John Negroponte de ingrata recordación en Centroamérica y Hugo Llorens, cubano americano experto en terrorismo y embajador en Honduras). ¿O será que realmente coinciden con ellos? Esos dos personajes, John Negroponte y Hugo Llorens, han sido los artífices de todo el proceso de golpe en Honduras. Los procesos lo van aclarando. La pantalla inicial era que los Estados Unidos no aprobaban el “golpe” en Honduras. Conforme fueron evolucionando los procesos se disiparon las iniciativas de la OEA y el ALBA. Manuel Zelaya se mostraba más proclive a “obedecer” a Washington, y Oscar Arias quedaba en el medio como un negociador innecesario.
Resultaba evidente que todo este proceso de negociación era una fachada ya ensayada que al final demuestra que la mano imperial de los Estados Unidos, de cualquier manera, estaba allí de principio a fin . Obama quedó callado, Hillary habló lo que parecía necesario. El golpe de estado en Honduras sigue su curso. La Unión Europea, la ONU y la OEA seguirán acomodándose en las próximas semanas. Se propiciarán unas elecciones en noviembre maniatadas, Zelaya quedará marginado. Y Honduras volverá a su esquema de democracia tutelada y protegida. Obama no dirá mucho más sobre el asunto.
Conoceremos y confirmaremos una vez más lo que significan las posturas acomodaticias y ambivalentes que confirman el poderío imperial de los Estados Unidos. La presencia militar tan prominente de Estados Unidos en Honduras (viví 17 años en Centroamérica), confirmara dos posturas evidentes: ¡El imperio no cede! ¡La verdadera democracia en Latinoamérica y el Caribe está en inminente peligro de ser detenida y obstruida,, buscando la recuperación de su influencia imperial en la región.
Seguimos viviendo bajo la amenaza de un poder imperial convencidos de que la búsqueda de una relación de respeto e igualdad en el trato hacia Latinoamérica y el Caribe, ha comenzado nuevamente a ser erosionado. Barack Obama probablemente nunca se entere de lo que está sucediendo allí. Eso es grave para él, y los y las que desearíamos que tuviera algún éxito. El poder imperial de Estados Unidos es más que una presidencia, es un monstruo, decía nuestro José Martí. Mientras tanto esperaríamos un giro sorpresivo en Honduras que de cuentas de la cordura y la dignidad que lleve por lo menos a un intento, aunque sea tímido, a los procesos democráticos. No soy muy optimista. Los Estados Unidos una vez más nos demuestran de lo que son capaces para mantener su poderío: recurrir a la hipocresía, la mentira y la extorsión, para seguir imperando. Esa ha sido su estrategia. Los imperios no mudan tan fácilmente.
- Misionario puertorriqueño residente en Estados Unidos