El propio título es un embuste con el cual se intenta maquillar un golpe de estado, el avasallamiento de libertades y derechos fundamentales, y el atropello a la voluntad popular. De ahí en adelante desarrolla un grotesco ejercicio seudojurídico a fin de justificar lo injustificable. Para completar la figura, el cardenal hondureño finalizó la lectura del engendro indicando que el regreso del presidente legítimo podría desatar un baño de sangre. Con ello subrayó la lógica subyacente: la única víctima es el criminal, y a la verdadera víctima se la debe culpabilizar y criminalizar por males pasados, presentes o por venir. La advertencia va dirigida a Manuel Zelaya, pero su objetivo es debilitar a la resistencia popular, que según su particular óptica pasa a ser responsable automática de todas las posibles desgracias o muertes.
Ante semejantes piruetas, resulta difícil no evocar la figura de aquel carpintero galileo que afirmaba la primacía del ser humano y su dignidad por sobre cualquier ley, aún aquellas escritas en piedra (claro que semejante audacia le costó cara frente a agudísimos letrados, siempre dispuestos a manipular o inventar jurisprudencia para sostener un orden socioeconómico y religioso que decían era la voluntad del mismísimo Dios…).
Los obispos hondureños se suman así, con franqueza inusual, a no pocas conferencias episcopales latinoamericanas que son producto del proceso de restauración animado enfáticamente por Juan Pablo II, notable enemigo de profetas, declarado promotor de burócratas eclesiales, y defensor de grupos ultraconservadores, que son hoy los que llevan la voz cantante en la iglesia católica, mimando a banqueros, financistas, terratenientes, grandes empresarios, militares golpistas, que aparecen como fervorosos cristianos.
Los que caminan
El sábado 4 de julio, durante la primera marcha multitudinaria al aeropuerto de Tegucigalpa, una periodista de televisión entrevistó a uno de los caminantes. Casi anciano, vestido de paisano, indicó que era sacerdote católico y que lo tenía sin cuidado lo que pudieran decir los obispos. Señaló a la multitud y dijo “¡Esta es la iglesia!… ¡esta es una insurrección popular que debemos apoyar!”. Con buena memoria, aprovechó para recordar el prontuario de siniestros personajes como Billy Joya o Ralph Nodarse, que hoy resurgen como asesores o funcionarios del grupo golpista. Joya, con el alias de “Licenciado Arrázola” tuvo una destacada actuación al mando de escuadrones de la muerte, asesorados y entrenados por oficiales del Batallón 601 de Argentina en los años ochenta. Perseguido por la justicia de su país, intentó obtener asilo en España, donde el único empleo que se le conoció fue el de catequista en el colegio San José, de los Sagrados Corazones, en Sevilla. Por su parte, Nodarse ofreció eficaz apoyo al terrorista fugitivo Luis Posada Carriles, y formó parte del lobby para que el presidente Zelaya le concediera refugio, a lo cual el mandatario se negó.
Buena parte del pueblo hondureño mantiene acciones de vigilia y resistencia de un coraje pocas veces visto, con extraordinaria entereza y disciplina, con voluntad de defender su derecho a construir el otro país posible. Mientras tanto, ajenos a la práctica del carpintero galileo que no dudaba en echar su suerte y caminar con la gente de abajo, los obispos indican en el párrafo final de su funesto documento que es hora de “orar y ayunar”.