Tenía programado mi viaje a Cuba para el 14 de septiembre. Estaba a pocos
días de regresar a la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San
Antonio de los Baños, esta vez para impartir un Taller de Creatividad e
Ideas Luminosas. Mi agenda y la dificultosa conexión a Internet desde la
isla me había hecho imposible aceptar una propuesta inicial de impartir dos
talleres, pero me comprometí a escapar al menos una semana. Mis alumnos
iban a ser los guionistas de tercero. Nos conocíamos desde abril, cuando
les asesoré los ocho cortometrajes de pre-tesis, y me apetecía el
reencuentro con ellos y con todo el equipo docente de la escuela, por los
que siento un gran afecto.
Quedaban solo unos días y sonó la alarma del Ike. Prensa, radio,
televisión, Internet,… todo eran noticias acerca del devastador huracán
que iba a azotar la isla. Era el segundo en cuestión de días y aún no había
impuesto su ira cuando ya se especulaba con la llegada de un tercero. La
música de mi móvil se empezó a hacer demasiado constante. Gente que se
preocupa por mi más de lo debido o que me quiere más de lo merecido, me
rogaban que no fuese, que podía “pasar” algo. Aunque me conocen lo
suficiente para saber que no soy de los que se echan atrás ante esas
circunstancias, su insistencia, azuzada por el dramatismo de los medios,
era martilleante.
No pude tranquilizarles. Si no suspendían el vuelo, iba a ir, estuviesen
como estuviesen las cosas.
El día 14 despegué, según lo previsto. Para mi sorpresa, cuando llegué a la
escuela, la encontré como siempre. Con sus características pintadas de los
mandarines del cine que han pasado por allí, y la vida apacible alrededor
de los pasillos y espacios verdes que la rodean. La única huella del paso
del huracán era una nota de la dirección general que decía:
“Con el motivo de los huracanes Ike y Gustav: Queremos felicitar a toda la
comunidad de la escuela, estudiantes, trabajadores y docentes, por su
valentía y optimismo para pelear con la furia de la lluvia y el viento.
Reconocer su sentido de comunidad y organización, para que todo haya sido
más llevadero.
Agradecer muy especialmente a todos los trabajadores y trabajadoras que se
han mantenido con nosotros todo el tiempo, abandonando a sus familias para
hacernos sentir confortables y seguros. Nos están dando una lección de
amor, solidaridad y dignidad que nunca olvidaremos y hará de nosotros
mejores seres humanos.
Es un momento de reflexión colectiva sobre la necesidad de respetar la
naturaleza y aprender de ella. Sigamos conservando el oído y el ojo atentos
y el corazón abierto. El pueblo cubano está pasando por un momento de gran
dificultad, pero sabemos que como en otras ocasiones, logrará salir
fortalecido”.
Cuando alguien sacrifica voluntariamente su comodidad o su instinto para
que otras personas se sientan menos inseguras, es un incuestionable rasgo
de solidaridad humana. Especialmente si viene por parte de quien no tendría
por qué hacerlo. Y a la vista de los hechos, se puede afirmar que entre los
trabajadores de la EICTV hay grandes personas.
Sin embargo, las secuelas del huracán en la escuela son mera anécdota.
Mientras tanto, miles de familias en algunas áreas de la geografía cubana
han quedado en un estado deplorable. La vida y alegría de algunas zonas
como Pinar del Río, donde siempre ha reinado el calor humano, han recibido
un azote despiadado.
Los alumnos de la escuela saldrán a documentar y a dar testimonio con la
visión única del cineasta. Pero no íbamos a esperar tanto para hacer algo
al respecto, y se organizó una llamada de voluntarios, para quienes
quisieran aportar una contribución inmediata y tangible a la comunidad.
El lugar elegido no podía ser más cinematográfico: un inmenso e
impresionante jardín de orquídeas, centro de la vida de un buen número de
familias de una pequeña población, que había cambiado de faz a causa de una
cirugía impuesta por el capricho descontrolado de la naturaleza.
El panorama era desolador. Los obreros del lugar no pudieron contener sus
emociones, cuando tras el huracán, descubrieron el nuevo rostro de su
jardín del Edén. Metros de hermosura habían sido teñidos de ramas
desgajadas de las palmeras y troncos partidos de cuajo, las hojas muertas
se esparcían como manto de ocre seco escondiendo el verde húmedo propio del
lugar, restos de cubiertas rotas salpicaban el paisaje como abono de
uralita… Serían meses de trabajo solamente para recuperar un ápice de lo
que una vez fue un vergel mágico de orquídeas, pintado con más de 700
especies. Sus brazos eran fuertes y sus voluntades firmes, pero restaurar
el desorden impuesto por el universo les condenaba a incontables horas de
sol a sol antes de poder reemprender la vida normal del lugar.
El sábado día 20, a las siete de la mañana, tres autobuses y un camión
cargados hasta los topes de jóvenes cineastas, profesores y trabajadores de
la escuela, partimos rumbo al jardín de orquídeas, dispuestos a cambiar su
destino. Tras dos horas de viaje, nos apeamos para dividirnos en grupos,
abarcar la zona y con la perfección humana del trabajo en equipo, abordar
la inmensa tarea.
Lás cámaras de quien no quería renunciar a plasmar el momento, convivieron
durante horas con el sudor de quienes prestamos nuestros módicos músculos a
tareas que usualmente nos son extrañas, pero que con la fuerza de la unión
adquieren una utilidad difícil de imaginar desde la especulación letárgica
del sillón.
El sol brilló fuerte. Enseguida lo asocié a los Veranos de Guión en
Córdoba, sólo que aquí no corríamos del hotel a la Filmoteca para huirlo,
sino que desafiábamos su presencia sin ceder, fieles al compromiso de
recuperar la belleza del lugar.
Entre todos los que éramos, no tardamos mucho en llenar un primer camión
con los desperdicios de aquel picadillo vegetal cocinado por el viento.
Después, un segundo, y así hasta que el suceder de las horas y el trabajo
aderezado en ocasiones por el cantar de dos trovadores de la escuela, hizo
que la prófuga estética se asomara de nuevo al lugar. Fue otra de las
ocasiones para reafirmarme en mis convicciones de la importancia del
artista en la comunidad. No hubiera intercambiado la caricia de la música
por diez manos extras. Al menos, mientras el sudor titubeaba por la frente
hasta desprenderse de ella, adquiría formas de corcheas y semicorcheas.
El bocadillo con cerveza fría del final de la jornada no me pareció sacado
de “Adaptation” de Charlie Kauffman sino de “Cadena Perpetua” de Frank
Darabont. Andy Dufresne (Tim Robbins), los presos y los guardias no
existían, pero jamás comprendí tan bien lo que podían sentir aquellos
hombres del tejado hasta que dejé que el frescor del líquido empapará mi
paladar. Solo rompí con ese placer casi onanista cuando se rindió un
homenaje a los trabajadores autóctonos, haciéndoles una entrega individual
de donativos para ayudarles a afrontar la situación con mayor ánimo.
Quedaron tan agradecidos que, con el corazón, sellaron un pacto eterno:
desde ese momento, el jardín de las orquídeas y sus trabajadores se
considerarían una “unidad docente” de la escuela, con el compromiso y la
voluntad de ayudar a satisfacer cualquier posible necesidad de futuro.
Fue un final feliz, como tantos otros que tiene la vida, pese a que a veces
los cineastas solo nos empeñamos en mirar por el caleidoscopio de la
fatalidad.
¿Qué lo posibilitó? El ser humano saliendo de su inercia y decidiéndose a
jugar a eso, a ser humano, por unas horas. Nada más. No hay méritos, ni
medallas… pero hay ecos, hay cambios, hay complicidad, hay solidaridad,
hay sufrimiento compartido, hay risas, hay cansancio sano, hay positivismo,
hay acción, hay sensación de que se puede hacer algo cuando realmente nos
ponemos a ello… Y hay recompensa: descubrimiento,… cada cual a su
medida.
Un choque de realidad viene muy bien al guionista, al cineasta, al artista,
para ponerle en perspectiva. A veces pensamos que nuestra profesión y
nuestros problemas son trascendentales y solemnes. Cuando es así, sólo hace
falta asomarse un poco a la realidad para desternillarnos de nuestra
pomposidad. Pongámonos en contexto. Escribiendo líneas, haciendo cine, o
dando vida a personajes, no estamos salvando vidas.
Nuestra burbuja de cristal no aguanta como excusa para inhibirnos. Por
mucho que nos empeñemos en emular a Narciso frente al lago,
autoseduciéndonos con el pensamiento de que la cosa, si no va de letras,
arte o estética no va con nosotros. Nuestra responsabilidad como artistas
no puede quedar adormecida por la morfina de la comodidad. Ni por nuestro
elitismo intelectual. Solo hace falta… mirar. Y el artista sabe mirar
como nadie.
La vida sigue más allá de las reflexiones, demasiadas veces fruto efímero
de la pasión de un momento. Hay que convertirlas en pulsión de vida.
Por supuesto, Cuba no ha sido sólo huracán. El reencuentro con mis alumnos – Daniel (Brasil), Emmanuel (Venezuela), Jennifer (Cuba), Joaquín (Puerto
Rico) y Pablo (España) – ha sido reconfortante. Han tenido que soportar
que les multiplicara despiadadamente su actividad cerebral con estímulos,
conocimientos e ideas para que se dieran cuenta de que sus neuronas pueden
dar mucho de si. Son dioses creadores y, aunque lo intuyen, aún no acaban
de creérselo. Quizá ahora, un poco más.
Sabiendo de sus dotes, mi meta de crear entre 150 y 200 ideas para
películas en cinco días era jugar sobre seguro. Con ellas se podría rebasar
de largo la producción cinematográfica anual de un país como España, con
una diferencia sustancial: produciendo un 10% de los proyectos aquí
ideados, aumentaríamos el porcentaje de películas de calidad de forma
contundente. Y no me refiero a películas exclusivamente de “autor”, sino
abarcando un amplio espectro de géneros, gustos y potencial de respuesta
por parte del público.
Por supuesto, no todas sus ideas se rodarán; ni siquiera todas se
desarrollarán. Pero cada uno de ellos tendrá ahora la certeza de que tiene
el poder de hacerlo en el momento en que decida. De momento, cinco serán
las que conviertan en su primer guión de largometraje, a lo largo del año.
Cinco en las que los procesos de generación de ideas, exploración,
análisis, decisión y ejecución danzarán desordenadamente hasta dar vida a
un pedazo de realidad.
Nuestro sueño de guionistas es que nuestra obra impacte en mucha más gente
que los huracanes, ojalá que de forma mucho más positiva. Porque ¿acaso no
es el artista el bálsamo que permite soñar y mantener los sueños ante una
cruda realidad? Pero más aún, el artista es quien transforma realidades,
quien se atreve a soñar para inspirar a otros, quien nos deja constancia de
que los sueños son los primeros peldaños en la creación de los universos
del mañana.
Mientras tanto, y a ratos muertos, nunca está de más mirar a nuestro
alrededor, ser conscientes que además de escribir podemos hacer muchas más
cosas,… especialmente nosotros.
Mi deseo desde Cuba es que no nos olvidemos de arrimar el hombro de vez en
cuando. Que no nos convirtamos en yonkis intelectuales de la comodidad.
Estamos hechos de una pasta especial. Conviene no olvidarlo para ponerla de
vez en cuando al servicio de los no tan afortunados en lugar de morir
lentamente de hedonismo conceptual profundo.
Además de Bergman, Wilder, Tarantino o el mesías de turno, existen otros
seres,… Jamás sabrán de cine como nosotros, pero no por ello son menores.
Y además, están a nuestro lado y nos necesitan. No hace falta ir a Cuba.
Solo hay que mirar a derecha e izquierda. Están ahí y tú puedes hacer algo,
lo mismo que yo. La responsabilidad del artista no acaba en la mirada.
(*) Valentín Fernández-Tubau, escritor, actor y guionista, está considerado
uno de los más importantes analistas de guión de España. Formado en Estados
Unidos, desarrolla una amplia labor docente internacional.