“La esperanza es la hija más hermosa de este proceso”. La frase, que pertenece al antropólogo y profesor Eduardo Restrepo, logra condensar las expectativas que ha generado en diferentes sitios y, sobre todo para los movimientos sociales, el Acuerdo Final entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP) y el gobierno de ese país, conseguido en La Habana, Cuba, tras cuatro años de diálogo y firmado el pasado 26 de septiembre en Cartagena de Indias, capital del departamento colombiano de Bolívar.
El momento fue propicio para el encuentro entre una amplia variedad de actores y actrices que han venido apoyando la paz con justicia social en Colombia en sus distintos períodos y, más específicamente, en el actual proceso. Por ello, si bien estuvieron dignatarios de diferentes países de la región, cancilleres, líderes de organismos internacionales; representantes de los gobiernos garantes y acompañantes de los diálogos de paz, es decir, Cuba, Noruega, República Bolivariana de Venezuela y Chile, también asistieron movimientos sociales y ecuménicos colombianos y del área, que han sido activos en el seguimiento al proceso, la inclusión de demandas populares y que consideran esta firma y la consulta del próximo 2 de octubre como el inicio de una nueva etapa de desafíos para la consolidación de los acuerdos y de las aspiraciones del pueblo colombiano.
Quienes han trabajado junto a movimientos sociales a lo largo de varios años y según las propias declaraciones de estos actores, se sabe que la paz significa encaminar la solución de conflictos históricos en la sociedad colombiana, muchos de los cuales superan los cincuenta años de guerra. El investigador Leonardo Salcedo intenta colocar las problemáticas en: los grupos de presión y sus intereses económicos y políticos; un diagnóstico sobre la situación de pobreza, miseria, desplazamiento, violaciones a los derechos humanos; y una discusión amplia sobre el modelo de desarrollo que se ha implementado y se pretende implementar.
Por su parte, integrantes de movimientos indígenas y afrodescendientes afirman que “la paz es poder vivir bien, trabajar tranquilos y relacionarse tranquilamente con el vecino, sin miedo a que lo maten o a que lo saquen de territorio”. De ahí que para ellos y ellas, el diálogo y la puesta en práctica de los acuerdos trasciendan al gobierno y la insurgencia, y conlleve a la participación de todas las comunidades del país.
Este posicionamiento ha hecho que la solidaridad internacional haya persistido en el establecimiento de puentes entre la Mesa y los movimientos sociales durante los últimos cuatro años. Es el caso de la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC-Vía Campesina) que, precisamente, llega a Cartagena a través de la Misión Internacional de Solidaridad con Colombia, enfocada en “verificar la situación de derechos humanos y tierra que enfrenta el campesinado en el contexto de paz para garantizar el punto uno del acuerdo relacionado a la Reforma Rural Integral, consistente en una serie de transformaciones para democratizar el acceso a la tierra en los campos de Colombia”, como expresa una nota de la CLOC.
En el propio terreno cubano, el Centro Memorial Martin Luther King, como organización de la sociedad civil, también ha realizado diferentes aportes a estos diálogos y en general a la concertación de una paz con justicia social, al impulsar la participación de líderes e integrantes de movimientos sociales afrodescendientes, indígenas y campesinos en La Habana. Igualmente, apoyó desde la comunicación el proceso de paz visibilizando el sentir y las propuestas de estos actores de abajo. Junto a organizaciones ecuménicas colombianas, fomentó el intercambio entre sectores religiosos y seculares en torno a ejes de conflicto en el país y las vías de participación en el proceso de paz.
En ello, fue crucial el trabajo conjunto con la Asociación Cristiana Menonita para la Justicia, Paz y Acción No violenta (JUSTAPAZ), organización que arriba a sus 25 años en el 2016, y el Diálogo Intereclesial por la Paz. En distintas acciones realizadas desde el campo eclesial a lo largo del proceso de paz, ya fuese por el rescate de la memoria histórica, la incidencia política, la organización comunitaria y la visibilización de historias de vida marcadas por el conflicto armado y la desigualdad en el país, se contó con la presencia de integrantes de la Red Ecuménica Fe por Cuba, la de Educadores y Educadoras Populares, así como miembros del equipo del CMMLK y de la Iglesia Bautista Ebenezer de Marianao. De ahí que también estos esfuerzos estén representados con la participación de Joel Suárez, coordinador general del Centro, en la ceremonia oficial de firma del Acuerdo Final en Colombia.
Los retos por venir son disímiles. Uno de los primeros a enfrentar es el plebiscito del 2 de octubre que puede refrendar lo conseguido en La Habana, ante el cual ya se han escuchado los cantos de sirena a favor del no del sector uribista. También se reclama la entrada al diálogo del Ejército de Liberación Nacional (ELN), otra fuerza insurgente de Colombia. Sin embargo, muchas y muchos colombianos coinciden en que el Acuerdo representa un primer paso para conseguir el viejo sueño de la paz, y el sí significa el compromiso de continuar ese camino, con justicia social.
Más de ocho millones de personas, entre desplazados, desaparecidos y asesinados, han sido víctimas del conflicto. La oportunidad de otro designio para el país está ahora en manos de los colombianos y las colombianas, y por supuesto, en la solidaridad internacional que ha acompañado la paz.