El VII Congreso del Partido discutirá seis documentos, cinco de ellos sobre la marcha y el futuro de la economía y solo uno sobre el cumplimiento de los acuerdos de la Primera Conferencia. Numéricamente tiene prioridad la economía sobre la política ¿lo merece?
Ciertamente, el futuro del proyecto cubano depende en gran medida de su capacidad para generar riquezas y distribuirlas bien, para garantizar que el trabajo sea la principal fuente de ingresos de las familias cubanas, que reciban más quienes más aporten a la sociedad.
Sin embargo, verticalismo, centralización, insuficientes y formales mecanismos de control popular, debilidad del sistema judicial, excesivas regulaciones, lentitud en la toma de decisiones, cuadros y especialistas no idóneos en puestos clave, desconexión de los cuadros con la realidad, son problemas que afectan el funcionamiento de la economía y pesan sobre la lentitud con que se implementan los Lineamientos. ¿Acaso son cuestiones a abordar por la ciencia económica o deformaciones de nuestras formas de hacer política?
Contrario a lo que algunos esperan, un proyecto como el nuestro no puede ni debe garantizar a todos los cubanos los patrones de consumo del mundo desarrollado. Y por mucho que cambie la coyuntura, por muchos dólares que lleguen producto de las nuevas relaciones con nuestros vecinos, las deformaciones de la economía tienen una larga data. Se pueden corregir con mucha más prisa, pero no existen “soluciones mágicas”.
La economía por sí sola no puede lograr mucho. Es necesaria una amplia movilización política: generando consenso y participación alrededor de las trasformaciones en curso, rescatando y ampliando los pilares del sistema social (salud, educación, seguridad), y desarrollando la vida cultural y política de los cubamos como ciudadanos.
Por si fuera poco, estos retos se asumen con muchos intereses en contra: los enemigos históricos (ahora a través de una estrategia muy sutil e inteligente), los capitales extranjeros, los nuevos ricos y los funcionarios corruptos. A todos (menos los últimos) es necesario sumarlos para sacar la economía adelante, pero conscientes de que queremos un modelo diferente de sociedad.
Y para estos retos colosales, ¿con qué contamos? Con una vanguardia desarticulada, vacíos de liderazgo, desmovilización y una pésima y contraproducente propaganda política. Llámesele como quiera, pero en Cuba (donde somos muy dados a los bandazos), le dimos a la economía la importancia que merecía y dejamos de hacer política.
El socialismo tiene aún amplias bases sociales en Cuba, pero el inmovilismo las corroe. Ni el Partido será inmortal ni el socialismo irreversible por decreto.
¿Cómo se puede construir el socialismo sin movilización política? ¿Sólo con las grandes estrategias de gobierno o la intervención de algunos intelectuales, profesionales, militantes que generan aislados nichos de esperanza en sus espacios de actuación? ¿Cómo es posible lograr el llamado “cambio de mentalidad” si nuestras estructuras políticas están copadas por los representantes de la mentalidad que se quiere superar? ¿No son acaso esos temas los que debieran centrar los debates del Congreso, sin dejar a un lado la economía?
Necesitamos un Congreso de lo político, un Congreso que reconozca la parálisis y asuma los errores. Como en otros momentos de nuestra historia, un gran harakiri, lejos de ser el reconocimiento de la derrota, puede ser la clave de la victoria, el secreto para capitalizar el espectacular momento de oportunidades que vivimos.
El tiempo es escaso, pero nunca es tarde si la dicha es buena.