Por Adrialys Martínez Nuñez
Esto no es un artículo científico, es un testimonio de vida, un puñado de notas vivenciales, un fallido intento por plasmar en una hoja lo que representó conocer de cerca, bien cerca, la Escuela Nacional Florestan Fernandes (ENFF), del Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra de Brasil (MST).
La ENFF nació de la sólida cimiente del internacionalismo y la solidaridad, y desde su inauguración en 2005 ha apostado por la formación política, ideológica y organizativa de militantes, dirigentes y cuadros de organizaciones populares de todo el mundo.
Según el educador popular brasileño Ranulfo Peloso es importante conocer el significado etimológico de la palabra “escuela”, que significa “ocio”, espacio para el pensar creativo.
La escuela hoy puede educar o escolarizar. Pero la simple escolarización niega el “ocio”, sirve para capacitar y alienar sujetos pasivos que venden su fuerza de trabajo en el mercado, a cambio de un salario que garantice su sobrevivencia.
Para Ranulfo, la escuela parte del saber; el conocimiento es liberador en cuanto no se reduce a la mera instrucción, a la asimilación y repetición de conceptos, sino que la información es conocimiento cuando pasa a formar parte de la vida de las personas, cuando ayuda a conocer el mundo y da herramientas para transformarlo.
Teniendo en cuenta esta definición, afirmo con toda certeza que la ENFF es una ESCUELA que trasciende el espacio geográfico y su estructura física en Guararema. No es solo un edificio, sino un conjunto de acciones políticas y pedagógicas de carácter formativo que organiza y realiza el MST.
Una escuela donde aprendí lo que es el estudio revolucionario, cuya esencia no es recibir conocimiento sino construir de manera colectiva. Aprendí la importancia de revisitar la historia de nuestras luchas para comprender la realidad y poder transformarla.
Formé parte de la XIII Turma de Teoría Política Latinoamericana Juana Azurduy, un grupo compuesto por 38 personas representantes de 24 países de América Latina y el Caribe. Durante 2 meses y 11 días fueron mi familia; y la ENFF, mi casa.
En esta escuela comprendí una concepción de trabajo que reafirma su dimensión pedagógica y emancipadora. El trabajo militante adquiere una connotación política, es un trabajo humanizador que permite diversificar roles y genera un clima de solidaridad y cooperación.
La ENFF me mostró el sentido de la mística, como instrumento para crear identidad, para rescatar elementos de nuestro pasado histórico y revivirlos, contextualizarlos. La mística revolucionaria constituye un acicate para la militancia en aras de continuar nuestras luchas y construir una sociedad socialista, no reducida a un momento, sino como parte de la cotidianidad.
Esta escuela problematizó mi vida y me hizo cuestionar mis actitudes. Los ejercicios críticos y autocríticos nos convierten en sujetos de cambio. Mediante la formación política se intenta romper con los valores capitalistas, patriarcales y racistas hegemónicos que nos explotan y oprimen. Se trata de no reproducir las lógicas del sistema dominante, estableciendo una ética basada en los principios socialistas y humanistas como una premisa indispensable en la formación de la militancia.
Aprendí en la práctica lo que significa disciplina consciente, solidaridad, compañerismo, valores cada vez menos vivos en nuestra sociedad. Revitalizó en mí el amor por el estudio y el trabajo y el respeto a la diversidad humana.
Pero en esta escuela también bailé, reí, canté porque sobra lugar para la alegría en la Florestan, y parte de sus intencionalidades es que los militantes comprendan que el arte y la cultura revolucionaria también son una estrategia contrahegemónica. Las oficinas de arte evidencian esa dimensión cultural que no debe faltar en la formación política.
La ENFF logró materializar una forma de organización casi utópica que garantiza el logro de sus objetivos y la convierte en referente y faro para quienes se acercan a ella.
Este es el gran reto: lograr que en nuestras organizaciones todos participen en el proceso, de forma activa, protagónica, responsable y consciente, en contextos diferentes, pero igualmente convulsos.
Con enorme satisfacción puedo afirmar que viví esa escuela, que hoy tengo hermanos y hermanas de lucha. A mi Cuba regresé con más certezas que incertidumbres.