El año litúrgico, según el conocido psicoanalista Carl Jung, es un sistema terapéutico que toca, presenta y transforma todos los elementos de la vida. Desde esta perspectiva, la Cuaresma y la Pascua, por ejemplo, se consideran tiempos de adiestramiento para el cambio interior y comunitario. La expresión bíblica para señalar la transformación es metanoia, que indica cambio, conversión, dar vuelta, tener a la vista otro camino para andar, otro sendero que emprender con un cambio de dirección. Según este tiempo litúrgico, el camino hacia la transformación comienza simbólicamente con el Miércoles de Ceniza. Con la imposición del polvillo, reconocemos la necesidad de dar un giro con todo nuestro ser. Cambiar nuestro corazón de piedra por un corazón de carne, misericordioso, con entrañas, humano. Esto lo expresa la liturgia de la Iglesia mediante una fórmula ritual: al colocar la cruz de ceniza en la frente de los creyentes, se les dice: “Conviértete y cree en el Evangelio”. Es decir, cambia de camino, con renovada decisión, hacia la causa de Jesús de Nazaret: su reinado de justicia.
La palabra “camino” suele usarse como símbolo para definir la vida humana. En el mensaje del papa Francisco para la Cuaresma 2014, se retoma ese símbolo y se proponen algunas reflexiones para el camino personal y comunitario de conversión, considerando las problemáticas actuales. En primer lugar, el papa recuerda que la intención del año litúrgico es hacer presente el misterio de Cristo en el tiempo de los hombres y mujeres para reproducirlo en sus vidas. Esta presencia, explica, no es meramente subjetiva y limitada a la contemplación reflexiva y afectiva de los aspectos del misterio de Cristo que se van conmemorando, sino que entraña una eficacia salvífica objetiva. Por eso, las fiestas y los tiempos litúrgicos no son aniversarios de los hechos de la vida histórica de Jesús, sino presencia redentora en la acción ritual y en todos los signos litúrgicos de la celebración.
En segundo lugar, nos habla del carácter contracultural del camino salvífico de Dios. Dios no se revela mediante el poder y la riqueza del mundo, sino mediante la debilidad y la pobreza: “Siendo rico, se hizo pobre por nosotros”. De igual manera, Cristo, el Hijo de Dios, se hizo pobre; descendió en medio de nosotros, se acercó a cada uno; se “vació” para ser en todo semejante a nosotros (Flp 2, 7; y Heb 4, 15). Y la razón última de todo esto, enfatiza Francisco, es el amor, un amor que es gracia, generosidad y deseo de proximidad. El amor que nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros y las distancias. Y Dios nos amó de esta manera en Jesús. En efecto, Jesús “trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre”.
Finalmente, en congruencia con ese camino salvífico y humanizador de Jesús, el papa exhorta a hacer ese recorrido de vida en nuestra propia historia personal y colectiva. En ese sentido, afirma que los cristianos “estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas”. Según el obispo de Roma, en nuestro tiempo hay tres tipos de miseria: la miseria material, la miseria moral y la miseria espiritual. La material es la que coloquialmente llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es digna de una persona: privados de derechos fundamentales y de bienes de primera necesidad, como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el trabajo, la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural.
Frente a esta miseria, dice, la Iglesia ofrece su servicio, para atender necesidades y curar heridas que desfiguran el rostro de la humanidad. En los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo; amando y ayudando a los pobres, amamos y servimos a Cristo. En este punto, el papa Francisco hace una denuncia y plantea un desafío: “Cuando el poder, el lujo y el dinero se convierten en ídolos, se anteponen a la exigencia de una distribución justa de las riquezas. Por tanto, es necesario que las conciencias se conviertan a la justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir”.
Con respecto a la miseria moral, expresa que esta consiste en la pérdida del sentido de la vida y la privación de las perspectivas de futuro. Lamenta que muchas personas se ven obligadas a vivir esta miseria por condiciones sociales injustas, por falta de un trabajo, lo cual les priva de la dignidad que da llevar el pan a casa, por falta de igualdad respecto de los derechos a la educación y la salud. En estos casos, añade el papa, la miseria moral bien podría llamarse casi suicidio incipiente y suele ir unida a la miseria espiritual, que nos golpea cuando nos alejamos o rechazamos el amor de Dios; cerrándonos a la perspectiva de fe que nos revela que Dios es el único que verdaderamente salva y libera.
En definitiva, el mensaje papal para la Cuaresma 2014 es una invitación a actualizar el seguimiento a Jesús, que fue en busca de los pobres y los pecadores como el pastor con la oveja perdida, y lo hizo lleno de amor. Es un llamado a no olvidar lo esencial de la fe cristiana: la pasión por Dios y la compasión por el ser humano. Lo primero nos lleva a reconocer el Misterio último de la vida (Dios) como una presencia liberadora y primordialmente amorosa. Lo segundo, a vivir en fraternidad y ayudar a quien sufre y necesita de nuestra solidaridad. Esta sería la más genuina forma de vivir este tiempo litúrgico.