Los datos tal vez no son novedosos para los cientos de personas que conforman la Red a lo largo de Cuba, pero sí para quienes se acercaron a la sala Portuondo y escucharon por primera vez sobre este quehacer y su incidencia.
Andrea del Sol viene de Habana del Este. Podría hablar de muchas experiencias, pero se suscribe a la escuela de delegados y delegadas del poder popular. “Nació de la idea de crear un espacio de formación dentro de la sede del gobierno municipal. Con la ayuda del CMLK, después de muchas jornadas, lo logramos. Tras siete años, este es un lugar de crecimiento personal, intercambio y aprendizaje”.
Apunta que se conquistó un cambio en la capacitación, pues antes solo se utilizaban documentos del gobierno, pero la escuela introduce módulos de formación desde la educación popular que aportan a la cultura dialógica, a la construcción grupal. Se han unido instituciones como el Centro Félix Varela, centros de investigación, facultades de la universidad. Hoy es un espacio legitimado donde se forman personas que están en diferentes estructuras del gobierno y también líderes que coordinan procesos de participación ciudadana. Además contó que muchos que han pasado por esta capacitación se encuentran contribuyendo desde el Parlamento y que la experiencia se ha puesto en práctica en otros sitios como Pinar del Río, Guantánamo, y Bayamo, en Granma.
Irene Moreno, del Instituto Nacional de Ciencia Animal, INCA, e integrada a la Red en Mayabeque, se detiene en la formación de productores, en cuánto se ha conseguido dialogar con ellas y ellos y llevar a la realidad las investigaciones académicas, pero siempre teniendo en cuenta los contextos, los saberes de estas personas y tocando la tierra. Todo partió de la formación en el CMLK, reconoce. Otro aspecto que ha dejado resultados muy positivos ha sido la valorización de la mujer rural y sus conocimientos, dijo.
Le toca el turno a Hildelisa. Cuenta sobre las complejas situaciones familiares que encontró en el barrio de Los Ángeles, de la precariedad y la necesidad de iniciar allí un trabajo desde la educación popular. La labor con las mujeres fue indispensable, y menciona otras iniciativas puestas en práctica en el taller de transformación del barrio de Pogolotti. ¿Dónde están los cambios? Subraya en la autoestima, en la inclusión de la perspectiva de género, en el reconocimiento de la violencia contra la mujer, en la generación de empleos, en la conformación de grupos. Anuncia que hay ideas que ya han comenzado a ganar vuelo, como la de levantar cooperativas de mujeres, con sus diferentes habilidades y oficios.
En la escuela de formación integral José Martí, conocida como “el combinadito” trabajó Aniet. Ya educadores y educadoras populares conocían estos pasillos por el proyecto Escaramujo que permitió realizar audiovisuales educativos con niños y niñas. Pero ella, junto a un equipo contribuyó a mostrar otras maneras de relacionarse utilizando el teatro. En el panel, recuerda momentos de lo vivido, del recorrido hacia el interior de sus historias hecho por los menores, los días junto a ellos y jóvenes de la Colmenita para crear una obra, el deseo de que la felicidad y plenitud durante esas jornadas no se borre.
Raquel Suárez, de la Iglesia Bautista Ebenezer de Marianao, menciona los cambios que permitió la educación popular en el ámbito bautista, donde predominaba el carácter bancario de muchas prácticas. “La educación popular se convirtió en la metodología para ser auténticamente protestantes”, dijo, y luego refirió que también impactó la hermenéutica bíblica, por lo que se creó el movimiento de lectura popular de la Biblia. Las pastorales, el mayor protagonismo de la mujer en la iglesia, la cercanía al barrio, y la creación del CMLK, y posterirmente de la Red Ecuménica Fe por Cuba han sido consecuencias de la asunción de la educación popular como propuesta esencial, señala la pastora.