Primero la calma, la quietud de la noche, algunas estrellas y un viento suave del sur. Sobre la una y media de la madrugada un camin se detiene frente a mi edificio. El sonido del altoparlante retumba en el barrio, hasta esa hora callado, tenso, expectante:
ATENCIN A LA POBLACIN: YA COMENZARON LAS PENETRACIONES DEL MAR!
El mar le hace el amor con violencia a la ciudad, pienso yo. Y una ola pequea llega justo para chocar con los neumticos del camin. Siete olas, dira despus nuestro gran meteorlogo Jos Rubiera. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, hasta que la sptima se impulsa definitivamente para cruzar sobre el malecn. Ya no hay calma. La quietud se pierde. Las estrellas se esconden. Llega el minuto de la marea alta. Miro a la calle desde una ventana de mi apartamento en el primer piso. Mi mam duerme, de puro milagro, despus de dos das de preparacin, de seguir los partes de la Defensa civil y del Instituto de Meteorologa, despus de mucho cansancio. El agua sube. El telfono deja de funcionar. Las velas se gastan una tras otra. Yo espero. Escucho un poco de msica en la radio, pero no me puedo tranquilizar y me quito los audfonos. Cada cicln es diferente: ganas en experiencia, tomas las medidas a tiempo, pero, al final, terminas por perder la paciencia. Claustrofobia, susurra mi vecina Teresa. Si maana vienen los anfibios yo me voy, dice Marla, mi amiga y compaera de trabajo en el Centro. No s, a mi me da por caminar por la casa. Voy hasta la cocina y miro el mar, da miedo, voy a la sala y vuelvo a espiar la calle. El agua ya llega a una rampa de un metro que hay en el centro comercial de enfrente. Galeras Paseo, se llama, un paseo del mar, ms bien. Poco a poco, por suerte, comienza a amanecer. La claridad da un poco ms de tranquilidad. Bajo a la planta baja del edificio. Un grupo de vecinos trata de devolver el agua con sus escobas. Una ola por calle primera, otra por Paseo, y el resultado es un choque que llega y se expande hasta la escalera de mi edificio. Esto nunca haba pasado, aseguran la gente que lleva ms tiempo en el barrio. Con la Tormenta del Siglo el agua lleg hasta este escaln, y mira!, ya lo pas. A mi mam se le ocurre preguntar si el agua llegar al segundo piso, donde vivimos. No, Cristina, no te preocupes, que si llega, el Vedado ser historia. Bueno, ya esto es historia. Todas las tiendas, las edificaciones del litoral, sufren daos, se rompen cristales. Alguien grita: Wilmaaaaaa, me c. en ti. Los perros de Miguelito, el ponchero que vive a un costado del edificio, miran el agua con tristeza. Ellos, que son tan fieros, que son de pelea y que se pasan la vida metindonos miedo. Es que todos y todas sabemos que estamos al lmite, que, si sube un poco ms, la cosa se pone de pelcula del sbado por la noche. Y en efecto, llegan lanchas a brindar ayuda; las cajas de cigarros, la comida y algunos muebles salen flotando del servicentro de al lado, y hay quien se lanza a llevrselos. La radio dice que W. se aleja, que ya cruz la Florida, que las olas bajarn, que no debemos perder la paciencia. Incluso sale el sol. Nos salvamos, piensa la mayora. El resto del da se nos va pensando en el da siguiente, en la tranquilidad definitiva. Amanece. El agua ha bajado y ya se puede caminar (con agua mezclada de mar y ciudad por las rodillas) hasta Lnea, esa avenida que por su lejana es como una barrera infranqueable, cada vez que penetra el mar. Me voy al Centro, escapo del encierro, y, por la tarde, cuando regreso, ya el mar est en su sitio. Ahora es la ciudad la que se desborda para ayudar a los afectados. Hay mdicos. Hay comida y agua que se entrega a cada familia. Hay tcnicos e ingenieros que llegan para restablecer la electricidad lo ms pronto posible. Por la gente que llega sabemos que no ha habido muertes, pero que los desastres son considerables en las zonas costeras que sufrieron los embates de W. En mi barrio, la tierra de los jardines ha quedado trastocada, y el asfalto tiene un color raro. Un color a humedad que por unos das nos recordar el cicln, hasta que, con el prximo huracn, olvidemos que esta vez el mar entr y resistimos.