Atilio A. Boron
Salvo un escandaloso atraco electoral, todo indica que López Obrador será el futuro presidente de México. Ratificada ampliamente en las urnas su ventaja sobre los otros candidatos (confirmada por todos los “boca de urna”) quedan aún dos incógnitas para dilucidar. Una, si la maquinaria del PRI enquistada en el estado mexicano le permitirá asumir la presidencia o si, como ya lo hicieran con él y antes con Cuauhtémoc Cárdenas se le privará de asumir la primera magistratura del país perpetrando un gigantesco fraude en el conteo de los votos o en las posteriores instancias de validación de las actas comiciales. Segundo, la posibilidad de que, ante su indiscutible victoria hubiera algún atentado criminal contra su persona. Afortunadamente ambas eventualidades son poco probables pero no deben ser desechadas. El PRI termina esta elección en el tercer lugar, algo inédito en toda su historia, reflejo del inmenso desprestigio de esa fuerza política y del presidente Peña Nieto. Difícilmente podría montarse un despojo otorgándole la victoria no al segundo, el candidato del PAN, sino al tercero, que sería el del PRI. Así todo sería temerario descartar una nueva estafa electoral.
La apelación al magnicidio, por otra parte, tampoco puede ser rechazada. Figura en el manual de las SOP (“standard operating procedures”) de la CIA y sería insensato pensar que la agencia ha abandonado esos viejos hábitos en un momento tan complicado como el de la actual coyuntura internacional y nada menos que cuando se trata de la presidencia de México, para la Casa Blanca y el Pentágono el país más importante del mundo. Rusia puede ser un problema, Irán lo mismo, Corea del Norte igual, la China también, pero ninguno de ellos comparte una extensa frontera terrestre (3.185 kilómetros) con Estados Unidos. Las fricciones y conflictos con aquellos países pueden ser graves pero circunstanciales, aunque perduren por décadas, pues tarde o temprano los diferendos serán superados. Pero México es el vecino intratable, inasimilable, turbulento y que por una maldición geográfica siempre estará allí, con sus gentes y su cultura del otro lado del río Bravo. Cuba también, pero no hay contigüidad territorial con la Isla rebelde. Para la clase dominante imperial México en cambio es un problema que tiene la insoportable permanencia de la geografía y su pegajosa cercanía. Rusia, Irán, Corea del Norte y China pueden plantear desafíos y amenazas, pero están muy lejos y separados de EEUU por dos océanos. Por eso es que México es un caso especialísimo y no está sometido a la jurisdicción del Comando Sur sino que es el único país del hemisferio cuyo monitoreo y control militar está en manos del Comando Central de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos. Pensar que a Washington le resulta indiferente una victoria de AMLO es una imperdonable ingenuidad. Por algo desde el momento en que comenzó a recorrer el país, mucho antes de que se proclamara su candidatura, recibió un torrente de ataques del gobierno estadounidense y sus lenguaraces, capitaneados por el inefable Mario Vargas Llosa y sus acólitos en toda la región. Y el imperio no se equivoca al elegir a sus enemigos. Lo que está en juego es mucho, más allá que la propuesta de AMLO carezca de estridencias radicales. Pero la lucha contra el narco, la corrupción y las políticas neoliberales, y un México que vuelva a mirar al Sur y tome una cierta distancia de Estados Unidos traería una brisa fresca y esperanzadora sobre Nuestra América. Razones más que suficientes para impedir la llegada de AMLO a la presidencia. Apelando a cualquier recurso. Habrá que estar muy atentos.