“Cuando los años pasen y las heridas de la guerra se vayan restañando… hablad a vuestros hijos, habladles de estos hombres de las Brigadas Internacionales…” La voz de Pasionaria retumba en cada piedra como hace 70 años y, en varios sitios de Barcelona (monumento de las Brigadas Internacionales en la Rambla del Carmel, el Fosar de la Pedrera y, antes, en el Ayuntamiento de Sitges, una localidad cercana a la ciudad Condal, donde se inauguró la exposición “Archivo de la Brigada Lincoln” y se organizaron presentaciones de libros y filmes) volvieron a reunirse los brigadistas internacionales. Otra vez, para cantar los mismos himnos, sentir el siempre inusitado sentimiento que ha mantenido vivos los recuerdos de aquellos hombres y mujeres que desde 1936 llegaron a España para defender a la República.
Encanecidos, algunos ya en sillas de ruedas, pero con el alma y el corazón puestos en el pueblo español que un día les despidió en agradecimiento por la generosidad de su gesto, los abuelos y abuelas, acompañados de sus hijos, hijas o familiares cercanos, se juntaron, en el aniversario setenta de la despedida de las Brigadas Internacionales, para contar sus vivencias, anécdotas y dejar como evidencia la memoria de una parte entrañable de sus vidas, ligada a la utopía que significó para la humanidad la construcción de un proyecto de sociedad más digna, justa y solidaria.
Gracias a la Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales y el Ayuntamiento de Barcelona y Sitges, junto a brigadistas de Austria, Canadá, Bulgaria, Francia, Gran Bretaña, Irlanda, Holanda, los Estados Unidos, Rumanía, Rusia, México, los asistentes de la delegación cubana: Ruth de la Torriente, el brigadista Universo Lípiz y su hija Loella, y Víctor Casaus, Elizabet Rodríguez e Idania Trujillo, del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, participamos en los homenajes, cargados de emociones y vivencias. Y aunque se opongan muchos corazones, todas y todos sabemos que este puede ser, a juzgar por el tiempo transcurrido desde la retirada de las Brigadas Internacionales de la contienda, aquel 28 de octubre de 1939, y el estado de salud de la inmensa mayoría de los que ahora nos acompañan, el último de estos encuentros.
Son visibles las huellas del tiempo en los rostros de estas mujeres y hombres. Sin embargo, cuando una los mira e intenta penetrar en sus sentimientos, nota que algo muy profundo ha quedado intacto: el espíritu que los unió y los sigue uniendo. No importa qué idioma hablen, de qué país procedan, de qué cultura, lo más hermoso de estos días ha sido verlos conversar, reír, bailar, llorar, blasfemar, rabiar, abrazarse, levantar el puño, y juntarse una y otra vez, siempre en suelo de España. Y una piensa, entonces, qué falta nos hacen en estos tiempos de despiadado neoliberalismo, donde en muchos sitios se ha perdido el sentido primero de comunión, de comunidad, de solidaridad. Cuánto tienen todavía que enseñarnos estos ancianos y ancianas a los jóvenes de hoy. Cuán vivo sienten y dejan por cada sitio que pasan el espíritu irreverente, comprometido y esperanzador que despertó en cientos de miles de ciudadanos de todo el mundo aquella República.
En Sitges municipio de la costa mediterránea perteneciente a la provincia de Barcelona se les ofreció un homenaje organizado por el Ayuntamiento de esa localidad y la Dirección General de la Memoria Democrática, en donde se reconoció su contribución como voluntarios en acciones militares en los diversos frentes y fuerzas de combate y en especial su inmensa capacidad para sobreponerse a las adversidades del clima, la lejanía de sus sitios de origen, la ausencia de sus familiares y amigos, el drama individual y colectivo que representaba enfrentarse a una guerra a la que fueron para defender unos ideales y de la que muchos nunca regresaron.
Si impresionante resultaron las imágenes del Fossar de la Pedrera, una antigua cantera situada en una profunda depresión en la montaña de Montjuic, lo fue aún más saber que estábamos muy próximos al sitio donde aún reposa Pablo de la Torriente Brau, el periodista cubano que recogió en sus crónicas y cartas el ambiente de los primeros meses de la guerra y murió con el sol español puesto en la cara y el de Cuba en los huesos, como dejara escrito Miguel Hernández en su «Elegía segunda».
En el fossal de Montjuic se construyó el Monumento a los muertos por la Guerra Civil Española, y aunque la cantera estuvo abandonada por años y fue fosa común y lugar de enterramiento para muchas de las víctimas de la persecución después de terminada la Guerra Civil Española, hoy es un sitio de memoria histórica. El camino que conduce al Fossar está sembrado de cipreses y en la cima de la cuesta se observan grandes columnas de piedra en las que están grabados los nombres de las víctimas de los fusilamientos masivos de 1939. A partir de este punto, comienza a verse la inmensa cavidad de la cantera donde existen varios espacios de memoria dedicados a las muertos en los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial y a los caídos y asesinados en la Guerra Civil Española. Ocupa un espacio destacado el mausoleo a Lluis Companys, último presidente de Cataluña, asesinado en 1940.
La historia es como una gran ola que sube y baja rítmicamente. El Fossar de la Pedrera es un sitio donde la historia ha dejado rastros tremendamente emotivos. El día 25 de octubre, junto a Ruth de la Torriente Brau, y a los veinte brigadistas internacionales que participaron en este homenaje, el cubano Universo Lípiz integrante de la Columna Durruti, quien luego de combatir en distintos frentes y pasar por varios campos de concentración, consigue escaparse de Dachau y huir a Francia, donde sale definitivamente a Cuba, colocó una piedra en el monumento que recuerda a los miles de judíos y combatientes españoles y de otras naciones que sufrieron en carne propia los crímenes del fascismo.
Pero antes, en la mañana, habíamos asistido a un acto en el Monumento a las Brigadas Internacionales en la Rambla del Carmel. Allí hablaron algunos de los brigadistas rusos, ingleses y norteamericanos que setenta años antes habían saludado a la población barcelonesa y caminado por esa misma rambla entonando los himnos de las brigadas.
Nada puede ser más emotivo para quienes amamos la memoria y hacemos esfuerzos para que no sea condenada al olvido, vivir de cerca esta experiencia: oír cantar a Andrei Micu, un rumano bajito de 96 años que llegó abrazándonos y voceando: ¡Viva Cuba libre, viva Fidel! o las fabulosas historias del general ruso Víctor Laski o del búlgaro Marin Churov, las anécdotas del mexicano Juan Miguel de Mora, que con sólo 15 años se enroló en el Batallón Abraham Lincoln, la sonrisa del estonio Erik Ellmann, la gracia inocente del inglés Jack Jones, la sabiduría del irlandés Bod Doyle y la inteligencia del cubano, matancero por más señas, Universo Lípiz.
Cuando pisamos por primera vez suelo barcelonés, Universo Lípiz, emocionado hasta los tuétanos y con dos lágrimas en los ojos, me confesó: “Tengo tantos recuerdos y emociones dentro del pecho que no sé si podré vivir con ellos los años que me quedan”.
La Pasionaria premonitoriamente lo había dicho aquel octubre de 1939 ¡Volved, camaradas, volved! Aquí estuvieron y, de algún modo, aquí quedaron