Los bienes de la Tierra se han vuelto posesión privada de empresas y oligopolios. La causa de que 4 mil millones de seres humanos vivan por debajo de la línea de la pobreza, y de que 1.2 mil millones padezcan hambre, es una sola: toda esa gente ha visto impedido su acceso a la tierra, al agua, a las semillas, a las nuevas técnicas de cultivo y a los sistemas de comercialización de los productos.
La decisión de los Estados Unidos y China de ignorar la Conferencia de Copenhague sobre Cambio Climático vuelve más agónico el grito de la Tierra. Ambos países son los principales emisores de CO2 a la atmósfera.
Son los grandes acusados del calentamiento global. Al decidir boicotear Copenhague y no firmar el compromiso de reducir sus emisiones, ellos abrevian la agonía del planeta.
Por suerte, el 25 de noviembre el presidente Obama, bajo fuerte presión, cambió de actitud y se desdijo de lo que habló en Beijing. Los EE.UU., responsable del 23 % de las emisiones mundiales de CO2, prometerá en Copenhague reducir, hasta el año 2020, el 17 % de las emisiones de gases de efecto invernadero; el 30 % hasta el 2025; y el 42 % hasta el 2030.
¿Por qué retrocedió? Además de la presión de los ecologistas, Obama se
dio cuenta de que quedaría mal en la foto si ignorase Copenhague y
apareciese en Oslo el 10 de diciembre -cuando se conmemora el 61º
aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos- para
recibir el premio Nobel de la Paz. Por lo cual estará la víspera en la capital de Dinamarca.
Es curioso: todos los premios Nobel son entregados en Estocolmo, excepto el de la Paz. Por una sencilla y cínica razón: la fortuna de la
Fundación Nobel, asentada en Suecia, es el resultado de la herencia del
inventor de la dinamita, Alfred Nobel (1833-1896), utilizada como explosivo en las guerras. Como no tuvo hijos, Nobel destinó los ingresos obtenidos por su patente a quien se destaque en determinadas áreas del saber.
Hay una lógica detrás de la postura ecocida de los EE.UU. y de China.
Son dos países capitalistas. El primero sigue el capitalismo de mercado;
el segundo el capitalismo de Estado. Ambos coinciden en el objetivo
fundamental: la lucratividad, no la sustentabilidad.
El capitalismo, en cuanto sistema, no tiene solución para la crisis ecológica. Sabe que las medidas efectivas redundarán inevitablemente en
la reducción de las ganancias, del crecimiento del PIB, de la acumulación de riquezas.
Si viviera hoy, Marx tendría que admitir que la crisis del capitalismo ya no procede de las contradicciones de las fuerzas productivas, sino del proyecto tecnocientífico que beneficia casi exclusivamente a apenas un 20 % de la población mundial. Ese proyecto se apoya en una visión de calidad de vida que coincide con la opulencia y el lujo. Su lógica se resume en: “consumo luego existo”. Como decía Gandhi: “La Tierra satisface las necesidades de todos, menos la voracidad de los consumistas”.
Ejemplo de ello es la reciente crisis financiera. Ante la amenaza de
quiebra de los bancos, ¿cómo reaccionaron los gobiernos de las naciones ricas? ¿Les facilitaron recursos a las familias morosas, para
posibilitarles mantener sus viviendas? Nada de eso. Canalizaron
verdaderas fortunas un total de US$ 18 mil billones hacia los bancos
responsables de la crisis. Tal era la desesperación del sector, que
Eduardo Galeano llegó a pensar en lanzar la campaña “Adopte un banquero”.
El planeta en que vivimos ya alcanzó sus límites físicos. Y no hay cómo
buscar recursos fuera de él. El objetivo es preservar lo que todavía no
ha sido totalmente destruido por el afán de ganancia humano, como las
fuentes de agua potable, y tratar de recuperar lo que sea posible
mediante la descontaminación de ríos y mares y la replantación de áreas
deforestadas.
Ecología viene del griego ‘oikos’, que significa casa, y ‘logos’,
conocimiento. Por tanto es la ciencia que estudia las condiciones de la
naturaleza y las relaciones entre todo lo que existe, pues todo lo que
existe coexiste, preexiste y subsiste. La ecología trata, pues, de las
conexiones entre los organismos vivos, como plantas y animales
(incluyendo hombres y mujeres), y su medio ambiente.
Esa visión de interdependencia entre todos los seres de la naturaleza ha
sido perdida por el capitalismo. A lo cual también ayudó una interpretación equivocada de la Biblia: la idea de que Dios creó todo y
finalmente lo entregó a los seres humanos para que ‘dominasen’ la
Tierra. Ese dominio quedó como sinónimo de expoliación, estupro, explotación. Los ríos fueron polucionados, los mares contaminados, el
aire que respiramos envenenado.
Ahora corremos contra el reloj del tiempo. El Apocalipsis despunta en el
horizonte y sólo hay una manera de evitarlo: pasar del paradigma de
lucratividad al de sustentabilidad. (Traducción de J.L.Burguet)
– Frei Betto es escritor, autor de la novela “Un hombre llamado Jesús”,
que lanzará la editorial Rocco en la Navidad 2009.