Bienaventurados los irreverentes que en la tarde del pasado 22 de septiembre colmaron la sala Manuel Galich de la Casa de las Américas. Irreverentes puesto que solo siendo de esa condición, se permite entrar a Casa, disfrutar de Casa y del instante vespertino que se anunciaba: presentación de un libro escrito por una mujer de mirada estrábica, sobre otra mujer que se extravió en sus y en los, laberintos de la Revolución.
Bienaventurados los que iban buscando a Celia María (léase controversia) y encontraron a Haydée (entiéndase inconformidad). Bienaventurados los que hallaron a ambas, junto a Zurbano, el negro joven de trenzas, probable pariente lejano de Mackandal, tocayo de Don Retamar de La Mancha. Y Marta Rojas, quien trataba presentar el texto, pero no podía, iba hablando en código con la muchachita rubia a quien conoció de vista en el juicio del Moncada.
Bienaventurados los que supieron y los que quisieron saber, cuándo era el lanzamiento del libro, y de un libro que no tuvo, para mayor bienaventuranza, casi o ninguna promoción, y sin embargo, ahí lo tenemos, pasillo desbordado, en un gesto de sus futuros lectores, de un respeto heterodoxo a la madre, la hija y un espíritu, que en este caso, para bien, no es santo ni santurrón.
Bienaventurados los presentes quienes lograron despojar de todo signo de necrofilia a ese momento, el cual algunos pretendieron enlutar. Esos pobres de espíritu quienes se escondían en vida física de Celia María, convertidos hoy a una orden que predica el lloriqueo, junto a una extraña fe, la cual deviene en admirar flores de cemento. Desconocen que por escribirse con “ce”, Celia, Comunista y Cuba, no llevan la misma letra del cementerio.
Bienaventurado el libro, al ser editado, por primera vez en nuestra Isla, bajo el sello Capiro. Bienaventurados los santaclareños por tener una loma y una editorial con igual nombre. Loma desde donde vemos toda una ciudad, editora que lo ve todo, y ciudad que fue vista por Che desde aquella loma.
Bienaventurados quienes sobre las dos de la tarde, fueron tomando la Casa (jóvenes en su mayoría, terrícolas en general) casi sin saludarse. Conspirativamente. Como mismo decías que hay que seguir conspirando en plena Revolución. Así entraron, no todos a la misma hora, y el saludo casi furtivo, remedando a los tupamaros de “Estado de Sitio” o a nuestros muchachos de “Clandestinos”.
Y así entró Retamar, cuando ya todos estaban en silencio. Nadie aplaudió, ni se levantó de la silla, como dando a entender que Haydée y Celia María, y el Viejo Roberto, siempre supieron conspirar muy bien y por eso vive la irreverencia revolucionaria en la Casa.
por: Frank García Hernández