Tiempo después pudo saberse que ese mismo día de 1970, cuando Salvador Allende ganaba las elecciones presidenciales en Chile, Richard Nixon y su secretario de Estado, Henry Kissinger, comenzaron a diseñar el plan para derrocarlo. Una estrategia que no contemplaba solamente a Chile: la derrota en la guerra de Vietnam se percibía por entonces día tras día y era preciso compensar el repliegue desde el Sudeste asiático con una reconstitución de la supremacía estadounidense en América Latina.
Los gobiernos y las fuerzas de corte popular habían alcanzado una importante fortaleza, cuestionando esa hegemonía y sus formas de expoliación nacional y social: Omar Torrijos en Panamá, Juan Velasco Alvarado en Perú, Juan José Torres en Bolivia, Salvador Allende en Chile, Juan Perón en la Argentina, se sumaban a las movilizaciones de protesta y a los grupos guerrilleros en distintos países, como parte de una nueva etapa sincrónica de ascenso de las luchas de masas latinoamericanas.
La restauración conservadora estadounidense tuvo como instrumento esencial la imposición también sincrónica de dictaduras militares, que habrían de utilizar el terrorismo de Estado con el fin de aniquilar toda resistencia política o social e iniciar estrategias de saqueo sin precedentes: esa historia dramática aún muestra sus secuelas en nuestras sociedades.
También ahora es posible percibir día tras día la derrota norteamericana en las guerras de Irak y Afganistán, tanto en el campo de batalla como en el frente interno; y basta repasar un planisferio para comprender que el tema de la autonomía en Santa Cruz no es sólo un problema de Bolivia. Ante la imposibilidad de llevar adelante el plan originario de apoderarse de Irán y Siria una vez conquistado Irak, antes o después Estados Unidos deberá retirarse de esas áreas del Medio Oriente: ¿hacia dónde? China no, India no, Rusia no, la Unión Europea no, el resto del mundo islámico es problemático; quedan Africa negra y América latina.
Las estrategias restauradoras no son improvisadas y se van articulando en forma paulatina durante algunos años. No parece casual que en 1998 gana Hugo Chávez las elecciones en Venezuela y en 1999 el presidente Bill Clinton promueve el Plan Colombia, demostrando que el acuerdo bipartidista del Consenso de Washington permite escasos márgenes de diferencia entre demócratas y republicanos. El Plan Colombia se va vertebrando con el Puebla-Panamá en Centroamérica y la base de Manta en Ecuador, como puntos clave para el control militar del continente; pero la triple frontera se mostraba más problemática. Al ganar las elecciones Evo Morales, se instalan tropas norteamericanas en Paraguay y llega a La Paz el embajador norteamericano Philip Goldberg –que fuera embajador en Kosovo– junto al agregado de Seguridad del Departamento de Estado en Bolivia, Vincent Cooper –asimismo embajador en Kosovo entre 2004 y 2006—, a quien el gobierno boliviano debió expulsar del país por actividades de espionaje.
Además accedieron al gobierno Rafael Correa en Ecuador, dispuesto a erradicar la base de Manta; Daniel Ortega en Nicaragua y Fernando Lugo en Paraguay. La Cumbre del Grupo de Río; las propuestas de crear una Organización de Estados Latinoamericanos diferenciada de la OEA; la definición en contra del ALCA y a favor del Mercosur; el proyecto de fundar un banco latinoamericano con las reservas de cada país depositadas en los centros financieros del Norte; las dificultades para imponer las políticas de privatización del petróleo en México junto a la impopularidad del Nafta; las medidas de nacionalización de áreas estratégicas en Venezuela y Bolivia; sumadas a la recesión que afecta a Estados Unidos; dan cuenta de la relativa pérdida de su capacidad de incidencia en la región.
En este contexto, el apoyo a los grupos de derecha en Santa Cruz y la acción de agentes como Vincent Cooper en Bolivia no están desligados de la violación del territorio ecuatoriano para evitar el acuerdo humanitario con las FARC, ni de la acción de las Fuerzas de Paz de las Naciones Unidas en Haití, encargadas de reprimir las recientes protestas por el alza del precio de los alimentos. Tampoco están desligados de las operaciones de la IV Flota de la Armada estadounidense que comenzará a actuar el 1º de julio de este año, dirigiendo operaciones junto con las marinas del Caribe y Sudamérica. Complementariamente, el Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación en Asuntos de Seguridad –sucesor de la tristemente célebre Escuela de las Américas– ofrece novedosos cursos para funcionarios civiles, militares y de fuerzas de seguridad de Nuestra América, incluyendo las normas de interrogatorios recientemente legalizadas por el Parlamento norteamericano.
El senador del MAS, Antonio Peredo, ha denunciado con contundencia estas acciones de Estados Unidos en Bolivia, aparentemente la nación seleccionada como el eslabón más débil para el inicio de una creciente ofensiva sobre el conjunto de América latina: las alternativas pueden ser, entre otras, Yugoslavia o Haití. Que esta vez no nos tomen por sorpresa.