Los efectos de la corriente de El
Niño, agravados por ese calentamiento, han arrasado zonas extensas de las llanuras bolivianas, con
pérdidas aún no calculadas en propiedades, ganado y sembradíos y dejado
sin techo a miles de familias.
Un plan de emergencia está paliando la situación crítica que se vive en
el Beni, norte de Santa Cruz y parte de Pando. A esto se añade la sequía
que registra gran parte del altiplano. Más de la mitad del territorio
nacional sufre las consecuencias de esta tragedia. Tendrá que
movilizarse un monto importante de fondos y diseñarse un programa de
reconstrucción que deberá extenderse por dos o tres años.
UN CASTIGO ANUAL
Aunque la proporción de las inundaciones es mucho menor, anualmente los
ríos de la llanura inundan extensas zonas durante los primeros meses del
año. Anualmente mueren cientos y miles de vacunos durante el “tiempo de
aguas” y cuando éstas se retiran dejando pastos putrefactos. Anualmente,
las familias de campesinos pobres y los vecinos de los barrios
periféricos, abandonan sus hogares para vivir en carpas y refugios
improvisados, hasta que las aguas vuelven a su cauce. Anualmente, la
ayuda se limita a proporcionarles alimento y abrigo de emergencia,
aliviar en algo las pérdidas que sufren y compensar a los empresarios
que pierden cultivos y ganado.
Por la misma época, algunas zonas de los valles y la puna son víctimas
del granizo o la sequía y, en algunos casos, de ambos fenómenos
alternados. De igual modo, aunque en menor medida, se acude a
socorrerlos en la circunstancia, aunque luego se los deja librados a su
suerte, hasta la próxima tragedia.
La memoria histórica de esos pueblos tiene, tales fenómenos, como hitos
históricos: “antes de la inundación de tal año” o “en la sequía del año
tantos”, son referencias comunes en los calendarios pueblerinos. La
inundación, el granizo, la sequía, se tienen como fenómenos naturales
ante los cuales no puede hacerse nada.
LA IMPREVISIÓN COMO NORMA
Hace cinco o seis años, la ciudad de La Paz sufrió una intensa granizada
que se llevó varias vidas humanas. Un alud de hielo consistente se metió
en varios locales, atrapando a la gente que se hallaba en su interior.
Fueron necesarias dos semanas para encontrar los cuerpos congelados de
las víctimas. La alcaldía de la ciudad tomó conciencia de la imprevisión
que había causado tal tragedia y dispuso mecanismos de prevención ante
futuros desastres. Sin embargo, los habitantes de La Paz aún se sienten
aterrados, cuando la lluvia es muy intensa o se escucha el tamborileo
persistente del granizo.
A nivel nacional, el Viceministerio de Defensa Civil atiende este tipo
de emergencias. Pero está precariamente preparado para atender a los
damnificados, cuando llega el fenómeno que es anual. Es decir, no hay
planes de prevención. Y no los hay, simplemente porque, el presupuesto
de la nación siempre en déficit, no destina ningún monto a construir
defensivos, proteger zonas anegadizas, disponer refugios adecuados y
mantener limpios los cauces fluviales, entre muchas otras medidas de
prevención.
UNA POLÍTICA DE SEGURIDAD
En los últimos diez años se habla mucho de seguridad ciudadana. La
inseguridad se acentúa por falta de vigilancia y control en los barrios.
Robos y atracos, violencia callejera y violaciones se han hecho noticia
cotidiana. Se ha discutido y aprobado leyes con castigos mayores,
refuerzo policial y mayor iluminación pública, con escasos resultados.
Las iniciativas siguen apareciendo, pero el problema tiene una
progresión ascendente. Es resultado del hacinamiento en las ciudades y
las malas condiciones económicas.
Pero, en el tema climatológico, ni siquiera se habla de seguridad. Hay
una suerte de resignación, como si se tratase de un castigo recurrente
que debemos purgar de forma continua. Una suerte de revancha que se toma
la naturaleza contra nuestras agresiones. Y si es cierto esto último, no
quiere decir que debamos resignarnos a sufrirla.
La gravedad de las inundaciones en los llanos y la sequía en el
altiplano, es un toque de alarma que no podemos desoír. No es suficiente
que ayudemos a recuperar lo perdido y esperemos que, el año próximo, el
clima sea más benigno. Debemos comenzar a prepararnos, hoy día, para
enfrentar este tipo de desastres y aún mayores.
DESAFÍO PARA EL CAMBIO
El programa de cambio que se ha emprendido en Bolivia, está ante un gran
desafío: planificar la prevención contra los desastres naturales. Las
perspectivas de desarrollo nacional nunca serán ciertas, si seguimos
siendo víctimas pasivas de este fenómeno recurrente. Hay que tomar
urgentes medidas para reducir, y luego anular, sus efectos. No es
imposible y mucho menos irrealizable.
El drenaje de los principales ríos de los llanos y la arborización de
sus riberas, es un programa a mediano plazo que tendrá resultados
duraderos. Al mismo tiempo, habrá que construir refugios adecuados para
albergar a las familias y evitar pérdidas de ganado vacuno. Sistemas de
desagüe provisorios pueden proyectarse para acelerar el retiro de las
aguas. Planes diversos deben ser organizados para que, a partir del
siguiente año, tengamos mejores capacidades de atención.
Debemos hacer que, la tragedia que asoló nuestro país este año, sea el
punto de partida para iniciar el desarrollo que sustente el cambio que
requiere Bolivia.
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