De 1990 a 2002, las clases dominantes implementaron un programa neoliberal desastroso para la economía y para el pueblo. Entregaron al capital financiero e internacional nuestras mejores empresas, estatales y privadas. Dilapidaron los servicios públicos. La deuda pública interna creció vergonzosamente, y el gobierno pasó a dedicar el 30% de toda la renta federal para pagar intereses. El pueblo, las empresas y el gobierno comenzaron a pagar las más altas tasas de interés del mundo. Resultado: la economía no creció, y se produjo mayor concentración de la riqueza. Al pueblo le quedó la pobreza, más desigualdad y el mayor desempleo de toda la historia.
Sintiendo en carne propia esos problemas, en las elecciones de 2002, el pueblo votó contra el neoliberalismo y eligió al presidente Lula.
En los últimos cuatro años, hubo un gobierno de coalición, como acostumbra decir el ministro Tarso Genro, y las fuerzas del capital continuaron ejerciendo su influencia para mantener la política neoliberal. Por otro lado, fuerzas de izquierda consiguieron avances en la política externa, en la defensa de las estatales y en algunas áreas sociales, como la educación pública y el salario mínimo.
Los movimientos sociales hemos sido críticos de la política económica. El Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) ha manifestado y luchado contra la lentitud de la reforma agraria, la prioridad dada al agronegocio (el cual, sea dicho de paso, votó contra el gobierno) y el incumplimiento del plan nacional de reforma agraria.
Comprendemos que el contexto político de ese período fue adverso para las fuerzas populares, por la ausencia de movilización de masas y por el marasmo de la mayoría de los sindicatos y movimientos. Algunos se acomodaron o sus direcciones fueron cooptadas ideológicamente. Otros fueron arrasados por la ofensiva neoliberal que acabó con diversos sectores de la clase trabajadora. Hay un reflujo del movimiento de masas, que influyó decisivamente en la actual correlación de fuerzas.
Vinieron las elecciones de 2006. Defendíamos la necesidad de aprovechar la campaña para debatir un nuevo proyecto popular para el país. Desgraciadamente, predominaron visiones oportunistas y de marketing y la repetición de métodos espurios, con un uso abusivo del dinero, compra de cupos electorales etc. Todo financiado por la contribución de empresas interesadas en favores gubernamentales. El resultado fue una campaña sin entusiasmo, sin militancia y sin interés del pueblo.
Cuando todo parecía ya cocinado, y los resultados previsibles, ocurre que, en la última semana, por graves errores de la campaña Lula, la derecha encuentra motivos para unificarse alrededor de Alckmin (como con Collor, en 1989).
Pasó a la ofensiva y, usando intencionalmente sus medios de comunicación, llevó la elección hacia una segunda vuelta. Lo mismo ocurrió en diversos Estados, con la llegada al segundo turno de los candidatos derechistas.
No obstante, como todo en la vida, hay contradicciones. La unidad de la derecha en torno a Alckmin provocará el debate de ideas y proyectos. La campaña deberá dejar claros los intereses de clase que hay detrás de cada candidatura.
La candidatura Alckmin, que representa los intereses del capital financiero, de las transnacionales, del gobierno Bush, de la burguesía brasileña y de los hacendados del agronegocio, está ansiosa por retomar las riendas del gobierno.
Defienden todos los días en los periódicos la necesidad de seguir privatizando Petrobras, Correos, carreteras y bancos estaduales. Quieren reformas laboral, tributaria y del Seguro Social para ampliar sus ganancias. Proponen la garantía del pago de intereses dentro de la Constitución, por el insólito plan déficit cero. Plantean de nuevo el ALCA como una necesidad, y de esta manera subordinarían todavía más nuestra economía y el país a los intereses del imperio.
Y, si los pobres osan luchar, llamarán a los “capitães-do-mato” (cazadores de esclavos fugitivos ) y responderán con policía y cárcel. Por ello, los movimientos sociales y todos sus militantes debemos movilizarnos, levantarnos y salir a las calles para derrotar la candidatura de Alckmin y sus intereses de clase. No podemos vacilar. Vamos a transformar la campaña en un debate de proyectos y de ideas. Una victoria de Alckmin sería una derrota gravísima para el pueblo brasileño.
Y, en el próximo mandato del gobierno Lula, vamos a seguir movilizados para derrotar la política neoliberal y debatir en la sociedad un nuevo proyecto para el país. Brasil necesita encontrar su rumbo. Necesita de un proyecto que ponga como prioridad del Estado y de la política la solución de los principales problemas del pueblo, como el desempleo, la educación, la reforma agraria, la vivienda y la distribución de la renta, para todos y todas. No hay cambios sociales sin la participación del pueblo, sin la movilización popular.
(Traducción ALAI).
– João Pedro Stedile, economista, es miembro de la coordinación nacional del MST (Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra) y de la Vía Campesina Brasil.
Fuente: FOLHA DE SAO PAULO, 10 de octubre de 2006.
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