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CARTA DE UNA JOVEN QUE NO SE VA

Diosnara Ortega González

Yo no me fui, yo me alejé un poquito.
Desde más lejos se oye más bonito.
Habana Abierta

Querido Rafael:
Cada una de sus palabras parecen un espejo donde escucho rebotar tantas voces y la mía propia. Comparto sus preguntas y certezas y es entonces cuando me siento tan feliz, pocas veces veo permearse las barreras generacionales por ideas y sentimientos más importantes que los discursos preestablecidos. A usted le correspondería hablar como un cuadro, un típico militante del partido, a mí simplemente no hablar.
Soy de la generación de los ochenta, y tiene razón, no me acuerdo de la caída del Muro, y la Crisis de Octubre no significa nada para mí. Pero recuerdo ir a comprar jabolina a una casa clandestina con mi mamá, las largas noches durmiendo en el piso de la sala con la puerta abierta en busca de refrescar aquellos interminables apagones, los intentos de salida del país de mis tíos, los que al fin lo lograron “por el bombo”.
Así pudiera apuntar tantos eventos comunes a mi generación y también a la suya, solo que en momentos distintos de la vida. Cuando ya usted tenía un concepto formado de la “lucha” yo aprendía otro muy distinto que me valdría hasta el día de hoy para saber cómo se vive en Cuba. He visto irse a la mitad de mi familia, amigos que van a estudiar o trabajar “afuera” y no regresan. Pero de tantos irse ya es como algo esperado aunque no por ello menos doloroso. A diferencia de usted, más que aquel que se va, me preocupa y entristece aquellos que no salimos físicamente del país, pero que ya no estamos.
Muchos han abandonado a Cuba desde dentro: jóvenes, viejos, funcionarios, amas de casa, campesinos, obreros. Algunos caemos como en corto circuito, por momentos nos conectamos con lo que pasa, cuando nos duele mucho, hacemos algo, decimos algo, y otras tantas nos volvemos indiferentes y es como si no estuviéramos, como si también nos hubiéramos ido. Existe también una diáspora y un exilio dentro de Cuba, que se siente aunque no se ve. Nosotros mismos las hemos construido.
Hemos aprendido demasiado de la inercia. Una y otra vez nos han enseñado que no importa lo que hagas, nunca nada cambia, al menos no como exiges o esperas que cambie, para bien tuyo y tus semejantes. Todo es un juego, parece pero no es. Y mientras tanto esta, la única vida que tenemos se nos va esperando, esperando.
Yo también aspiro a tener techo propio, a vivir feliz de mi empleo, sin penurias de transporte y luz, y más que irme de vacaciones una vez al año, tener asegurada una infancia estable económica y espiritualmente para mi pequeño, una vejez cálida y sin pobreza para mis padres, que tanto han trabajado y cuyo retiro no alcanza ni para los gastos de la electricidad. No quiero ver crecer, solapada, la miseria a mi alrededor.
Soy una joven madre que no se va de Cuba, al menos no físicamente, ¿pero políticamente, espiritualmente? Tengo miedo no solo de aquel que se va, que como a usted, como a todos, nos afecta, nos abandona, tengo miedo de irme yo también de ese otro modo, con el silencio que cuenta a favor del contrario, con la indiferencia que nos deja totalmente vencidos. ¿Qué hacer, cómo romper este círculo vicioso?
Vivo en un país donde cada día mis creencias se alejan más del los medios para alimentar a mi hijo. Estamos pasando a planos superiores de la corrupción: del chantaje nos dirigimos a la extorsión. Un país donde se instaura con agilidad una clase parásita que devora todo vestigio de decencia y dignidad. Los nuevos rumbos políticos de la economía cubana, dejan en manos de esta burocracia a una cantidad mayor de hombres y mujeres a los que no nos queda más que vender nuestra fuerza de trabajo o invertir los recursos ahorrados con un mínimo de seguridad, la que en manos de ellos, los que inspeccionan, autorizan, dan permisos, se esfuma.
Entonces aquí adentro ¿qué hacer: ser cómplices, no denunciar, jugar a ser víctima y así sobrevivir en un juego de poderes que siempre se sostiene gracias a tu silencio, o ser consecuente con lo que crees justo, exigir tus derechos, los que van más allá de la Constitución y también esos, y correr el alto riesgo de ser más rápido víctima de esos poderes?
La salida a este círculo vicioso sigue siendo la valentía. La valentía para dormir con la conciencia tranquila y la certeza de ser devorada a la mañana siguiente por aquellos contra los que te levantaste ayer. Lo peor es siempre si dependes de ellos para alimentar a tu familia. Esta es una triste realidad que para muchos cuadros parecerá un exceso y ojalá lo fuera, pero eso solo dice las distancias entre sus vidas y la de tantos otros y otras como yo.
Cuando soy cómplice de lo que creo mal hecho: del inspector que viene a “sofocarme” y no denuncio porque mañana me va a joder, de la bodeguera que me revende la leche que toma mi hijo y el del vecino, estoy dejando atrás a Cuba, estoy viviendo su más cruda realidad y al mismo tiempo me estoy yendo.
Yo también he pensado en ser parte de la institucionalidad existente y lo he hecho: he sido militante de la UJC, he pensado aceptar ser delegada de mi circunscripción, asesora de algún Consejo Popular, he sido parte de acciones que buscan cambios, pero la realidad solo me ha desgastado y he dicho: ¿para qué?
Ya ve, no le hablo como una socióloga, o mejor dicho, no como los que viven de la sociología. Su carta no pretende convencer a los ya convencidos, pero cada argumento me recuerda esas murallas gigantes que asfixian el futuro y el presente suyo y mío, sin importar edades. Una amiga que como yo ha tenido la posibilidad de viajar fuera de Cuba, me dijo una verdad rotunda con la que me despido: “desde más lejos no siempre se oye más bonito”.

*Tomado de http://lajovencuba.wordpress.com/2012/06/28/carta-de-una-joven-que-no-se-va/

Para entender mejor este artículo sugerimos la lectura de “Carta a un joven que se va” escrita por el Rafael Hernández, director de la revista Temas, especialmente para La joven Cuba. (N/E)

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