Cuba tendrá un nuevo presidente el mes próximo y quien sea, tendrá el peso de medio siglo de luchas nacionales sobre sus hombros. Dentro y fuera de la isla todos marcan el calendario con las más disímiles expectativas, muchas no serán cumplidas. Para algunos, esta es la oportunidad de rematar el socialismo cubano, otros no quisieran dar este paso incierto y los demás lo ven como una necesidad de la Revolución para ser mejor de lo que es. Todos esperando abril.
Se verán frustrados el mes próximo los que añoran un regreso al pasado, pero el relevo generacional tampoco es garantía de que se camine al futuro. Mientras sigan existiendo los que ven en la inercia dogmática una garantía del poder revolucionario, más cerca está el socialismo cubano del fin. Un hombre no puede cambiar esto, ni siquiera un buen equipo, por eso necesita instituciones dinámicas que lo acompañen a operar cambios profundos, y debe estar en condiciones de hacerlo.
El nuevo presidente no dirigirá el Partido que rige constitucionalmente el país, tampoco tiene por qué asumir ambas funciones a la vez, posiblemente ni siquiera sea estratégico. La mezcla de las responsabilidades de Partido con las de gobierno es precisamente uno de las asignaturas pendientes por resolver. También ayuda a descentralizar más la gestión política, a pesar de que la desinformación sobre su funcionamiento interno propicia una imagen de verticalidad, dentro del Buró Político existen dinámicas colectivas en la toma de decisiones que deben extenderse a instituciones que no operan así.
Nuestra fascinación criolla con los líderes nos tiene emocionados con el mes de abril; mientras las dinámicas que dañan al partido y gobierno permanecen incólumes, el trauma del fin soviético sigue provocando temor a cambios significativos y el contexto de acoso externo arrecia. Concentrados en los factores externos que afectan al país, seguimos posponiendo los internos hasta un día de paz que nunca vendrá. Esto no significa que no se haya avanzado, pero analicen si los logros superan los nuevos desafíos.
Hay que rescatar la campaña por el cambio de mentalidad y volverla a poner en la agenda pública, antes que el dogma le gane; recuperar la sensación de vivir en un país que cambia, como se planteó Raúl desde el inicio de su gestión; cuidar el equilibrio entre las fuerzas que componen la Revolución; evitar confundir la unidad nacional con homogeneidad, porque tenemos historia de sectores políticos imponiendo sus preferencias y estilos sobre otros, si tienen dudas pregúntenle a Aníbal Escalante.
Abundan en Internet análisis de las elecciones parlamentarias escritas desde el odio y el desarraigo a la Revolución
En la pos-guerra fría, el bloqueo que aplica Estados Unidos sobre Cuba agrava la situación interna. Contribuye no solo a ralentizar la actualización del modelo económico del país, sino que favorece la agenda de sectores que han hecho resistencia al proceso de cambios comenzado por Raúl. El próximo presidente debe prestar particular atención a la política exterior de Trump, que vuelve a apostar por aumentar la presión interna, usar a la población cubana de rehén y obligarlos a operar un cambio de régimen en el país.
Quien sea nominado por la Asamblea Nacional el mes próximo, tendrá que lidiar con el fuego estadounidense por un lado y del otro las presiones de sectores en la izquierda con tendencia histórica a la esquizofrenia y las cacerías de brujas. Súmese a esto los planes de subversión y la difícil coyuntura económica. Quien ocupe la presidencia no lo tiene fácil.
El relevo político es sensible y llegamos a él con más de un tabú sobre el tema. En el 2018 todavía existen los que piensan que un elogio a las nuevas generaciones y sus dirigentes significa una crítica velada a los anteriores, idea que ha hecho mucho daño. El verdadero problema no es generacional sino de mentalidad. Entre los más jóvenes de nada vale promover dirigentes noveles que no representen a la juventud y que esta no se identifique con ellos, tampoco es efectivo asignar responsabilidades políticas o administrativas a personas de menor edad con una mentalidad conservadora.
Así llegamos a una política de cuadros con dinámicas que promueven la disciplina y la retórica como valor fundamental, que no ha sido efectiva para los intereses de las organizaciones políticas del país, pero parece tener vida propia. Sería valioso una evaluación en estas estructuras sobre los estereotipos y paradigmas que promueve esta política de cuadros y un análisis sobre qué formas de comportamiento político tienen más posibilidades de ser premiadas.
La legitimidad será una variable importante en los cambios que vienen
La Generación del Centenario se probó en un contexto armado que permitía actos de heroísmo y liderazgos individuales que han trascendido hasta hoy. El contexto de las siguientes generaciones ha sido más discreto en ese sentido. El heroísmo del sacrificio cotidiano es menos propenso a reflejarse en los libros de historia o construir leyendas personales. Aunque estas generaciones no son menos valiosas o históricas que su antecesora (las jerarquizaciones nunca son buenas) todo nuevo liderazgo necesita fuentes de legitimidad que vayan más allá de nombramientos y votos.
Hay dos caminos para alcanzar legitimidad en Cuba. El primero se basa en resultados de trabajo y liderazgo sobre la base del ejemplo personal; por esta vía Lázaro Expósito ha llegado a ser el dirigente más popular en el oriente del país. También se puede obtener mediante métodos transparentes de gestión y políticas sociales de vanguardia; así Miguel Díaz Canel fue el dirigente más popular en el centro del país.
Foto: Tomada de Cubadebate
Pero el terreno más fértil en Cuba para obtener legitimidad es la comunicación política y la ideología. Los diez años de gobierno de Raúl pueden mostrar victorias concretas contra la adversidad, pero la subestimación del papel que juega la comunicación en el consenso nacional minimizó mucho el efecto positivo de estas victorias en el espíritu nacional. En lo personal no me gustan las comparaciones (y a la dirigencia del país tampoco) pero no puedo omitir que la ausencia de una proyección pública, ante un pueblo acostumbrado al liderazgo carismático de Fidel por medio siglo, dejó un vacío que como el presidente no ocupaba, nadie más podía llenar según la lógica de disciplina militante.
La ideología, la construcción de símbolos y la política pública en general, son deudas en la dirigencia del país. Hago énfasis en la falta de proyección pública porque es un fenómeno que se ha trasladado a todas las esferas y el relevo generacional deberá enfrentar. En tiempos en que deberíamos visibilizar a los dirigentes de todos los niveles, solo los vemos cuando resulta conveniente. Van a los actos, inauguran obras, pero hay ministros en Cuba que pasan más de un año sin comparecer ante la prensa para hablar de su gestión, y luego queremos resolver los problemas con notas informativas impersonales.
La nueva presidencia debe ser efectiva en el uso de la comunicación política
La otra fuente de legitimidad interna es menos feliz. Puede ser al ajustarse a dinámicas de partido y gobierno que promueven la inercia; pactar con sectores conservadores que definen el marco de lo políticamente correcto; mostrar mano dura con la crítica dentro de sus filas y dar una imagen de “confiable” que nunca es a través de propuestas revolucionarias, sino lo contrario. En épocas de trinchera quien cava más rápido es más promovido, quien más acusa a otros de brujería queda exento de dudas; no siempre ocurre así pero es una posibilidad. No me extenderé en este tema con la esperanza de que dichas prácticas comiencen a quedar en el pasado, pero es una esperanza cauta.
Algunos se entretienen en asignar bandos y nombres contrapuestos dentro del Partido y el gobierno cubano, ejercicio inútil. Fuera del país se hace buscando la posibilidad de fracturar la unidad política de la Revolución y quizás enemistar a unos líderes contra otros. Los revolucionarios cubanos buscan identificar diferencias para apoyar a los más progresistas sobre otros con ideas y formas caducas, pero el manto que invisibiliza buena parte de la gestión pública y partidista del país lo hace difícil para ambas fuerzas. Es un ejercicio fútil, el clima político actual y la emblemática disciplina en estas instituciones provoca espejismos fáciles. Nadie lo hace a su manera hasta que asume determinada responsabilidad. La gestión de Raúl es una experiencia reciente.
Hablar de liderazgo todavía provoca vergüenza y culpa como si fuera sinónimo de demagogia
El mundo mira a Miguel Díaz Canel como el más posible candidato a asumir la presidencia, mientras el Partido y gobierno cubano no hacen nada por desmentir dicha suposición. Nikolai Sergeyevich Leonov, biógrafo y amigo de Raúl, lo señala como la figura que centra la atención de los politólogos. También quedan frescas en nuestra memoria las palabras de elogio que el propio Raúl le dedicara al inicio de su último mandato en 2013.
Raúl Castro sobre la elección de Miguel Díaz Canel a Primer Vicepresidente en Febrero 2013: “…reviste particular trascendencia histórica porque representa un paso definitorio en la configuración de la dirección futura del país”.
Podríamos argumentar que Díaz Canel ha pagado militantemente un precio en popularidad los últimos cinco años, quizás teniendo condiciones para hacer más pero inmovilizado por el peso de un cargo al que no ha sobrevivido ningún político de su generación. Bajo la lupa de la prensa internacional y los ataques de una oposición que lo describe como el peor mandatario posible, mientras abrazan a Donald Trump. Aún así, sus éxitos en Villa Clara son la referencia más cercana de cómo lidera Díaz Canel cuando tiene libertad para aplicar su programa de gobierno, pero la apología no es saludable ni es lo que necesita un dirigente cubano.
Lo que necesitará el nuevo presidente, quien sea electo el mes próximo, es que las demás generaciones le den el margen que tuvo Raúl para llevar a cabo su gestión sin que esto signifique un cheque en blanco; que sea una continuidad y ruptura a la vez; continuidad de lo mejor alcanzado en medio siglo de luchas con instituciones que debemos proteger y ruptura con los errores de modelos socialistas del siglo XX que cayeron por el peso de sus limitaciones; que además de prósperos y sostenibles, seamos una democracia socialista. Con esa esperanza estamos esperando abril.
(Tomado de La Joven Cuba)
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