Llamo a este encuentro a Lidia, Safira y Dina, a Gomer, Junia y Priscila, a la viuda de Sarepta, a la esclava de Filipos y a la amante del Cantar de los Cantares, inte-grantes de este mundo desconocido y por explorar. Invoco la presencia de nuestros cuerpos en la lectura de la Biblia, los ojos, sí, pero también los otros sentidos, encontrar los sabores, los olores, las texturas y los sonidos de este mundo extraño, y a la vez, parecido al nuestro.
Quiero que estemos presente de cuerpo entero, desde siempre, caminar de mujeres diversas en clase, raza, religión y cultura, oprimidas y opresoras, víctimas, cómplices y también victimarias; presentes en nuestras lecturas de los textos sagrados, reclamando su derecho a encontrar allí no más piedras, sino finalmente pan.
Leer la Biblia con ojos de mujer es una tarea compleja, porque no se trata simplemente de “ampliar” el enfoque de la teología de la liberación o la lectura popular de la Biblia, se trata de una propuesta radical, en el profundo sentido de la palabra, una propuesta que toca las raíces de nuestra manera de mirar y de percibirnos a nosotros (as) mismos (as), al mundo y al cosmos.
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Estamos recién comenzando a mirar la Biblia con ojos de mujer, a creer en nuestras percepciones, a expresar lo que allí descubrimos y lo que está ausente.
Estamos todavía aprendiendo a levantar la vista, a mirarnos a nosotras mismas y compartir nuestras diversas miradas, plurales, complementarias, contradictorias y no acabadas, proceso de construcción de sentido a partir de las diferentes miradas sobre la realidad y la Biblia.