Las tejas de su casa
volaban, su suegro decía que la carne le temblaba bajo la piel y su esposo
intentaba protegerla con una mesa asegurada con colchones, pero la maestra
cubana Gladis San Jorges sólo tenía una preocupación: “Ay, la escuela, ay,
la escuela”, gritaba.
Terminaba agosto de 2008 y el huracán Gustav arrasaba la provincia de
Pinar del Río, en el extremo occidental de Cuba.
“Habíamos resguardado todos los útiles escolares, pero no podíamos
impedir que el huracán se llevara el techo. Yo no hacía más que pensar que
mis niños se iban a quedar sin casa y también sin aula”, cuenta esta
maestra de 41 años que trabaja en el centro escolar del barrio La Vigía,
en el municipio de Los Palacios.
San Jorges no es una maestra cualquiera. Su vida cambió hace unos años
cuando su escuela se integró a la red nacional del Mapa Verde, y empezó a
coordinar un proyecto que iba mucho más allá de localizar sitios de
interés en un papel, para tener una incidencia real en la comunidad y su
entorno.
“El Mapa Verde cambió mi vida, la de mi escuela y la de esos niños”,
dice intentando explicar los lazos que la unen a la edificación de una
sola planta que quedó sin techo, con las paredes humedecidas y las áreas
de recreo y el huerto escolar totalmente dañados. “Tuvimos que trasladar
la escuela temporalmente a una terraza”, cuenta.
Surgido a partir de una metodología creada por la ecodiseñadora
estadounidense Wendy E. Brawer en 1992, el Sistema del Mapa Verde (GES,
por sus siglas en inglés) promueve la participación comunitaria en la
elaboración de “retratos” de los recursos culturales, sociales y
ecológicos de un lugar.
Desde su promoción como sistema global, en 1995, el Mapa Verde se ha
extendido a 400 ciudades, pueblos y barrios de 50 países, a partir de una
red de nodos regionales y de proyectos locales, que funcionan de acuerdo a
las necesidades de cada lugar y con independencia de la iniciativa
central.
El proyecto nacional cubano, coordinado por el no gubernamental Centro
Félix Varela, está presente en todo este país e involucra a unas mil
personas de escuelas de todos los niveles educacionales, incluso
universidades. “Los colectivos reciben asesoría técnica y materiales para
el trabajo”, explica a Tierramérica Liana Bidart, coordinadora de
proyectos del Centro y encargada nacional del Mapa Verde.
“Tras la capacitación metodológica, hemos propiciado la participación
de los integrantes de la red en talleres sobre comunicación y
concertación. La idea es que estén preparados para negociar, enfrentar los
conflictos y encontrar soluciones a un problema de la comunidad con otros
actores sociales”, dice.
UN MAPA PARA ACTUAR
Una de las primeras cosas que aprendieron San Jorges y las demás
maestras de la escuela primaria “Rafael Morales” del método de trabajo de
la Red Nacional del Mapa Verde, fue que los problemas no tenían que ser
resueltos necesariamente por el gobierno local, podía solucionarlos la
comunidad.
“Gotica a gotica se va logrando”, es la filosofía del colectivo que
consiguió, por ejemplo, que una cooperativa de producción agropecuaria
vecina dejara de usar para el riego las aguas de una laguna contaminada,
eliminar micro vertederos de basura y poner fin a la quema de la caña de
azúcar antes del corte.
“El Mapa Verde nos dotó de conocimientos que no teníamos, pero también
nos cambió como personas. Y los niños están felices. Participan de la
confección del mapa, pero también en todo el proceso de enfrentar los
problemas. Muchas veces son ellos los que van a conversar con alguien, a
convencer”, cuenta San Jorges.
Cuando Gustav golpeó la zona, el colectivo de la escuela decidió que la
magnitud del desastre podría demorar las soluciones estatales y que era
hora de aplicar todo lo aprendido.
“Vimos cómo había quedado la escuela y decidimos no esperar que llegaran
los recursos del Estado. Fuimos a la cooperativa cercana, conseguimos los
techos y los pusimos con nuestro propio esfuerzo”, relata San Jorges,
convencida de que nada de eso hubiera pasado sin la incorporación de la
escuela a la red del Mapa Verde.
El Centro Félix Varela donó la pintura para las paredes. Maestros,
padres, colaboradores del Centro y algunos alumnos se unieron en una
jornada de trabajo voluntario que dejó lista la escuela. Puede ser que la
humedad acumulada en las paredes vuelva a salir, pero, de momento, “los
niños están de vuelta en las aulas”.
A inicios de noviembre, la escuela de La Vigía era la primera
recuperada en Los Palacios, un municipio donde la combinación de dos
huracanes afectó a las 43 escuelas primarias existentes. En ese momento,
el gobierno ya contaba con recursos para la recuperación, pero el proceso
apenas comenzaba.
MENOS VULNERABLES
Tras destruir la Isla de la Juventud, en el sur de Cuba, el huracán
Gustav pasó la noche del 30 de agosto y la madrugada del 31 por Pinar del
Río. En la estación meteorológica de Paso Real de San Diego, en Los
Palacios, una racha de viento rompió el anemómetro en los 340 kilómetros
por hora, un récord nacional.
No habían pasado ni ocho días del ciclón tropical más violento que
azotó esta isla del Caribe en los últimos 50 años, cuando la población
pinareña supo de la amenaza de Ike. El huracán, que entró por el oriente
cubano y afectó casi todo el territorio nacional, salió de Cuba por donde
lo había hecho Gustav, en el norte de Los Palacios.
“Después de Gustav, Ike pareció un vientecito, pero así y todo hizo
daño”, afirma San Jorges. Más que en el destrozo material, piensa en la
angustia de esos días, en el terror de pensar que el desastre volvía a
repetirse y que los árboles y las casas que habían quedado en pie, podían
perderse.
Más de 2.000 centros educacionales fueron dañados en todo el país por
los dos huracanes. Fuentes del Sistema de las Naciones Unidas en Cuba
aseguran que el desastre causó considerables daños psicosociales y estrés
postraumático en la población, especialmente en casi 390.000 niños y
adolescentes cuyas escuelas fueron destruidas.
“Esos niños han vivido un trauma inmenso. Lo que hemos visto ha sido
muy duro para los mayores, imagínate para ellos. La mayoría apenas puede
dormir en sus casas, muchos lo perdieron todo, su única salida para estar
mejor es la escuela”, dice San Jorges, que ahora trabaja con su grupo para
reelaborar el Mapa Verde.
La mirada tendrá que ser diferente. “Vamos a utilizar el Mapa Verde
como una herramienta comunitaria para promover prácticas alternativas y
reducir el riesgo ante desastres naturales”, afirma Bidart.
Ella y San Jorges repasan juntas el mapa anterior a Gustav: el paisaje
ha cambiado. Los sitios que un día fueron de interés quizás ya no lo sean
más. Hay que ubicar las zonas de inundaciones, los refugios y los lugares
de reforestación, y proponer especies que puedan soportar los vientos.
“Los niños van a tener trabajo”, comenta la maestra.
Dalia Acosta, enviada especial * – Tierramérica