Más vale que no tengas que elegir
entre el olvido y la memoria
Joaquín Sabina
El escritor Gabriel García Márquez, en un documental, contaba una anécdota que ahora me ronda insistente. Decía el Gabo que, en el momento en que descubrió en una narración que cierto Gregorio Samsa amanecía convertido en monstruoso insecto, sintió una conmoción que marcaría su futura carrera literaria. ¿Esto se puede decir? ¿Esto se puede hacer?, se preguntaba el entonces bisoño lector y escritor. Como reclamando alguna suerte de anuencia divina que autorizara la validez de los inconmensurables límites de la escritura; anuencia necesaria casi más que el oxigeno a los que empiezan en la dura brega de lidiar con las palabras. Y Kafka le hizo una inclinación afirmativa, otorgándole permiso desde la página.
Ahora, al momento de encarar la lectura de La memoria y el olvido, compendio de textos periodísticos de Leonardo Padura, cierta conmoción semejante a la del colombiano, vivida y guardada justo en la memoria de quien suscribe desde el momento en que era algo menos aprendiz de lo que es hoy, regresaba a mis palabras. Se trata, este libro, de una compilación de columnas y crónicas reunidas por la Editorial Caminos, del Centro Memorial Dr. Martin Luther King, Jr, en colaboración con IPS–Inter Press Service y la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación (COSUDE).
Mi añeja sorpresa, ahora recordada, venía de la mano de mis primeros hallazgos profesionales. En aquellos años, noventeros y “especiales”, donde iniciaba mi carrera de estudiante de Comunicación Social (nuevo mapa en el que se trasmutara el Periodismo), pude constatar, no sin algo de sobresalto a veces, que el resto del mundo existía, que había otras voces con sus respectivos argumentos y que bien podían ser diferentes, o hasta antagónicos, respecto a los nuestros. Que esos argumentos, casi siempre dentro de los despachos de diversas agencias o diarios extranjeros a los que por lógica de la enseñanza accedíamos, no siempre eran tendenciosos, malintencionados, enemigos, y que, incluso, muchas veces eran ciertos. Que, en fin, había (¡hum!) diversidad de criterios. Y aunque la cruda realidad iba desarmando ladrillo a ladrillo muchos de los muros aparentemente inamovibles del pensar universal, y del actuar nacional (aunque no siempre en las direcciones deseadas o mejores), todavía la cercana ingenuidad de los ochenta, hacía presa en aquel estudiante veinteañero. Ingenuidad grabada en hábitos, y en algo de fuego, y empeñada, en no pocas ocasiones y a pesar del ineludible acoso de apremiantes necesidades e inquietantes preguntas, en no desdibujarse del todo.
Y regresé a tal memoria porque, sin alardes de pitoniso, puedo augurar que no serán pocos quienes experimenten el mismo estremecimiento garcíamarquiano, o mi sorpresa estudiantil, al enfrentar este libro de Leonardo Padura. ¿Esto se puede decir? Rondará la pregunta. Sí. De hecho, no sólo se puede: Se debe; se tiene que decir. Sin faltar a la verdad, ni a la ética, y desde el justo balance de sinceridad que asume su autor. Y aunque no es menos cierto que la ingenuidad de hoy ya no es la misma, si es que queda alguna, o que la realidad, la de cada día y de cada pedazo de día, no necesita de muchos decires para que quienes la viven a diario la descubran, hay un par de argumentos a favor de esta predicción.
Por un lado, es constatable que el público nacional está expuesto constantemente a una indiscriminada, casi desbordante andanada informativa (más allá de los habituales espacios noticiosos, por supuesto). Discos quemados, rebosan de seriales y musicales y documentales y películas de toda índole y calidad, que se compran en cualquier esquina. La información, aunque casi siempre se trata de la que se puede obtener y no siempre de la que se quiere, viaja por el correo electrónico del trabajo, el vecino, la amiga que tiene conexión a la red, o por parabólicas y computadoras, o por la diaria tertulia en la bodega. Que en una simple memoria flash cabe una enciclopedia, o que la popular Radio Bemba lo sabe todo al fin y al cabo. Sin embargo, pocas veces esta andanada pone sus miras en el común y el día a día, en las historias que se trenzan en lo diario, con hondura y precisión. Apelando a la sobriedad y el análisis, sin amarillismos o histerias; sin exagerados triunfalismos ni aplastantes pesimismos de sombrío presagio.
Es aquí donde aparece el otro lado. Salvo magros atisbos, en nuestro entorno informativo nacional escasean los ejemplos de textos, que, fuera de la literatura, encaren y asuman los temas de nuestra inmediatez, y de otros lares muy diversos, del modo en que el autor lo hace en estos trabajos que reseñamos. Sin medias tintas, con sus inseguridades y dudas, con sus criterios y verdades, con anhelos y optimismos, con sus críticas necesarias.
Valga decirlo en un paréntesis. No es que Padura sea el feliz descubridor de la llave de los truenos. No es que no tengamos en intramuros muchos periodistas conscientes y capaces de hacerlo igual de bien. Es que, gracias a su talento y su esfuerzo, Leonardo Padura accedió a la posibilidad de publicar estos trabajos que ahora conocerá el lector cubano, en predios y páginas más allá de nuestros horizontes, cuyos criterios sobre el ancho del margen y los temas posibles a difundir, son diferentes a los nuestros. Allí tiene el escritor un puesto para, desde su oficio y cuando es necesario, defender y divulgar nuestras realidades, nuestras luces, pero también nuestras manchas y sombras, las que hay que alumbrar y limpiar. O simplemente, y muy válido también, para defender sus criterios sobre los contenidos que estime menester.
En tiempos donde la más alta dirección del país ha llamado a cambiar mentalidades y hundir dogmas, a destrozar inmóviles secretismos (útiles quién sabe a quiénes), este libro es una bocanada de buen aire. Sería bueno que ese soplo se insertara en los vientos de cambio que para bien encaran nuestro pueblo y sus máximas autoridades, y removiera el follaje de quienes trazan las directrices de nuestros predios informativos. Para poder ejercer, en esta hora de echar a andar y de cambiar mentalidades y estilos, ese adánico impulso de nombrar las cosas, por sus nombres justos de pan y de vino. Para huir del eufemismo y la manquedad ocultista, que el pueblo descubre, desarma y desestima, con el consecuente descrédito para quien lo sostiene y divulga, sea medio difusor o persona, serían magníficas maneras de insertarse en el futuro. De recobrar el carácter humano (y hasta divino, en su acepción terrenal) que, en un país socialista como el nuestro, debiera llevar siempre consigo el verbo de la comunicación masiva.
Además de la mentada sorpresa, otras buenas noticias esperan a quien se asome a este libro. Ampliar horizontes informativos; reflexionar sobre nuestra historia reciente y pasada o por varios de los afluentes mundiales que mojaron también nuestros cauces de ayer y de ahora; moverse en diversos tópicos nacionales y universales, todos desde una grata escritura y certera mirada del periodista que sigue siendo Padura, son algunas de las calles por donde lo acompañará este libro.
Resalta, más de una vez, el tono del cronista. Sabido es que dentro de los muchos ríos del periodismo, la crónica es ese remanso, no por calmo sino por pensado, generalmente sin apremios de cierre noticioso, donde la voz dirigida al lector casi siempre lleva una confesión propia, un cierto desnudarse en aras de alguna verdad o reflexión. Compartir ese espejo, esa imagen que no se guarda sino se entrega, es también uno de los méritos de este compendio. El Padura cronista es a ratos descarnado y a ratos evocador; conversador a la cubana pero también susurrante e íntimo; igual analítico que con rachas de humor muy serio, del que deja reflexiva y silente sonrisa y no vacía carcajada. Cubano en suma y mayúsculas, aunque sea de los cubanos que no bailan, según confiesa. Todo dicho, creo percibirlo, para sus coterráneos, o al menos pensando ser leído por ellos más que por otros públicos. Desde hace algunos años, es su literatura la que más ronda en las manos de los lectores del patio. Al menos, en las manos de quienes logran alcanzar su libros en las abarrotadas presentaciones. Ahora, por suerte, regresa también la voz del periodista que no ha dejado de ser.
El béisbol y las colas. Las andanzas, percepciones y vivencias del autor en diversos temas literarios como el mercado, la propia escritura o el mundo del libro. La música, desde un reguetón, hasta el Buenavista Social Club o Cachao López. La diversidad sexual y el rescate, justamente de manos de la desmemoria, de algunas importantes figuras de nuestra cultura. Los perros, las novelas descubiertas y sus autores, la política, las ventanas rotas, la decencia, lo diario, la violencia, la tristeza, la esperanza…, son en muy apretada síntesis, algunos de los tópicos que habitan de una costa a la otra de este libro. Algunas de las balas que dispara la memoria para hacer desangrarse, en palabras imborrables, al olvido.
Recomiendo pues la lectura de esta nueva obra de Leonardo Padura, que ahora se publica. Si, como relata en unas de sus páginas, hay muchas razones en el planeta para sentir una paradójica nostalgia por un futuro que se avizora a ratos difuso, sin el compacto optimismo colectivo de otras eras, en la existencia de estas mismas páginas se esconde una suerte de contradicción a tal presagio. Salvar la memoria, devolverle al ahora sus voces y retratos del presente, o del ayer necesario; fatigar, apabullar, desmembrar a pura verdad los olvidos, incluso a esos muchos que se intentan forjar ahora mismo, es uno de los fines de este libro. Si lo lograra, está sembrando a la vez la semilla para que entonces, desde esas mismas memorias recobradas, la nostalgia por el mañana se haga menos densa y ese mañana menos incierto, más cercano al optimismo, a la indestructible construcción de la esperanza que lleva en su vientre todo porvenir que asoma al horizonte.